Novena al Santo Ángel Custodio de España
Primer día

Compuesta por Mons. Leopoldo Eijo Garay

Por la señal…

Acto de contrición: Señor mío Jesucristo…

Oración inicial para todos los días

Oh, bienaventurado espíritu celestial, a quien la Divina Misericordia se ha dignado confiar el glorioso Reino de España, para que lo defiendas y custodies; postrados ante ti y en amorosa unión contigo damos al Señor humildes y fervientes gracias por haber tenido para con nosotros la misericordiosa providencia de ponernos bajo tu protección; contigo le alabamos y bendecimos y a su divino servicio rendidamente nos ofrecemos.

Acepta, Ángel Santo, estos piadosos cultos que a tu honor dedicamos, ilumina nuestras inteligencias, conforta nuestras voluntades, presenta al Señor nuestras plegarias avaloradas con las tuyas; defiéndenos del enemigo de nuestras almas, que también lo es, y muy feroz, de nuestra Patria; alcánzanos del Señor que saquemos fruto y provecho espiritual de estos cultos, que crezcamos en la veneración a ti, en tu amor y en la docilidad a tus enseñanzas y dirección para que defendidos, custodiados y regidos por ti sirvamos fidelísimamente a Dios en nuestra vida privada y pública; para que se salven nuestras almas y las de nuestros compatriotas todos; para que España sea siempre el paladín de la Fe Católica y Dios Nuestro Señor la bendiga, prospere y glorifique. Amén.

Meditación: excelencia de la naturaleza angélica

Escribía en el siglo I el papa San Clemente: «Consideremos el ejército de ángeles que circundan a Dios y obedecen a su voluntad»[1]. Dogma es de nuestra santa fe católica que desde el principio del tiempo creó Dios la naturaleza espiritual (además de la corporal y de la humana, común a ambas) como compuesta de espíritu y cuerpo[2]. Esta verdad pertenece al número de aquellas que la humanidad en todos los tiempos y lugares ha poseído, como restos del tesoro de la revelación primitiva, aunque la corrupción y el error las deformase y mixtificase. Todos los pueblos han reconocido la existencia de los ángeles, seres invisibles, incorpóreos, superiores al hombre, influyentes en su vida y sus destinos.

«Que existen los ángeles y los arcángeles —predicaba San Gregorio Magno[3]— lo dicen casi todas las páginas de la Sagrada Biblia». Desde el libro del Génesis hasta el del Apocalipsis, en el período patriarcal, en el mosaico y en el cristiano constantemente figuran los Santos Ángeles, ora como criaturas y servidores de Dios encargados de manifestar la divina voluntad a los hombres, ora administrando y ejecutando los salutíferos rigores de su justicia, ora anunciando con arrobadores cánticos el nacimiento del Verbo encarnado, ya defendiendo a las almas contra las insidias y seducciones de los ángeles pecadores y caídos. Aunque no los veamos, decía San Agustín, por la fe sabemos que existen los ángeles; no nos es lícito dudarlo.

Incontable es su número; el profeta Daniel, que en una de sus visiones los contempló rodeando el trono del Altísimo, dice de ellos: «Millares de millares le servían y millones de millones asistían ante Él»[4]. La misma frase emplea San Juan en el Apocalipsis[5] para indicar lo indefinido y grande del número que no puede expresarse con lenguaje humano, como explica San Jerónimo. Muchos, innumerables son los ángeles que rodean al Hacedor según confiesan todos los profetas, dice San Ireneo[6], y en igual sentido se expresan todos los Santos Padres.

Considera cuán grande sea el poder de Dios, a quien como a Soberano y Señor circundan y sirven los ángeles atentos a sus mandatos, obedientes a la más leve señal de su voluntad. Y tú, criatura suya como ellos, proponte estar y permanecer siempre a su divino servicio, lleno de agradecimiento porque te es dado servir y complacer al Rey de infinita majestad.

¿Y cómo concebir con mente humana y expresar con lenguaje terrenal las excelencias de naturaleza y de gracia con que ha enriquecido el Omnipotente a sus ángeles? Criaturas perfectísimas ajenas a toda composición material y a toda corrupción; inteligencias puras que no con el lento paso de nuestro raciocinio, sino instantáneamente, por intuición, adquieren el conocimiento de la verdad. Si es grande el hombre por su inteligencia, y ella lo constituye en rey de la naturaleza material, que subyuga a su servicio, ¿cuánto más no lo será el ángel cuyo vuelo intelectual no traban la pesadumbre e imperfección de la materia? Con razón decía Tertuliano: «después de Dios, los ángeles»; y San Agustín: «por dignidad de naturaleza precede la angélica a cuanto Dios creó».

Y no se contentó el Creador con dotarlos de tan perfecta naturaleza, sino que los elevó a la vida sobrenatural, derramó sobre ellos los carismas de su gracia y santificación, les concedió filiación adoptiva, y se manifestó a ellos tal cual es en sí mismo. Así ven ellos cara a cara a Dios, y esta intuitiva contemplación de tal suerte los llena de luz y los inunda de felicidad que son para siempre bienaventurados. Ellos forman su corte en la Celestial Jerusalén, le alaban y bendicen, y postrándose con amorosa humildad le proclaman tres veces Santo.

Pondera la sabiduría del Supremo Hacedor y su infinita bondad, de la cual son reflejo las angélicas perfecciones; pídele que, pues se ha dignado darte inteligencia (la cual te asemeja a los ángeles y aun a Él mismo), no consienta que te degrades y envilezcas sirviendo a las groseras inclinaciones de la carne. Bendícele y alábale en unión con los angélicos espíritus, y dale gracias por haber deputado a una de estas perfectísimas criaturas para que sea poderoso custodio tuyo, de tu familia y de todos los que formamos una misma Patria.

Oración

Oh, gloriosísimo Ángel Custodio de España, criatura nobilísima enriquecida por Dios con tan excelsos dones de naturaleza y de gracia, tú que gozando de la eterna bienaventuranza vives consagrado a servir al Señor en la custodia y defensa de nuestra Nación, alcánzanos del Todopoderoso la gracia, que por tu intercesión confiadamente le pedimos, de vivir siempre a su servicio. ¡Qué felices tiempos aquellos en que nuestra Patria amadísima por medio de sus piadosos Reyes, de sus inspirados artistas, de sus iluminados doctores, de sus heroicos guerreros y de sus innumerables santos se esforzaba en dar gloria a Dios propagando y defendiendo la Religión Católica y mereciendo ser coronada de gloriosos laureles en todos los ramos de la humana actividad, madre fecunda de numerosos pueblos, señora de otros muchos y maestra de todos! Tú, Ángel Santo, bajo cuyas alas protectoras nos puso el Señor, ilumina nuestras mentes, mueve y aúna nuestras voluntades, para que, con unidad de fe y concordia de acción, busquemos todos el Reino de Dios y su justicia, seguros de que todo lo demás se nos dará por añadidura y de que así lograremos para nuestra Patria glorias inmarcesibles y para cada uno de nosotros la gloria eterna. Amén.

Padre nuestro. Ave María. Gloria.

Ejemplo bíblico

Bellísimo símbolo de la admirable providencia con que Dios gobierna el mundo por medio del ministerio de sus ángeles es la visión que en sueños tuvo el patriarca Jacob.

Dice el sagrado libro del Génesis[7] que Jacob, habiendo partido de Bersabée proseguía su camino hacia Harán. Y llegado a cierto lugar, queriendo descansar en él después de puesto el sol, tomó una de las piedras que allí había y, poniéndosela por cabecera, durmió en aquel sitio. Y vio en sueños una escala de pie sobre la tierra y cuyo remate tocaba en el cielo, y ángeles de Dios que subían y bajaban por ella; y el Señor apoyado sobre la escala que le decía: «Yo soy el Señor Dios de Abraham, tu padre, y el Dios de Isaac; la tierra en que duermes te la daré a ti y a tus descendientes».

¡Hermosísimo cuadro! Abajo descansa plácidamente el justo perseguido, reponiendo sus fuerzas; arriba se le aparece el Señor que desde la altura lo rige todo. Y entre uno y otro, yendo y viniendo, los ángeles santos, ministros y servidores del Altísimo, ejecutores fieles de sus mandatos, bajando para mover a los hombres al bien, iluminar sus mentes, inflamar en santos afectos sus voluntades, defenderlos de las asechanzas del ángel caído, que envidioso de la gloria de Dios y de la felicidad a que estamos destinados, explota para nuestro mal nuestra facilidad al pecado y el desorden de nuestra concupiscencia. O subiendo como para recibir nuevas órdenes de su amoroso y divino Soberano; descendiendo para servir al Señor en la custodia de cada uno de los hombres y de sus diversas agrupaciones o estados, y singularísimamente de la Santa Iglesia Católica y sus distintas corporaciones. O ascendiendo al cielo para ofrecer al Altísimo las flores de devoción y de amor, los frutos de virtudes y buenas obras, el oloroso incienso de las oraciones, las lágrimas de resignado dolor, los suspiros de contrición y penitencia que de la tierra dirigimos al cielo.

De ahí viene el nombre de ángel, que no expresa la naturaleza, sino el ministerio, pues equivale a decir nuncio, enviado, mensajero; porque esas perfectísimas criaturas sirven a Dios, como dice San Bernardo, trayéndonos sus gracias y llevándole nuestras oraciones y buenas obras, ofreciéndole nuestras lágrimas y nuestros trabajos y volviendo a nosotros con sus dones.

Antífona. Bendito sea el Señor, que por medio del Ángel de salvación visitó a nuestro pueblo y nuestra Nación y la libró de las manos de cuantos la odiaban y dirigió nuestros pasos por el camino de la paz.

. Enviará el Señor su Ángel en rededor de los que le temen.

. Y los librará.

Oremos. Omnipotente sempiterno Dios, que con inefable Providencia has destinado un Ángel a cada Reino para su custodia: concédenos, te suplicamos, que por las preces y el patrocinio del Ángel Custodio de nuestro Reino nos libremos siempre de toda adversidad. Por Jesucristo Nuestro Señor. Amén.

[1] Primera epístola a los corintios, 34-35.
[2] Concilio Vaticano I, sesión III, cap. I.
[3] Homilía sobre los Evangelios nº 24.
[4] Dn 7, 10.
[5] Ap 5, 7.
[6] Contra herejes I, 2, cap. 7, nº 4.
[7] Gn 28.