ORIGEN Y FUNCIÓN DEL PAPADO
D. Samuel Clavijo Gómez, Capítulo de Nuestra Señora de Covadonga

«Tu es Petrus, et super hanc petram aedificabo Ecclesiam meam»
A la vista de todos los eventos que se han ido sucediendo últimamente en nuestra amada Iglesia, quisiera hacer aquí un pequeño resumen sobre lo que los católicos creemos acerca de la institución del papado. Como con cualquier doctrina, existen riesgos manifiestos, a un lado y otro de la ortodoxia, de caer en el error. En primer lugar, quisiera aportar recursos bíblicos para poder entender esta institución divina desde su origen y, así mismo, para proveer las herramientas necesarias en orden a proteger el depósito de la Fe frente a hostilidades heterodoxas. En segunda instancia, quiero compartir algunas aportaciones históricas que han proporcionado los Padres de la Iglesia desde los primeros siglos, y que son prueba indiscutible de este pío ministerio.
Normalmente, cuando se habla del papado, solemos mencionar Mateo 16, 18 : «Y yo también te digo que tú eres Pedro, y sobre esta roca edificaré mi iglesia; y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella». Sin embargo, este versículo no ha estado falto de polémica, especialmente en la discusión con las comunidades protestantes. Esto se debe a la doble interpretación sobre qué constituye «la roca». Haciendo una exégesis profunda, es válido afirmar que Jesucristo también funda la Iglesia sobre la confesión de Pedro, esto es, que el Señor es el Hijo del Dios Vivo. Así lo expresó san Agustín.
No obstante, esta exégesis no invalida la misión que Simón recibe de Cristo. En primer lugar, le cambia el nombre a Cefas/Pedro (`piedra’), lo cual constituye un significado sobre su encargo ministerial (esto está presente con muchas otras personas en la Escritura). Juan 1, 42 : «Y le trajo a Jesús. Y mirándole Jesús, dijo: Tú eres Simón, hijo de Jonás; tú serás llamado Cefas (que quiere decir, Pedro)». Por otra parte, sólo a él le da las llaves del Reino de los Cielos, no a cualquier Apóstol. Y añade: «Y todo lo que atares en la tierra será atado en los cielos; y todo lo que desatares en la tierra será desatado en los cielos».
Así, no tendría sentido pensar que el único entendimiento válido de este pasaje es algo tal que así: «Tú eres (piedra), y sobre mí, aunque te esté hablando a ti, voy a edificar mi Iglesia, ahora dame mis llaves». Se ve también una prefiguración veterotestamentaria en Isaías 22, donde Eliaquim es un tipo de Pedro, y es constituido mayordomo de la casa de David: «En aquel día llamaré a mi siervo Eliaquim, hijo de Hilcías, y lo vestiré de tus vestiduras, y lo ceñiré de tu talabarte, y entregaré en sus manos tu potestad; y será padre al morador de Jerusalén, y a la casa de Judá. Y pondré la llave de la casa de David sobre su hombro; y abrirá, y nadie cerrará; cerrará, y nadie abrirá. Y lo hincaré como clavo en lugar firme; y será por asiento de honra a la casa de su padre».
Nuevamente, algunos aluden a Apocalipsis 3 para decir que esto sólo le corresponde a Jesucristo: «Escribe al ángel de la iglesia en Filadelfia: Esto dice el Santo, el Verdadero, el que tiene la llave de David, el que abre y ninguno cierra, y cierra y ninguno abre». Esto no hace sino reforzar la verdadera doctrina sobre el papado, y deja entrever qué significa ser un Vicario: El Papa es el que «hace las veces de Cristo», en quien está delegado el reinado sobre la Iglesia mientras Cristo no reine visiblemente. En ningún caso quiere decir que el Papa sea Cristo.
Otra referencia bíblica esencial sería Lucas 22: «Dijo también el Señor: Simón, Simón, he aquí Satanás os ha pedido para zarandearos como a trigo; pero yo he rogado por ti, que tu fe no falte; y tú, una vez vuelto, confirma a tus hermanos. Él le dijo: Señor, dispuesto estoy a ir contigo no solo a la cárcel, sino también a la muerte. Y él le dijo: Pedro, te digo que el gallo no cantará hoy antes que tú niegues tres veces que me conoces». Fíjense que el Señor predice las negaciones de Pedro y le dice que, una vez vuelva, sea él quien confirme a sus hermanos, y no al revés. No que le confirmen a él por haber caído, sino él a los demás. Podría corregirle Juan, que fue más fiel y se quedó a los pies de la Cruz, pero no es así como ocurre. La superioridad, por ejemplo, de Pedro sobre Juan la vemos en Juan 20, 1-8, cuando ambos van al sepulcro vacío. Juan esperó a Pedro, no se precipitó para tomar una decisión sin su aprobación, sino que respetó la posición que Dios le había otorgado.
En el siguiente capítulo, el 21, se puede leer: «Cuando hubieron comido, Jesús dijo a Simón Pedro: Simón, hijo de Jonás, ¿me amas más que estos? Le respondió: Sí, Señor; tú sabes que te amo. Él le dijo: Apacienta mis corderos. Volvió a decirle la segunda vez: Simón, hijo de Jonás, ¿me amas? Pedro le respondió: Sí, Señor; tú sabes que te amo. Le dijo: Pastorea mis ovejas. Le dijo la tercera vez: Simón, hijo de Jonás, ¿me amas? Pedro se entristeció de que le dijese la tercera vez: ¿Me amas? y le respondió: Señor, tú lo sabes todo; tú sabes que te amo. Jesús le dijo: Apacienta mis ovejas. En verdad, en verdad te digo: Cuando eras más joven, te ceñías, e ibas a donde querías; mas cuando ya seas viejo, extenderás tus manos, y te ceñirá otro, y te llevará a donde no quieras. Esto dijo, dando a entender con qué muerte había de glorificar a Dios. Y dicho esto, añadió: Sígueme». Sólo a Pedro, nuevamente, le pide que apaciente a su rebaño, sólo a él la misión de confirmar universalmente a todos sus hermanos. Ningún diálogo de este calado, con la entrega de semejantes responsabilidades, mantiene Nuestro Señor Jesucristo en la Escritura con otra persona.
Por otra parte, en el libro de Hechos de los Apóstoles, podemos ver que toda la estructura de la Iglesia Apostólica gira en torno al liderazgo de Pedro, y por eso sabemos que donde está Pedro, ahí está la Iglesia. Sin comunión con la cabeza visible no se puede estar entre los escogidos; y de aquí el conocido adagio «Ubi Petrus, Ibi Ecclesia»1.
Vamos, en este apartado, a dar algunas citas relacionadas, para entender mejor la misión y la responsabilidad particular de Pedro:
Hechos 1, 15: Pedro dirige la elección de Matías: «En aquellos días Pedro se levantó en medio de los hermanos (y los reunidos eran como ciento veinte en número), y dijo…».
Hechos 2, 14: Predica el primer gran discurso de pentecostés: «Entonces Pedro, poniéndose en pie con los once, alzó la voz y les habló diciendo…».
Hechos del capítulo 3 al 5: Los milagros y predicaciones en Jerusalén. Pedro aparece constantemente como: el que sana (al paralítico en la Puerta Hermosa); el que predica; el que desafía al Sanedrín. Y, siempre, lleno de Espíritu Santo: «Pedro, lleno del Espíritu Santo, les dijo…», Hechos 4, 8.
Hechos 9, 32–43: Pedro actúa como un «sumo pastor» itinerante y hace milagros: sana a Eneas en Lida; resucita a Tabita en Joppe. Es decir, los fieles buscan a Pedro, no a otro.
Hechos 10–11: Pedro y la conversión de Cornelio o cuando Pedro abre la puerta de la Iglesia a los gentiles. Y es que es él quien recibe la visión del lienzo, porque el Espíritu Santo confirma su decisión («¿Quién soy yo para oponerme a Dios?», Hch 11,17).
Hechos 15: Pedro dirige el primer concilio de la Iglesia, el concilio de Jerusalén. Habla primero y luego confirman Santiago y los demás: «Y se reunieron los apóstoles y los ancianos para conocer de este asunto. Y, después de mucha discusión, Pedro se levantó y les dijo: Varones hermanos, vosotros sabéis cómo ya hace algún tiempo que Dios escogió que los gentiles oyesen por mi boca la palabra del evangelio y creyesen…». Es curioso que Pedro remarque que Dios escogió que los gentiles oyeran por medio de él cuando es conocido que a ese menester estaba más entregado el apóstol Pablo.
En Gálatas 1, 18, Pablo reconoce la autoridad de Pedro: «Después, pasados tres años, subí a Jerusalén para ver a Pedro, y permanecí con él quince días». En ese pasaje, varias cosas llaman la atención. Una de ellas es que en el versículo anterior indica que solo va a verlo a él, no a otro. Por otra parte, el verbo usado (ἱστορῆσαι, historesai) significa «recibir autoridad, aprendizaje». Pablo fue a recibir el discipulado de Pedro.
1 Pedro 5, 1-3: Pedro se presenta con humildad como presbítero (anciano), pero ejerce función de exhortación a otros pastores. Está ejerciendo liderazgo pastoral como cabeza del colegio apostólico.
Mateo 17, 24-27: «Cuando llegaron a Capernaum, vinieron a Pedro los que cobraban las dos dracmas, y le dijeron: ¿Vuestro Maestro no paga las dos dracmas? Él dijo: Sí. Y al entrar él en casa, Jesús le habló primero, diciendo: […] Para no ofenderles, ve al mar, y echa el anzuelo, y el primer pez que saques, tómalo, y al abrirle la boca, hallarás un estatero; tómalo, y dáselo por mí y por ti». Solo Pedro representa a Cristo en el pago. Los otros apóstoles no son mencionados. Pedro es el vínculo visible entre Cristo y la comunidad. Ahí se ve claramente como vicario, le piden explicaciones por Cristo y Cristo responde a través de Pedro.
Juan 6, 66-69: Pedro habla en nombre de todos los Doce, reafirmando la fe como portavoz de la Iglesia.
1 Corintios 15, 3–5: Jesús resucitado «se apareció a Cefas, y luego a los Doce». San Pablo reconoce que Pedro fue el primero de los apóstoles en ver al Resucitado, antes incluso que el colegio apostólico.
Con todos estos ejemplos, queda demostrada la primacía petrina a lo largo de todo el Nuevo Testamento. Pero ¿significa esto que cualquier cosa que diga o haga su sucesor es correcta? ¿Que nadie puede estar en desacuerdo con el obispo de Roma? ¿Hasta dónde llega la infalibilidad del Papa? ¿Se equivocó Pablo cuando corrigió a Pedro? Os dejo con unas citas muy acertadas del Cardenal San John Henry Newman, que en su día fue muy perseguido por los ultramontanos:
«El Papa, que proviene de la Revelación, no tiene jurisdicción sobre la Naturaleza. No tiene jurisdicción sobre la ciencia, ni sobre el arte, ni sobre el derecho, ni sobre la filosofía, ni sobre ningún otro asunto secular, excepto en la medida en que estos toquen la religión».
«El Papa no es infalible en cada pensamiento o palabra suya; sólo es infalible cuando habla ex cathedra en materia de fe y de costumbres».
«Reconozco libremente que los Papas, tomados individualmente, no han sido infalibles en sus opiniones, actos o políticas. El Papa Esteban, por ejemplo, fue contradicho por San Cipriano y la Iglesia africana; y posteriormente su decisión fue revocada. El Papa Liberio firmó una fórmula herética; el Papa Vigilio emitió dos decisiones contradictorias; el Papa Honorio fue condenado después de su muerte por herejía».
Es por esto que se producen las famosas «dubias», que los subordinados del Santo Padre pueden presentarle cuando consideran que la doctrina está en riesgo de desviarse o alguna cuestión magisterial o pastoral no ha quedado suficientemente clara.
Avanzamos en el tema. Y ¿al Papa lo escoge el Espíritu Santo? Esto parece una leyenda urbana que se ha extendido mucho incluso dentro de la Iglesia, y hasta entre personas que disfrutan de un buen grado de formación. Dios nunca nos obliga a cooperar con él, y a los cardenales que escogen al Papa en los cónclaves tampoco. Esto dijo Benedicto XVI al respecto:
«No lo diría, en el sentido de que el Espíritu Santo escoge al Papa. Yo diría que el Espíritu no toma exactamente el control del asunto, sino que más bien como un buen educador, por así decirlo, nos deja mucho espacio, mucha libertad, sin abandonarnos por completo. Por lo tanto, el papel del Espíritu Santo debe entenderse en un sentido mucho más elástico, no que él dicte el candidato por el que uno debe votar. Probablemente la única garantía que él ofrece es que la cosa no puede estar totalmente arruinada. Hay demasiados ejemplos contrarios de papas que el Espíritu Santo obviamente no habría elegido».
Por último, frente a las acusaciones de los cismáticos orientales (que se premian con el título de «ortodoxos») de que el obispo de Roma sólo tenía en origen una primacía honorífica pero no primacía universal, quiero presentar a continuación unas cuantas citas de los primeros cristianos:
San Cipriano de Cartago (nacido en el año 200): «La Iglesia es una, y esta unidad está representada en la cátedra de Pedro. Si alguno no mantiene la unidad de Pedro, ¿puede imaginar que todavía mantiene la fe?». Y sigue: «El cisma no puede tener origen en otra parte que no sea fuera de la cátedra de Pedro, la Iglesia principal, de donde nació la unidad del episcopado», carta 59, Ad Cornelium. (Además, tengamos en cuenta que el propio san Cipriano tuvo grandes conflictos con su propio Papa, Esteban).
San Jerónimo, traductor de la Vulgata (siglo IV): «Yo, siguiendo a ninguno más que a Cristo, me uno a la comunión con tu beatitud, es decir, con la cátedra de Pedro. Sé que sobre esta roca está edificada la Iglesia. Cualquiera que coma el Cordero fuera de esta casa, es profano», carta 15, a Dámaso Papa.
San Clemente Romano (ca. 96): «Si alguno desobedece lo que ha sido dicho por Él [Cristo] por medio de nosotros, sepa que incurrirá en una falta y en un peligro no pequeño», 1 Clem, 59, 1. Y «nuestra admonición ha sido justa y moderada, basada en el deseo de paz», 1 Clem, 63, 2. En este caso, vemos que la Iglesia de Roma interviene con autoridad moral doctrinal en los asuntos internos de la Iglesia de Corinto, sin que nadie la haya invitado. Es el primer acto de jurisdicción supralocal en la historia del cristianismo.
San Ignacio de Antioquía (ca. 107): «A la Iglesia que preside en el lugar de la región romana, digna de Dios, digna de honor, digna de alabanza, digna de ser nombrada, que preside en la caridad…», carta a los Romanos, Prólogo. Por su parte, tengamos en cuenta que es un padre oriental, y está reconociendo la presidencia de Roma.
San Ireneo de Lyon (ca. 180–200 d.C.): «Pues es con esta Iglesia, en razón de su origen más eminente, que debe concordar toda Iglesia, es decir, todos los fieles del orbe; ya que en ella se ha conservado siempre la tradición apostólica», Adversus Haereses, III, 3, 2.
Y así lo defendieron san León Magno, san Agustín y tantos Padres en la fe cristiana. Dios os bendiga y ¡que viva el Papa León XIV!
1 San Ambrosio de Milán, s. IV
PUBLICADO EN EL BOLETÍN «LAUDATE» Nº44 – MAYO 2025