El peregrinar de un sacerdote

D. Pablo Pich-Aguilera Blasco, Pbro.

La experiencia de peregrinar es siempre algo mucho más que dar un paso tras otro por los caminos que conducen a una meta terrenal. Es un camino interior que se acompasa a los dolores, avatares, inclemencias, alegrías, luces y sombras de un camino exterior. El hecho mismo de peregrinar nos muestra que somos viadores hacia la patria celestial, que encuentra en este mundo hitos y consuelos en las distintas formas de presencia que el Señor dispone para aumentar en nosotros la Fe, la Esperanza y la Caridad.

Cada uno camina, además, en esta peregrinación, según su modo y estado. En mi caso, como sacerdote, puedo decir que es la peregrinación conjunta una plasmación de aquel pastoreo que estamos llamados a llevar a cabo. Por un lado la peregrinación propia e interior, pero por otro lado ese caminar como Iglesia peregrina, como Cuerpo Místico en comunión con la Iglesia de todos los siglos. En este sentido, el cariz Tradicional, que no es una opción sino la conciencia de caminar precisamente al lado de todos los que ya han peregrinado por este mundo y llamados a ser testigos del presente, pasar después el testigo a los que vendrán después.

Como sacerdote, la peregrinación ha sido un claro signo de esperanza, un tiempo de aliento, una ocasión para reposar intuiciones, anhelos, esperanzas, deseos, etc. Poder compartir con sacerdotes que tienen un mismo Señor, una misma Fe, un mismo Bautismo, es siempre encontrar un lugar de reposo porque el Señor se hace presente en compartir la misma Verdad, al mismo Cristo.

Poder hablar con sacerdotes con sus problemas, ilusiones, frutos y desgracias, y ver que al final ese es el camino de todos, ayuda a ver que, en primer lugar, nuestra esperanza debe estar solamente puesta en Cristo, y que nuestro trabajo es ser fieles a Él. En segundo lugar, nos descentramos de nosotros mismos, viendo que no somos el ombligo del mundo, que todos tenemos problemas, y muchos mucho más graves. En tercer lugar, es un estímulo ver sacerdotes trabajadores, entregados de veras al Señor y al anuncio del Evangelio. Compartir con ellos intercambiando ideas y experiencia es algo muy positivo, renueva la esperanza y estimula a un nuevo impulso hacia la santidad.

¡Y qué decir de los fieles! Compartir las inquietudes, preocupaciones, problemas y dudas con ellos es impresionante. Especialmente percibir esa sed de Dios que tienen, sed por la Verdad, por ir a fondo en las cuestiones. En estos momentos difíciles de la historia, poder ser partícipes del acompañamiento de los escogidos por el Señor para estos tiempos es siempre una alegría. ¡Cuánto he aprendido de ellos! Poder participar de su vida como pastores es algo que me estremece. Estamos llamados a ser Cristo para ellos, administradores de Sus misterios.

Estos encuentros siempre son una llamada de atención sobre la propia vida espiritual, porque sabemos que de la abundancia del corazón habla la boca. Y de nuestra boca solo debe pronunciarse lo que es propio del Verbo. ¡Cuánta falta nos hace repetirnos esta verdad! En virtud de la especial consagración por el Orden, somos injertados en el mismo sacerdocio de Cristo.

Por último, repetir sobre la Tradición. No solamente podemos quedarnos con los elementos externos, ni siquiera de la magnífica Liturgia Tradicional, sino especialmente recuperar ese espíritu que fue capaz de generarla. Un espíritu lleno de Dios, profundamente cristiano, donde Cristo era realmente el centro no solamente de la Liturgia sino de toda la vida cristiana. En la Misa, como en nuestra vida, Dios en el centro, y todo lo demás mira hacia Él.

De la mano de la Virgen Santísima, a quien pusimos por intercesora en nuestra peregrinación, caminamos en pos de la recuperación de una Tradición que sigue viva y que jamás podrá ser destruida. Adoramos a un Dios vivo y vivificante, no a unas cenizas. Miramos no a un pasado obsoleto sino a lo que fue un presente capaz de suscitar los más altos movimientos en el corazón del hombre y del que se ha intentado privarnos. La Santa Misa Tradicional no es un montaje, es la expresión más acabada de una humanidad que puso a Dios en la cumbre de sus anhelos y esperanzas, en el único lugar en el que puede estar, el primero y más alto.

Viva Cristo Rey y Viva la Santísima Virgen María

PUBLICADO EN EL BOLETÍN «LAUDATE» Nº15 – DICIEMBRE 2022