«Permaneced en mi amor» (Jn 15,9)

D. Pablo Ormazabal Albistur, Pbro.

Manete in dilectione mea. Este es el lema que guía este año la III peregrinación a Covadonga, en el espíritu de la Cristiandad. Peregrinamos pidiendo la caridad para nuestra nación, acogemos la caridad que Dios nos da por su gracia y, humildemente, buscamos corresponder a ella. No hay otra manera de ser cristiano. Así lo manda el Señor a sus discípulos en la última cena mientras les va desvelando y entregando el testamento de su Amor. “Permaneced en mi Amor”. Jesucristo les dirá: “Yo estaré con vosotros siempre hasta la consumación del mundo” (Mateo 28,20).

Deus Caritas est (1 Juan 4,8). Dios es amor, no un amor cualquiera sino amor de Caridad. Es la esencia de Dios. Y, por gracia, estamos llamados a participar de la Vida divina por el don de amor, que es el nombre propio del Espíritu Santo (cfr. Santo Tomás de Aquino, Suma de Teología I, q.37, a.1. Como nos enseña la Escritura “el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por virtud del Espíritu Santo, que nos ha sido dado” (Romanos 5,5).

  1. La Caridad como don y como mandamiento

Como parte eminente de la gracia divina, consideramos la virtud teologal de la Caridad. ¿Qué es la caridad? Siguiendo al Padre Royo Marín O.P. podemos definir la caridad como una virtud teologal única, infundida por Dios en la voluntad, por la cual el justo ama a Dios por sí mismo con amor de amistad sobre todas las cosas y a sí mismo y al prójimo por amor a Dios (cfr. Teología de la perfección cristiana, BAC, Madrid 2020, 510).

Es, además, el primero y principal mandamiento: “Maestro, ¿cuál es el mandamiento más grande de la ley?». Jesús le respondió: «Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente. Este es el más grande y el primero de los mandamientos. Y el segundo es semejante a este: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. En estos dos mandamientos se fundan toda la ley y los profetas» (Mateo 22, 36-39).

Por ambas razones, es el distintivo del cristiano: “En esto conoceréis todos que sois mis discípulos: si tenéis amor unos para con otros” (Juan 13, 35).

Y, por último, es la forma de todas las virtudes y sin ella, las obras están muertas. Esta es la enseñanza constante de toda la Tradición:

“Si no tengo caridad —dice también el apóstol— “nada soy…”. Y todo lo que es privilegio, servicio, virtud misma… si no tengo caridad, “nada me aprovecha” (1 Co 13, 1-4). La caridad es superior a todas las virtudes. Es la primera de las virtudes teologales: “Ahora subsisten la fe, la esperanza y la caridad, estas tres. Pero la mayor de todas ellas es la caridad” (1 Co 13,13).

El ejercicio de todas las virtudes está animado e inspirado por la caridad. Esta es “el vínculo de la perfección” (Col 3, 14); es la forma de las virtudes; las articula y las ordena entre sí; es fuente y término de su práctica cristiana. La caridad asegura y purifica nuestra facultad humana de amar. La eleva a la perfección sobrenatural del amor divino.” Catecismo de la Iglesia Católica, nº 1826 y 1827.

  1. El amor a Dios

De manera sencilla, podemos afirmar que debemos amar a Dios con toda nuestra alma y en primer lugar porque es Dios, por Él mismo. O dicho de otro modo, porque se lo merece y porque lo necesitamos.

Él se lo merece porque es infinitamente bueno. Todas las perfecciones, bienes o bondades, bellezas de todas las criaturas (¡y cómo nos atraen!), están contenidas en Él en grado eminente. Dios es infinitamente bueno y no es egoísta. Ha derramado todo, infinitos beneficios de ser, inteligencia, bondad…

Si la fuerza del amor debe ser proporcionada a la dignidad de lo que amamos, «la medida del amor a Dios es amarle sin medida» según la conocida sentencia de San Bernardo. ¿Cómo nos ha demostrado Dios este infinito amor suyo? i) Por su creación: todo lo ha creado por amor. ii) Nos ha elevado al orden de la gracia sobrenatural. No somos sólo sus criaturas, creadas a su imagen… ¡somos sus hijos!; iii) Nos ha redimido. Es toda la obra de la redención; iv) Renueva su entrega de amor y su sacrificio en la Santa Misa: es el sacramento de su Caridad infinita; v) Nos ha prometido el cielo: “Pues, según está escrito, ‘ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni entró en pensamiento humano, esto tiene preparado Dios para los que le aman” (1 Corintios 2,9).

Le amamos porque le necesitamos: Dios es el fin propio y último del hombre. En bella y conocida frase de San Agustín: “Nos hiciste Señor para ti, y nuestro corazón está inquieto, hasta que descanse en ti” (Confesiones I, 1,1)

  1. El amor a uno mismo

El mismo Dios, que nos ha creado por amor y nos ha dado la finalidad de nuestra vida en Él mismo, que es amor, nos indica que debemos amar al prójimo como a nosotros mismos. Este amor a uno mismo, en la experiencia de muchas personas, es el más difícil porque no se entiende bien, porque se malogra por el egoísmo, la concupiscencia y también por un desprecio contrario a la razón y la voluntad de Dios. Por eso, hay un amor a nosotros mismos que es falso. Pero hay uno que es verdadero, que es el que el Señor nos indica y que debemos no sólo conocer sino transitar.

¿Por qué debemos amarnos a nosotros mismo? i) Dios nos ha creado a su imagen y semejanza; ii) Dios nos lo ha mandado, porque es un bien. De un modo indirecto nos lo pide en los mandamientos. El cumplimiento de los 10 mandamientos nos indica los bienes propios y fundamentales de la persona: Dios, la familia, la vida, el amor humano, la verdad y la justicia; iii) Pertenecemos a Dios. Por un título propio (Somos imagen de Dios) y porque Dios nos ha redimido (hemos sido rescatados por la sangre de Jesucristo, que ha muerto por nosotros), deshonraríamos a Dios si no amaramos lo que a Él le pertenece y tanto ama; iv) Somos portadores de valores inmensos, tanto del cuerpo como del alma.

El Señor nos pide abandonar el amor desordenado a nosotros mismo, perfeccionando el amor natural a sí mismo por el don de la caridad.

  1. El amor al prójimo

Es el mandatum novum. No es nuevo en el sentido de que antes no existiera pues ya estaba en la ley de Moisés (Levítico 19,18). Es nuevo porque Jesús lo ratifica y eleva con su gracia y nos da la participación en su nueva alianza de Amor. Jesús es así la fuente, el principio, la medida y el modelo: “…como Yo os he amado” (Juan 13,34). De este modo no se trata sólo de un amor de benevolencia hacia el otro, sino de un auténtico amor de caridad sobrenatural. ¿Cuál es su alcance? ¿Quién es mi prójimo? preguntaron a Jesús (Lucas 10,29). Y Jesús respondió con la parábola del Buen Samaritano (Lucas 10,30-37). Por eso, ¿hasta dónde se extiende ese amor al prójimo? 1º A todos los seres capaces de la amistad de Dios 2º A los ángeles, santos y almas del purgatorio 3º A todos los hombres: fieles e infieles, santos o pecadores, amigos o enemigos. Los demonios quedan excluidos pues son incapaces de gozar de la amistad de Dios.

Pidamos durante esta peregrinación el aumento de la Caridad, que es el alma de la Cristiandad.

PUBLICADO EN EL BOLETÍN «LAUDATE» Nº22 – JULIO 2023