La Misa Tradicional, un gran legado litúrgico de Benedicto XVI (parte I)

Mons. D. Alberto José González Chaves, Pbro.

Ya en 1965, recién terminado el Concilio, el joven Ratzinger afirmaba en Münster, en una conferencia sobre la renovación en la Iglesia: «La gozosa emoción que provocó la idea de aggiornamento hace tiempo que se ha apagado»[1]. También por entonces, lamentaba: «Ahí están, entre dos piedras de molino, los que han luchado y sufrido por la renovación de la Iglesia, y que ahora se preguntan si las cosas no iban mejor en tiempos de los conservadores, que bajo el dominio del «progresismo»»[2]. Embarcado en una reforma «sin criterio»[3], el posconcilio había confundido el aggiornamento con el mero cambio estructural, sin ir a las raíces de la verdadera reforma: malbaratando métodos pastorales muy valiosos se contribuía a una pavorosa crisis de fe, que aún continúa. Según Ratzinger, una hermenéutica que tergiversa el mensaje cristiano en palabras sin contenido, es una “teología antiteológica”[4]

En 1984, el Cardenal Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe recordaba que «el Vaticano II se encuentra en rigurosa continuidad con los dos concilios anteriores (Trento y Vaticano I) y recoge literalmente su doctrina en puntos decisivos»[5]. “La Iglesia no es nuestra, sino suya. En consecuencia, las «reformas», las «renovaciones» —por apremiantes que sean—, no pueden reducirse a un celoso activismo para erigir nuevas y sofisticadas estructuras. […] Verdadera «reforma»… no significa entregarnos desenfrenadamente a levantar nuevas fachadas, sino (al contrario de lo que piensan ciertas eclesiologías) procurar que desaparezca, en la medida de lo posible, lo que es nuestro, para que aparezca mejor lo que es suyo, lo que es de Cristo»[6]. Por eso los verdaderos reformadores han sido siempre los santos. Para explicarlo, había recurrido Ratzinger años antes a nuestra Teresa de Jesús: ¡ella sí que entendió la reforma, como una verdadera renovación eclesial rejuvenecedora! La Santa «tiró por la ventana el aggiornamento y creó la renovación que no era concesión, sino exigencia urgente de entregarse a la expropiación escatológica de Cristo».[7]

Por eso, a fin de reconocer la prioridad de Dios sobre la Iglesia, Ratzinger invita a leer el Vaticano II sobre todo a partir de su primer texto aprobado: la Constitución dogmática sobre la sagrada liturgia, Sacrosanctum Concilium. Ya en 1966, al año del Concilio, en el congreso del Katholikentag, Ratzinger hablaba de su manifestación más visible: la renovación litúrgica, destacando que la desaparición del latín en las celebraciones litúrgicas supondría perder un vínculo de unidad[8], y avisando de la pérdida del silencio sagrado y de una futurible deriva hacia un activismo humano, que ocuparía el lugar del encuentro con el Señor e iría en detrimento de la dignidad estética de la celebración[9]. Ya entonces ponía también en guardia de que, si en vez de Cristo, el centro de la celebración es el sacerdote, «se perfila en la liturgia un cierto clericalismo»[10].

En 2003, con motivo de los cuarenta años de la Sacrosanctum Concilium, el cardenal Ratzinger, adalid del «desarrollo orgánico» de la liturgia, afirmaba que «la tarea de los concilios no es producir cosas antes desconocidas, sino filtrar de entre las corrientes de una época lo que es válido, lo que realmente ha crecido a partir de la fe de la Iglesia». En tal sentido, las categorías fundamentales de la reforma litúrgica son: inteligibilidad, participación, sencillez. Pero, «lamentablemente…, en la praxis posconciliar, el carácter instructivo se ha extendido desmesuradamente casi en todas partes, llegando incluso a imprimir un cuño escolar a la liturgia… Palabra y palabrería son dos cosas distintas… Esta frase debe entenderse sobre el trasfondo de una liturgia clericalizada, que permaneció en gran medida ajena al pueblo; y esto, no solo por la lengua latina… La liturgia misma no puede ser transformada en una clase de religión, y no puede resolverse con una banalización. Hace falta formación litúrgica o, más bien, en general, formación espiritual… En la liturgia –concluye bellamente– se hace presente el amor crucificado de Dios… En esta alegre certidumbre la celebramos, y así la celebramos correctamente»[11].

 

[1] J. Ratzinger, «Was heißt Erneuerung der Kirche?», Diakonia 1 (1966) 303-316; Das neue Volk Gottes. Entwürfe zur Ekklesiologie, Düsseldorf 1969, 267-281; 

[2] J. Ratzinger, Kirche-Zeichen unter den Volkern. Schriften zu Ekklesiologie und Okumene, Gesammelte Schriften 8/2 (=JRGS 8/2), Freiburg-Basel-Wien 2010, 1186-1187.

[3] Cf. H. Jedin, Vatikanum II und Tridentinum. Tradition und Fortschritt in der Kirchengeschichte, Köln-Oppladen 1968, 31.

[4] J. Ratzinger, Kirche-Zeichen unter den Volkern. Schriften zu Ekklesiologie und Okumene, Gesammelte Schriften 8/2 (=JRGS 8/2), Freiburg-Basel-Wien 2010,  1201

[5] J. Ratzinger, Informe sobre la fe, BAC, Madrid 1986, 34; cf. «Balance de la época posconciliar. Fracasos, tareas y esperanzas» en Teoría de los principios teológicos, Barcelona 1985, 439-453; «Der Weltdienst der Kiche. Auswirkungen von ‘Gaudium et spes’ im lezten Jahrzent», Communio 4 (1975) 439-454.

[6] J. Ratzinger, Informe sobre la fe, 61

[7] J. Ratzinger, El nuevo pueblo de Dios. Esquemas para una eclesiología, Barcelona 1972, 335-356.

[8] A pesar de lo señalado en Sacrosanctum Concilium 36, 54, 101

[9] J. Ratzinger, El nuevo pueblo de Dios. Esquemas para una eclesiología, Barcelona 1972, 335-356.

[10] Ibid. 344. A este clericalismo ha contribuido también el desprecio de la religiosidad popular, defendida por Ratzinger: “La religiosidad popular es el humus sin el cual la liturgia no puede desarrollarse. Desgraciadamente muchas veces fue despreciada e incluso pisoteada por parte de algunos sectores del Movimiento Litúrgico y con ocasión de la reforma postconciliar. Y, sin embargo, hay que amarla, es necesario purificarla y guiarla, acogiéndola siempre con gran respeto, ya que es la manera con la que la fe es acogida en el corazón del pueblo, aun cuando parezca extraña o sorprendente. Es la raigambre segura e interior de la fe. Allí donde se marchite, lo tienen fácil el racionalismo y el sectarismo” (J. Ratzinger, El espíritu de la liturgia. Una introducción, Ed. Cristiandad, Madrid 2001, 227).

[11] J. Ratzinger, «40 Jahre Konstitution uber die heilige Liturgie. Rückblick und Vorblick»in Gesammelte Schriften 11, 695-711.

PUBLICADO EN EL BOLETÍN «COVADONGA» Nº13 – OCTUBRE 2022