«Cuanto hicisteis a unos de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis»
Esperanza Marín Conde, Responsable de Circulación
En la todavía oscura mañana del sábado 22 de julio, en torno a las 6, muchos jóvenes acababan de irse a dormir, pero otros muchos, varios cientos, se congregaban en torno a la Sancta Ovetensis, con el propósito de llegar a Covadonga peregrinando por nuestra Patria y el Santo Padre.
Empezaron los saludos y los encuentros con caras conocidas, con las que ya van sonando y con las que son nuevas, cuya expectación es todavía mayor.
La estampa de la plaza de la Catedral de Oviedo tan llena de fieles emocionaba, engrandecía el alma. El ambiente rebosaba de una alegría y de un fervor que me llenaban de consuelo. Poco a poco, iba amaneciendo y, con la luz del día, llegaban más y más peregrinos, quizá más rezagados, pero con el mismo entusiasmo que los primeros.
Entramos en la Catedral por capítulos, con el fin de poner la peregrinación en manos de Nuestra Madre, la Santísima Virgen María, camino seguro para llegar a Nuestro Señor Jesucristo, quien es la razón última de todo peregrinar. Una vez encomendados a Ellos y bajo la intercesión de aquellos que nos precedieron en el caminar de la fe y alcanzaron la gloria eterna, comenzamos nuestra peregrinación física y, sobre todo, espiritual.
Este año he tenido la gracia de participar en la peregrinación como voluntaria, lo que me ha permitido tener una experiencia radicalmente distinta, pero igualmente plena. Nuestro Señor nos dejó estas palabras: «Quien quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos» (Mc 9, 35), dándonos la clave de la paz interior tan carente en nuestros días. Servir a los demás ensancha el corazón, que se llena de un gozo inexplicable a los ojos de una sociedad inmensamente individualista y hedonista.
El servicio a los demás por amor a Dios es uno de los más bellos signos de nuestra fe católica. Incluso si la tarea encomendada parece nimia, forma parte de un gran engranaje que necesita todas las piezas para funcionar como debe. De este modo, todos los voluntarios pusieron su pequeño grano de arena para conseguir solventar todas las necesidades que iban surgiendo, muchas ya previstas, pero otras tantas, inesperadas.
Me impresionaba palpar tan de cerca la gran entrega y disponibilidad de los voluntarios, que velaban por cuidar de numerosos detalles que pasaban desapercibidos en medio de tanto movimiento. Agradezco su disposición, en especial, a los reservistas voluntarios que también pusieron su tiempo a nuestro servicio con gran diligencia y generosidad.
Para mí, lo más difícil de ser voluntario en una actividad de este tipo, es dejar atrás el egoísmo para intentar mantener la actitud de «dejarse hacer» por el Señor, sin resistirse a la gracia que Él quiere derramar sirviéndose de medios pobres como nosotros.
La jornada del sábado transcurrió sin grandes sobresaltos, llegando la columna de peregrinos al campamento de El Remediu más o menos a la hora prevista. Allí asistimos a la Santa Misa, celebrada con gran devoción y cuidada especialmente gracias al equipo de liturgia.
Después, tuvimos tiempo para cenar. Me presentaron a la familia que tan amablemente había puesto a nuestra disposición el terreno para la acampada. A unos cuantos nos invitaron a pasar a su casa para agasajarnos con comida casera y productos de la tierra. Sin embargo, con la mesa puesta, tuvimos que salir del campamento otra voluntaria y yo para atender una necesidad, volviendo tan tarde que no solo había acabado el tiempo para la cena, sino que también habían reservado al Santísimo Sacramento, expuesto para la adoración de los peregrinos. Esto me costó especialmente, ya que anhelaba tener ese momento de intimidad después de un día ajetreado e intenso. Sin embargo, este hecho hizo que deseara con mayor fervor que llegara el momento de adoración al Santísimo Sacramento del día siguiente.
Al irnos a dormir, yo me acordaba del plato que habíamos dejado servido encima de la mesa de la familia y que no nos había dado tiempo a probar. Me venía un pensamiento recurrente: «tú has venido a servir y no a ser servida». Y es que el Señor nos priva de bienes, a veces incluso espirituales, para hacernos crecer en virtud y en amor.
El domingo ya se notaban los cuerpos fatigados, pero el ánimo, aunque tardó un poquito en despertar, seguía decidido a continuar el camino. Era una gozada observar cómo avanzaban los capítulos. Unos rezaban, otros cantaban, otros se confesaban, otros meditaban, y todos caminaban con un mismo corazón, lo que me hacía reflexionar en la Iglesia como Cuerpo Místico de Cristo, su cabeza.
Como era de esperar, este día hubo más bajas, lesiones e incidentes, pero nada muy reseñable. Al llegar al campamento de Sevares, pudimos refrescarnos en el río antes de predisponernos para la celebración de la Santa Misa, a la que siguió un rato de adoración y la consagración a Nuestra Señora. La explanada estaba llena, pero impresionaba la quietud y la paz con las que transcurrieron estos actos devocionales. Yo tuve la dicha de vivirlos junto al coro, que entonaba cantos sagrados elevando el alma de los allí presentes.
Por la noche, algunos voluntarios tuvimos un rato de convivencia y puesta en común. Me encantó el ambiente de familia que se había creado. Nos tratábamos como si fuéramos amigos de toda la vida, pese a que, con algunos, apenas llevábamos dos días compartiendo vivencias.
El lunes nos levantamos con un gozo especial, pues todos sabíamos que la Santina nos estaba esperando. La entrada a Cangas de Onís fue un gran momento memorable que se me quedó grabado. Reviví la grata experiencia que tuve el año pasado al cruzar el puente romano, ante la expectación de tantos turistas que nos miraban sobrecogidos. ¡Qué alegría poder dar testimonio público de fe a una sociedad en su mayoría descreída!
Algunos voluntarios fuimos con antelación al Santuario de Covadonga para dejar todo listo ante la llegada de la columna de peregrinos. Era tanta la expectación del momento cumbre, que cada minuto me parecía una eternidad. Y, por fin, se fue oyendo y sintiendo cómo se acercaba el reguero incesante de peregrinos, que entonaban el «Laudate, laudate, laudate, Mariam». Se veían rostros fatigados, pero completamente dichosos. Algunos no podían contener las lágrimas de la emoción.
Muchos tuvieron que asistir a la Santa Misa del Santuario desde la explanada porque estaba rebosante de peregrinos, presagiando lo que seguirá sucediendo, Dios mediante, en años venideros.
Ya se disiparon las preocupaciones por que todo saliera bien. Allí estábamos, al fin, con Nuestra Señora de Covadonga y con el alma henchida por el sacrificio y la entrega. Después de la celebración, nos hicimos la ya tradicional foto de grupo antes de que empezaran las despedidas, los abrazos y, sobre todo, los deseos de verse de nuevo en la que será, si Dios quiere, la cuarta edición de la Peregrinación Nuestra Señora de la Cristiandad.
En definitiva, mi vivencia de la peregrinación ha sido muy especial y he vuelto a casa con deseos de conversión, que es de lo que todo esto trata, de convertirnos al Señor y salvar nuestra alma y la de nuestro prójimo. Dios quiera que el año que viene pueda repetir la experiencia como voluntaria, la cual recomiendo vivamente a todo el que se sienta animado a vivir una forma distinta de peregrinación, recordando las siguientes palabras del Señor: «Cuanto hicisteis a unos de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis» (Mt 25, 40).
PUBLICADO EN EL BOLETÍN «LAUDATE» Nº23 – AGOSTO 2023