La Virgen María, el sacerdote, y la devoción eucarística
D. Ángel David Martín Rubio, Pbro.
I. «Antes de la fiesta de la Pascua, sabiendo Jesús que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo» (Jn 13, 1). Con estas palabras, san Juan introduce el relato de la pasión y muerte de Cristo. El evangelista destaca cómo Él es el único consciente de todos los pasos que da; cómo va libremente a la muerte; cómo tiene el dominio sobre todas las cosas y cómo, por amor a Dios y a los hombres, “salió” de Dios y “vuelve” así, triunfalmente por su muerte redentora, a Dios.
La expresión “hasta el extremo” en su original griego lo mismo puede tener un sentido temporal que un valor cualitativo de perfección. Por tanto, el sentido literal de este versículo puede ser que los amó hasta el extremo (como se ve en lo que hace a continuación) o que quiso extender a todos los suyos, hasta el fin de los tiempos, el mismo amor que tenía a los que entonces estaban en el mundo. Y por tanto se puede poner también en relación con la institución del Orden sacerdotal en la Última Cena, al conferir a los Apóstoles y a sus sucesores la potestad de consagrar la Eucaristía para dar cumplimiento a la profecía de Malaquías: «Pues de Oriente a Occidente mi nombre es grande entre las naciones, y en todo lugar se quema incienso en mi honor y se ofrece a mi nombre una ofrenda pura, pues mi nombre es grande entre las naciones, dice el Señor del universo» (Mal 1, 11). Texto citado por el Concilio de Trento: «Y esta es ciertamente aquella oblación pura, que no puede mancharse por indignidad o malicia alguna de los oferentes, que el Señor predijo por Malaquías [1, 11] había de ofrecerse en todo lugar, pura, a su nombre, que había de ser grande entre las naciones».
Como don de Dios que es la gracia sacramental del Orden, el sacerdote necesita ante todo la vocación divina pero, una vez que responde a la vocación, el alma sacerdotal tiene que ser forjada a lo largo de toda su vida. La Santísima Virgen María responde plenamente a esta necesidad pues gradualmente interviene en la formación del alma sacerdotal por su oración y por el influjo de su mediación universal.
El Directorio publicado por la Congregación para el Clero, dedica tres epígrafes a la devoción a María del sacerdote. En los dos primeros vincula la espiritualidad mariana de todo sacerdote a la relación que hay entre la divina maternidad de María y el sacerdocio de Cristo. Por último habla de la vinculación entre la Eucaristía y María. En notas remite a la encíclica Ecclesia de Eucharistia (2003) y a dos audiencias generales, de Juan Pablo II (30-junio-1993) y de Benedicto XVI (12-agosto-2009).
La Virgen forma a los sacerdotes para vivir dignamente su ministerio y ejercerlo con fruto por una triple motivación que el teólogo Garrigou-Lagrange sistematiza así:
- Por las relaciones existentes entre maternidad divina y sacerdocio.
- Porque la Virgen María es madre espiritual de los sacerdotes.
- Y porque es un ejemplar magnífico de la devoción eucarística.
II. El fundamento de la relación entre la Virgen y la Eucaristía lo encontramos en los textos de la Escritura acerca de la institución de este Sacramento y en la maternidad divina. Jesús sacramentado es Hijo de María, y hay una vinculación inseparable entre la Eucaristía y el misterio de la Encarnación:
«Porque cuando creemos que el cuerpo de Cristo fue formado de la purísima sangre de la Madre Virgen, reconocemos haber obrado en esto la naturaleza según su modo natural, pues lo es que los cuerpos de los hombres sean formados de la sangre de la madre. Mas lo que excede al orden de la naturaleza y toda inteligencia humana, es que en el mismo instante en que la bienaventurada Virgen, dando su consentimiento a las palabras del Ángel, dijo: “He aquí la esclava del Señor, hágase en mi según vuestra palabra”, en ese mismo fue formado el santísimo Cuerpo de Cristo, y se le juntó el alma adornada del uso de la razón, y así en un mismo momento fue perfecto Dios y perfecto Hombre».
En el «Pange lingua» la Iglesia invita a «la lengua a cantar el misterio del glorioso cuerpo y de la preciosa sangre», «fruto del vientre generoso» de María. Se nos presenta, por consiguiente, la Eucaristía como fruto de María. En el motete «Ave, verum Corpus» que se canta muy a menudo en la exposición del Santísimo Sacramento, es saludada la Eucarístía como «verdadero cuerpo» nacido de María
Esto nos lleva, en primer lugar a considerar las relaciones que tuvo María Santísima con la Eucaristía mientras vivió en la tierra y, a continuación, cómo Ella sigue interviniendo en cada Misa que celebran los sacerdotes.
1. En cuanto a las relaciones que la Virgen tuvo con la Eucaristía mientras vivió en la tierra, Roschini reconoce en la Sagrada Escritura indicios de su asistencia al sacrificio eucarístico y su participación en el mismo. Cita al respecto dos textos que interpreta en ese sentido: «todos ellos perseveraban unánimes en la oración, junto con algunas mujeres y María, la madre de Jesús, y con sus hermanos» (Hch 1, 14) y «perseveraban en la enseñanza de los apóstoles, en la comunión, en la fracción del pan y en las oraciones» (Hch 2, 42). Y encuentra una razón de conveniencia para que la Virgen recibiera la comunión sacramental no tanto por las exigencias de su vida espiritual cuanto por su misión eclesiológica: «no podía menos de participar en el misterio de la unidad del cuerpo místico, del que Ella misma era, en la primera comunidad cristiana, el centro, no jurídico, pero sí espiritual. María, habiendo participado en el sacrificio cruento de Jesús en el Calvario (Jn. 19, 25), no podía estar ausente, a título de corredentora, o bien de medianera de la gracia, en el incruento del altar».
El citado Directorio nos recuerda la presencia de la Virgen en cada una de las misas que celebramos: «María está presente con la Iglesia, y como Madre de la Iglesia, en todas nuestras celebraciones eucarísticas […] el encuentro con Jesús en el Sacrificio del Altar conlleva inevitablemente el encuentro con María, su Madre» (nº 86).
2. Además de la relación que María tiene con la Eucaristía considerada como sacramento, la tiene también con la Eucaristía considerada como sacrificio.
«Al sacrificio de la cruz cooperó María, no sólo de una manera indirecta y remota (como madre tanto del Sacerdote como de la Víctima de dicho sacrificio), sino también de una manera próxima y directa, ofreciendo, junto con Cristo, aquel divino sacrificio, es decir, renunciando a los derechos maternos que ella tenía sobre aquella Víctima para la salvación del género humano. Otro tanto se ha de decir de la cooperación de la Virgen al sacrificio del altar, sustancialmente idéntico al de la cruz. Coopera también de una manera indirecta y remota, en cuanto que la relación real de madre tanto para con el Sacerdote como para con la Víctima continúa todavía; y coopera también de una manera próxima y directa, en cuanto que el ofrecimiento de la Víctima que Ella hizo en el Calvario, junto con la renuncia de los derechos maternos que tenía sobre la misma, continúa todavía, al no haberse jamás retractado».
III. En resumen, la vida sacerdotal no puede menos de ser eucarística y mariana: eucarística, porque la Eucaristía es el alimento de la vida sobrenatural de la gracia; mariana, porque nuestra Señora es nuestra Madre espiritual, cuya misión es la de dar a Cristo al mundo. La Virgen es, además, el modelo más perfecto de la piedad eucarística tanto para los fieles como para los sacerdotes. Ella enseña a los fieles de qué manera y con qué sentimientos de fe y de amor deben asistir al sacrificio de la misa, recibir la Eucaristía y adorar al santísimo Sacramento del altar. Ella enseña también, de un modo particular, a los sacerdotes, con qué sentimientos han de ofrecer el sacrificio eucarístico.
Todos los cristianos y en especial los sacerdotes debemos agradecer a Jesucristo habernos dado una Madre tan excelente; y a la Virgen María, todos los auxilios y beneficios que por este título no deja de hacernos llegar. Que con su acción maternal seamos cada día verdaderos y fieles servidores e hijos suyos y este será el mejor camino para ser fieles y crecer en santidad.
Que el ejemplo de la Virgen y nuestra devoción filial hacia esta Madre que Jesús nos ha confiado en el Calvario sea el camino que recorramos cada uno de nosotros hasta llegar a la perfección del amor de Dios mediante nuestra unión al sacrificio de Cristo con nuestro propio sacrificio: Per Mariam ad Jésum! – ¡A Jesús, por María!
PUBLICADO EN EL BOLETÍN «LAUDATE» Nº20 – MAYO 2023