La defensa de la fe y la labor hospitalaria de la Orden de Malta

Rafael de la Vega de Churruca, Caballero de Malta

La Soberana Orden de San Juan de Jerusalén, de Rodas y de Malta fue fundada en 1099 en el marco de las Cruzadas por el Beato Gerardo como una comunidad de vida en torno al hospital de San Juan, siguiendo la regla benedictina. Desde su erección mediante la bula Pie Postulatio Voluntatis de 1113, por parte del papa Pascual II, su labor ha consistido en compaginar la defensa de la Fe con la obsequiosa dedicación a los pobres y a los enfermos.

El sucesor de Gerardo, Raimundo de Puy, escribió una regla nueva con inspiraciones tomadas tanto de la benedictina como de la agustina, y le confirió el carácter militar y caballeresco. Este carácter militar ya se esbozaba en el prólogo de la Regla de San Benito, donde se dirige «a ti, quienquiera que seas, que renuncias a tus propias voluntades y tomas las preclaras y fortísimas armas de la obediencia, para militar por Cristo Señor, verdadero Rey».

Hoy día, la Orden de Malta sigue fiel al mismo carisma milenario. Según el artículo 2 de sus actuales Constituciones, otorgadas por el Santo Padre Francisco en 2022, su finalidad es promover la gloria de Dios y la santificación de sus miembros a través de la tuitio fidei y el obsequium pauperum, especialmente, hacia los pobres y enfermos, en el servicio al Santo Padre. Por eso, desde su fundación, la Orden utiliza como emblema una cruz de ocho puntas, que representan las ocho bienaventuranzas.

Y se organiza como orden masculina religiosa laical. Los miembros pertenecen a la Orden de formas distintas. De mayor a menor grado de compromiso, la primera clase la conforman los caballeros profesos, que son religiosos con los tres votos de pobreza, castidad y obediencia, y con la obligación de vivir en comunidad y dedicarse en exclusiva a las actividades de la Orden. Ellos, junto con los capellanes conventuales profesos, constituyen el corazón de la Orden.

La segunda clase la formamos los caballeros y damas en obediencia, que somos seglares que, respetando el estado de vida particular de cada uno, participamos del apostolado y la misión de la Orden, observando su disciplina. Emitimos una promesa canónica de obediencia que nos compromete y vincula de forma más estrecha que los terciarios u oblatos de otras órdenes religiosas.

Los miembros que no han emitido votos ni promesa constituyen la tercera clase de la Orden. Son igualmente caballeros, damas, capellanes y donados que buscan su santificación, inspirados en los ideales y en la disciplina espiritual de la religión sanjuanista, que los acoge para cumplir su misión.

Finalmente, la Orden cuenta con un «arma secreta»: una orden de religiosas contemplativas, las RR. MM. Comendadoras Sanjuanistas, que oran para que Dios conceda a los caballeros la fidelidad a su carisma y el acierto en sus decisiones.

En España, la presencia sanjuanista ha existido desde los comienzos de la historia de la Orden. Antiguamente, se organizaba en lenguas, según la hablada por los miembros. Y en nuestro país estaban constituidas la lengua de Castilla (que incluía a León y a Portugal), y la lengua de Aragón y Navarra. Tras múltiples peripecias, desde el año 1885, existe la Asamblea Española, heredera de ambas lenguas, que es la que organiza la vida espiritual y formativa y las obras hospitalarias de la Orden. La idea es mantener esta estructura hasta que surjan vocaciones a la vida religiosa en nuestro país, momento en el cual se restablecerá la organización prioral que ya rige en otras zonas geográficas. Si bien en nuestro país aún quedan resabios de épocas recientes, en las que el carisma sanjuanista quedaba eclipsado por la mentalidad de muchos que veían en la Orden un mero club filantrópico y nobiliario, gracias a la reciente reforma impulsada por el papa Francisco, predomina la voluntad de cada vez más caballeros y damas de tomarse en serio su vocación y de hacer de Malta su camino de vida.

Habrá entre nuestros lectores que puedan tener ideas preconcebidas sobre la forma en la que una orden militar desarrolla su misión en el seno de la Iglesia, o quienes piensen que el tiempo de los caballeros que realizaban gestas heroicas en favor de la Cristiandad es cosa del pasado. Cabe, sin embargo, advertir que, pese a los intentos del sector laicista, en ningún momento se ha abandonado la vocación primera, y que la Orden de Malta (única orden militar subsistente de entre todas las creadas en el marco de las cruzadas, sea en Tierra Santa o en España) ha estado siempre dispuesta a servir a la Iglesia como esta quiere ser servida. En efecto, la defensa de la Fe de la que hablamos se concreta en trabajar para que el Nombre de Dios sea santificado, conocido con nuestras obras, amado y venerado. Por ello, desde sus inicios, la Orden se ha preocupado por acercar a los pobres y enfermos al Médico que puede curar sus almas. Y si en lo material siempre ha buscado proporcionar los cuidados más exquisitos y los métodos más avanzados para tratar a nuestros señores con lo mejor que pudiera dar la Casa del Hospital, de la misma manera siempre ha sido esencial en la espiritualidad sanjuanista celebrar la Santa Liturgia con el máximo decoro posible. Como dice el punto 2.097 del Catecismo de la Iglesia Católica, la adoración del Dios único libera al hombre del repliegue sobre sí mismo, de la esclavitud del pecado y de la idolatría del mundo.

En la situación actual de apostasía generalizada, defender la fe implica encarnar a Cristo en servicio a los hombres, en reconocer a Nuestro Señor en los pobres y  en los enfermos (hoy día, toda la sociedad está enferma, ya que padece la más espantosa pobreza, que es no tener a Dios), y en la España del siglo XXI, dar razón de nuestra esperanza a quienes han perdido la Fe, a quienes veían y ahora «son ciegos» de nuevo.

No debemos perder de vista que estamos en guerra, no solo en el mundo, sino también en nuestro espíritu. Es, por tanto, esencial tener siempre presente la preparación que el Caballero debe demostrar, según consta en Efesios 6 (11-18):

«Revestíos de las armas de Dios para poder resistir a las acechanzas del Diablo, porque nuestra lucha no es contra la carne y la sangre, sino contra los Principados, contra las Potestades, contra los Dominadores de este mundo tenebroso, contra los Espíritus del Mal que están en las alturas. Por eso, tomad las armas de Dios, para que podáis resistir en el día malo, y después de haber vencido todo, manteneros firmes. Estad firmes, ceñid vuestra cintura con la Verdad y revestidos de la Justicia como coraza, calzados los pies con el Celo por el Evangelio de la paz, embrazad siempre el escudo de la Fe, para que podáis apagar con él todos los encendidos dardos del Maligno. Tomad, también, el yelmo de la salvación y la espada del Espíritu, que es la Palabra de Dios. Siempre en oración y súplica, orando en toda ocasión en el Espíritu, velando juntos con perseverancia e intercediendo por todos los santos».

En consecuencia, el Caballero Hospitalario está llamado a dar la vida por los demás hasta el martirio, que, si bien en algunas circunstancias puede conllevar la defensa armada de los más débiles (quizá los episodios por los que la Orden es más conocida), también supone el martirio callado y cotidiano de entregarse místicamente en el ministerio a los más necesitados. Entregarse él mismo como obsequio, como Cristo se entregó hasta la muerte, y muerte de Cruz.

El patrón de la Orden de Malta es san Juan Bautista, el Precursor, quien dio su vida por defender con parresía la santidad del matrimonio, y quien tuvo la misión de señalar, a la desesperanzada sociedad judía de su época, Quién es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. En vísperas del tiempo de Navidad, hemos de recordar que el Señor prometió su segunda y definitiva venida, y que se preguntaba si, para cuando esta tenga lugar, encontraría Fe sobre la Tierra. Tal vez Dios haya permitido que la Orden de Malta haya sobrevivido a tantas pruebas para darnos la oportunidad de la perseverancia final. Cuando la confusión en el seno de la Iglesia está cada vez más extendida, quiera Dios que la Orden de San Juan Bautista tenga la misión de señalar a los hombres, como vehículo del Amor de Dios, dónde está el Cuerpo Místico de Cristo. Non nobis, Domine.

Que, por intercesión de nuestra patrona, santa María del Monte Filermo, Dios conceda a la Orden de San Juan Bautista, que hizo nacer en Jerusalén, ser siempre fiel a su carisma, y a sus miembros, la perseverancia final en el cumplimiento de su vocación de Caballeros.