Las glorias de San Francisco Javier
D. Pablo Ormazabal Albistur, Pbro.
Aibar (Navarra) – Capítulo de San Francisco Javier (NSC-E) en el 400º aniversario de la canonización de Nuestro Santo Patrón
“Y ¿qué aprovecha al hombre ganar todo el mundo y perder su alma? ¿Pues qué dará el hombre a cambio de su alma?” (Mc 8,38).
Estas palabras evangélicas en la boca de San Ignacio, guipuzcoano universal y gloria de la cristiandad, atravesaron el corazón de otra gloria de la cristiandad y navarro universal, San Francisco Javier. La fuerza de la predicación, al comunicar la Palabra de Dios, no reside en el comunicador sino en la fuerza misma de esta Palabra y la verdad que contiene: Jesucristo mismo nuestro Señor.
Al honrar a San Francisco Javier, damos gracias al cielo por la canonización del patrono de las misiones. Junto a otros tres ilustres españoles y un italiano (San Isidro Labrador, Santa Teresa de Jesús, San Ignacio de Loyola y San Felipe Neri).
Al glosar las glorias de San Francisco Javier no podemos equivocarnos: la gloria de un santo es el resplandor de la Gloria (con mayúscula) que proviene de Dios y que es el fruto de la gracia que transforma a una pobre criatura en un hijo de Dios por el bautismo y en un santo a su llegada al cielo. Es la obra de la divinización del hombre. El propio San Francisco Javier, en los últimos meses de su vida, escribía al P. Barceo (hablando de cómo debía predicar, cosa que a los predicadores aquí nos hace mucho bien que nos lo recuerden):
“No se os olvide en ningún tiempo de pensar cómo hay muchos predicadores en el infierno que tuvieron más gracia de predicar que no vos, y que en sus predicaciones hicieron más fruto del que vos hacéis; y más, que fueron instrumento para que muchos dejasen de pecar, y lo que más es para espantar, que fueron causa instrumental para que muchos fuesen a la gloria; y ellos, los tristes, fueron al infierno, atribuyéndose a sí lo que era de Dios, echando mano del mundo, holgando de ser alabados de él, creciendo en una vana opinión y grande soberbia, por donde se perdieron. Por tanto, cada uno mire por eso, porque, si bien lo consideramos, no tenemos de qué gloriarnos, si no fuere de nuestras maldades, que éstas solo son nuestras obras: porque las buenas obras Dios las hace, para mostrar su bondad para nuestra confusión, viendo que por instrumentos tan viles se quiere manifestar a los otros.”[1]
La Gloria de nuestro Señor se refleja de muchos modos en la personalidad, humanamente muy rica, de nuestro santo. Vamos a señalar dos aspectos, dos virtudes mejor dicho, que son características de San Francisco Javier y son una luz para nuestra vidas, sin dudarlo: su confiado abandono en los designio de la Providencia y su magnanimidad.
Abandono confiado en la Providencia. Si hoy, como en generaciones pasadas, asistimos atónitos a la grandeza de la obra misionera de San Francisco Javier, es sólo porque él no hizo un plan predeterminado de su vida, sino que se dejó conducir por la mano de la Providencia, invisible en apariencia pero manifestada visiblemente en los acontecimientos, O, dicho de otro modo, supo ver a Dios y su plan amoroso en todas las cosas, sin quejas y con una confianza que nace de la renuncia a brillar con luz propia para que sea Dios quien resplandezca con su Luz. Si Francisco Javier fue a las Indias orientales no fue porque se pensó en primer lugar en él. De hecho, él era el secretario de la compañía en Roma. Pero fue la enfermedad y la indisposición de Nicolás de Bobadilla lo que hizo que Francisco fuera. Lo que a los ojos de los hombres podría suponer una complicación no era así a los ojos de Dios, el cual se sirve de las causas segundas (también de las cosas aparentemente malas) para obrar el bien. Es una verdad clara de nuestra fe que Dios obra en todo para el bien de los que le aman, y San Francisco Javier nos enseña a saber ver en cada circunstancia concreta de nuestra vida la voluntad de Dios y la esperanza de obtener fruto si secundamos sus planes. Si Bobadilla no se hubiera puesto enfermo no sabemos que habría sido de San Francisco Javier. Si éste se hubiera aferrado a su posición en la incipiente Compañía quizás nunca habría ido al Oriente. Su respuesta fue inmediata. Y tú y yo, ¿respondemos con prontitud a los planes de Dios en nuestra vida y sabemos ver en todo la mano amorosa de Nuestro Señor que está por encima de todos los acontecimientos y que lo ve todo y mira más allá?¿Confiamos en su gracia que siempre nos acompaña y nunca nos abandona y que nos hace poner la mirada en Él, en su Gloria y no en nosotros y la nuestra?
Magnanimidad. Fruto sin duda de este abandono confiado la Caridad creció y uno de sus frutos y virtudes derivadas más preciosas se expandió: la magnanimidad. Si el abandono confiado a los planes de Dios engendra como fruto precioso una gran humildad (tu vida ya no depende de ti) esta humildad necesita de la magnanimidad para que el plan de Dios se expanda a través nuestro. Santo Tomás de Aquino dirá que ambas van de la mano y son guiadas por la recta razón iluminada por la fe: “la humildad reprime el apetito a fin de que no aspire a cosas que superan el orden de la recta razón. La magnanimidad nos impulsa a lo grande, pero presidido por la recta razón (…) ambas convienen en someterse al dictamen de la recta razón” (S. Th. II-IIae, q.161, a.1 ad 3). Dios nos llama a cosas grandes porque Él mismo es grande y no por nuestra grandeza. Es el impacto en la vida de Javier de la meditación del Rey Temporal en los ejercicios espirituales: “Mi voluntad es de conquistar toda la tierra de infieles” (EE 93). Javier sirve a Dios que es grande y al que nuestras miserias no deben empequeñecer. Creo que esta virtud es especialmente necesaria hoy para nosotros, discípulos de Jesucristo. Este mundo y esta sociedad tan alejada del Señor ha de ser conquistada para su amor y su Reino. Si no somos humildes nos guiará la soberbia y si no nos abandonamos a sus planes, no pensaremos a la medida de Dios. Y empequeñeceremos los planes de Dios sobre nosotros guiados por una falsa humildad y las almas serán conquistadas por sus enemigos (el mundo, el demonio y la carne) porque nosotros no nos atrevimos a servir a tan gran Rey.
Por eso, hoy las glorias de San Francisco nos remiten a la pregunta del Evangelio que inicio la transformación de su vida: ¿De que te sirve a ti ganar tu (pequeño) mundo si Dios tiene preparadas grandes cosas? Salva tu alma y ganaras todo el mundo puesto a los pies de su Rey, Jesucristo nuestro Señor. Amén.
[1] Instrucción tercera al P. Barzeo sobre la humildad, Goa entre el 6 y 14 de abril de 1552, n.9, en: F. Zubillaga S.I., Cartas y escritos de San Francisco Javier, Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid 1953, 486
PUBLICADO EN EL BOLETÍN «COVADONGA» Nº8 – MAYO 2022