Año 2022: Gran efemérides para España

D. Íñigo Serrano Sagaseta de Ilúrdoz, Pbro.

Grabado conmemorativo de la canonización en el que se observa el gran aparato que se levantó en la basílica de San Pedro.

En este año que acabamos de comenzar, nos disponemos a celebrar el IV centenario de la gran canonización, que tuvo lugar en Roma el 12 de marzo de 1622. En ella fueron elevados a los altares, conjuntamente, cuatro santos españoles, San Isidro Labrador, San Ignacio de Loyola, San Francisco de Javier y Santa Teresa de Jesús, junto con el italiano San Felipe Neri.

Como preparación al IV centenario de dicha efemérides, la Revista Anuario de Historia de la Iglesia de la Universidad de Navarra, dedicó en el año 2020 un monográfico al acontecimiento, ofreciendo una visión global de las consecuencias religiosas, canónicas y políticas que conllevó tan magno acontecimiento. En este artículo se ofrecen unas pinceladas de difusión de dichos estudios a los que nos remitimos para una mayor profundización en el tema.

La gestación de dichas canonizaciones no fue sencilla. El papa Paulo V, a instancias del Rey Felipe III, había decidido canonizar a San Isidro Labrador, lo que asumió también su sucesor Gregorio XV.  Su caso era verdaderamente singular, puesto que había recibido culto desde antiguo como santo, aunque sin el reconocimiento de Roma.

A su vez, jesuitas y carmelitas trabajaron a corto plazo en aras a una canonización conjunta, agregándose primero la beata Teresa, luego los beatos Ignacio de Loyola y Francisco de Javier; y por último, con el fin de evitar una ceremonia exclusivamente española, a instancias de la Sagrada Congregación de Ritos, se incluyó también al beato Felipe Neri.[1]

El proceso de canonización estaba adquiriendo cada vez un mayor cuerpo jurídico y a lo largo Edad Moderna, se transformó en una operación compleja y burocratizada.[2]

Los cinco santos de 1622 estuvieron entre los primeros en ser beatificados, como paso previo a su canonización. A principios del siglo XVII, la beatificación adquirió un carácter jurídico autónomo y se convirtió en un paso imprescindible hacia la canonización, aunque sin implicar que ésta se consiguiera.[3]

La ceremonia de canonización brilló por su gran solemnidad y a ella se unieron toda una serie de celebraciones populares, que no solamente tuvieron lugar en Roma, sino que llenaron de júbilo los distintos pueblos y ciudades que profesaban devoción a los nuevos santos.

Como ya venía siendo costumbre en las canonizaciones, se levantó una elegante arquitectura efímera dentro de la basílica Vaticana, que contribuía a realzar el acto. A cuantos contemplaron aquel magnífico teatro les sorprendió que la decoración estuviese centrada en el beato Isidro (41 cuadros que representaban su vida y milagros), cuestión debida a que ya se estaba preparando dicho aparato antes de que se añadieran el resto de los beatos en una canonización conjunta.

Colgaban en el centro grandes candelabros plateados con infinidad de luces y cuatro enormes coronas de las que pendían cuatro grandes estandartes con las imágenes de los nuevos santos. San Ignacio y San Francisco Javier estaban representados juntos en el mismo estandarte.

El ambiente que reinaba en los aledaños de la basílica de San Pedro era realmente de gran fiesta, tal y como recogen las distintas relaciones de la fiesta. Especialmente detallada es la escrita por Paolo Alaelonis[4], que actuó como maestro de ceremonias de tan destacada jornada y de la cual recogemos, a continuación, lo más destacado.

Comenzó el ceremonial en la capilla Sixtina. Encabezaba la magna procesión la Cruz, portada por el subdiácono apostólico. A continuación, se situaron los miembros de la curia, prelados, auditores, obispos, arzobispos y cardenales, todos ellos con traje coral y capa pluvial blanca. Finalmente, llegaba el Romano Pontífice en la silla gestatoria y bajo palio, cubierto con una mitra preciosa y sosteniendo una vela encendida con la mano izquierda.

En el atrio se unieron a la procesión las representaciones de las órdenes religiosas y del clero romano, así como los promotores de las cinco causas, llevando éstos un estandarte de sus correspondientes santos.

Una vez que el Papa se hubo sentado en la sede, recibió la acostumbrada obediencia a los patriarcas, arzobispos y obispos asistentes, que le besaron la mano. Por su parte, los obispos no asistentes al solio pontificio pasaron a besarle la rodilla, y los penitenciarios de San Pedro a besarle el pie.

Acabado lo cual, se presentó delante del Papa el cardenal Ludovisi, procurador de todos los beatos que se iban a canonizar, y estando ante el más bajo de los peldaños del solio, en medio del Señor de Labeccariis, abogado consistorial, y del Ceremoniero mayor, puestos de rodillas, el abogado hizo la primera petición (de que canonizara a los 5 beatos) al Papa, como es costumbre, en nombre de la Sacra y Cesárea Majestad, de los reyes y príncipes católicos. Y hecha esa primera petición, en nombre del Papa respondió don Juan Ciampolus, su secretario con un elegante discurso. Y el Papa descendió al faldistorio y se arrodilló, con mitra, junto a los demás mitrados y fueron cantadas las letanías ordinarias, como en el breviario hasta el Agnus Dei y el Kyrie.

Cantadas las letanías, el Papa volvió a la sede y se sentó, y fue hecha la segunda petición, urgiéndola como la primera vez el abogado consistorial, al que respondió brevemente el mismo secretario. El Papa descendió desde el solio y se puso de rodillas en el faldistorio. El cardenal diácono asistente dijo en alta voz: “Oremus”, el Papa se quitó la mitra y todos oraron durante un corto espacio de tiempo hasta que el diácono asistente, que estaba a su izquierda, dijo en voz alta: “Levate”. Todos se pusieron de pie y el Papa, estando sin mitra, junto al faldistorio, incoó el himno Veni Creator Spiritus mientras los obispos asistentes, que fueron el patriarca de Jerusalén y el arzobispo de Bari y los demás sostenían una vela en sus manos. Puesto de rodillas a los primeros versos, se levantó, tomó la mitra y volvió al solio y en la sede se quitó la mitra y sin ésta permaneció mientras la schola cantaba el himno Veni Creator.

Una vez cantada la oración, se acercó por tercera vez el cardenal Ludovisi con el abogado y el maestro de ceremonias, y el abogado hizo la tercera petición, urgiendo todo lo posible la canonización, y el secretario respondió brevísimamente, y estando sentado el Papa, leyó del libro la sentencia que, pronunciada por el abogado, pedía en nombre del procurador, el cardenal Carlos Ludovisi que decretara las bulas de canonización. A lo cual, el Papa sentenció con el solemne “Decretamus”.

Inmediatamente comenzaron a sonar las trompetas de plata y en la plaza de San Pedro y en el Castillo de Sant`Angelo se dispararon bombardas. Se levantó el Papa y entonó el Te Deum, a cuya finalización el cardenal Bonconpagni, que actuaba como diácono a la derecha del Papa, cantó la oración compuesta para los cinco nuevos santos.

Tras la celebración de la hora de tercia, el Papa cantó la misa de la fiesta de San Gregorio, añadiendo la segunda oración de los santos canonizados y concediendo también la indulgencia plenaria.

A pesar del tiempo cuaresmal y de la inminencia de la Semana Santa, los festejos por la canonización fueron muy sonados y se produjeron grandísimas demostraciones de júbilo por toda Roma. Se hicieron regocijos en la Iglesia de Santiago de los Españoles por la canonización de San Isidro, en el Gesù por la de San Ignacio y San Francisco Javier, en la de Santa María della Scala por la de Santa Teresa de Jesús y en la de Santa María in Vallicella por la de San Felipe Neri.

El gran acontecimiento previsto para el día siguiente, domingo 13 de marzo, fue la solemne procesión en la que se llevaron los estandartes de los nuevos santos a sus respectivas iglesias. Los nuevos santos, elevados a la gloria de los mayores héroes de la Iglesia, recorrían ahora las calles de Roma rodeados de clamor popular, en un clima de verdadera apoteosis.

Han sido muchas y variadas las interpretaciones que la historiografía ha realizado sobre dicha canonización. A pesar de la diversidad de opiniones, se puede afirmar, sin lugar a dudas, que el 12 de marzo de 1622 fue un día de gloria para Roma, un día de gloria para la Iglesia Universal y un día de gloria para España en particular. En efecto, aquel día la España religiosa moderna pudo contemplarse en el ejemplo de sus santos.[5]

Cada uno de los cinco santos canonizados tiene una enorme fuerza simbólica. Todos ellos son reflejo de los nuevos modelos de santidad que ofrece la Iglesia en la época posterior al Concilio de Trento. San Ignacio ostenta el papel de fundador y representa la fuerza que aportan las nuevas congregaciones de clérigos regulares; Santa Teresa, el éxito de la reforma de las antiguas órdenes religiosas y el modelo de santa escritora, que con el tiempo le haría convertirse en la primera doctora de la Iglesia; San Francisco Javier, el ardor misionero con el que la Iglesia Católica se expandió por todos los confines del planeta; San Felipe Neri, la vitalidad de un clero secular reformado; y San Isidro Labrador supone la participación del pueblo fiel, mostrando así que la santidad también es para los fieles y que estos pueden ser elevados a los altares.      

Ahora, al celebrar al IV centenario de dicha canonización, tenemos una ocasión muy especial para acercarnos a la historia de la iglesia, redescubrir la riqueza espiritual de estos cinco santos, profundizar en sus biografías, acoger sus enseñanzas y acudir a su poderosa intercesión.

¡Bendito sea Dios en sus ángeles y en sus santos!

[1] LABARGA, Fermín. 1622 o la canonización de la Reforma Católica en Anuario de Historia de la Iglesia 29 (2020), pp 78-93.

[2] SODANO, Giulio. El nuevo proceso de canonización de la edad moderna en Anuario de Historia de la Iglesia 29 (2020), pp.53-72.

[3] DEL RÍO BARREDO, María José. Canonizar a un santo medieval en la Roma de la Contrarreforma: Isidro Labrador, patrón de Madrid en Anuario de Historia de la Iglesia 29 (2020), pp 127-257.

[4] LABARGA, Fermín. Op. Cit. pp. 99-103

[5]ARMOGATHE, Jean-Robert. La fabrique des saints. Causes espagnoles et procédures romaines d´Urbain VIII à Benoit XIV, en Mélanges de la Casa de Velázquez, 33-2 (2003), p.26.

PUBLICADO EN EL BOLETÍN «COVADONGA» Nº4 – ENERO 2022