Las Vitae Patrum. Una introducción.

D. Diego Durán Cano, Diácono

Vitae patrum von Heribert Rosweyde, 1615. Extraído de Wikimedia Commons.

Es bien sabido entre los que han estudiado mínimamente la historia de la santa Iglesia que, una vez acabado el tiempo de las persecuciones, centenares de cristianos de ambos sexos se decidieron a continuar con la espiritualidad martirial que había caracterizado a sus Padres en la fe, mas no hallando ya a su alcance las armas del verdugo para que diesen cumplimiento a su anhelo de entregar la vida por su Señor crucificado, el Espíritu eterno insufló en sus almas puras un deseo de aspirar a un martirio blanco, no consistente ya en el derramamiento de sangre, sino en una continua conversión a su Señor por medio de la soledad, la oración y la más rígida abstinencia, testimonio ciertamente menos cruento, pero que requería una particular perseverancia y studium (esfuerzo) a lo largo de tantos años de combate, como nos recuerdan estos piadoso atletas con sus dichos y género de vida.

Encabezaron esta pléyade de guerreros el primer ermitaño san Pablo, a quien siguió de cerca el célebre san Antonio abad, apodado con razón “padre de monjes”. Ellos enseñaron a su posteridad las normas y espíritu que debían adoptar para poder triunfar en esta batalla
perpetua contra mundo, demonio y carne sin dejarse vencer por sus múltiples seducciones,
que no dejaban de penetrar hasta los más recónditos rincones del desierto. En fin, podemos
ver ya en ellos la planta madura de cuyos frutos abundantes tomarán todos los religiosos a
lo largo de la historia para poder alimentar sus almas en el camino del bien. Con todo, la vida
religiosa, estado de perfección, no es simplemente un medio dispuesto por Dios para el
aprovechamiento de aquellos que se someten voluntariamente a las austeridades del claus-
tro, sino que constituye un permanente auxilio para toda la vida de la Iglesia, como se puede
ver en aquel elocuente cuadro que lleva por título Typus religionis, donde se observa cómo los religiosos de distintas órdenes suministran a los seglares armas en abundancia, de que
han de usar para vencer a nuestro común enemigo en su vida ordinaria.

Las vidas de los Padres del yermo, constituyen, pues, para todos nosotros, un perpetuo monumento y enseñanza de los principios de la vida espiritual, que todo cristiano debe conocer para alcanzar la santidad. Al igual que la lectura de las actas de los mártires sirve para edificar nuestra fortaleza, la lectura de las vidas de estos segundos mártires nos puede ayudar mucho a centrar nuestras vidas en el único necesario y menospreciar las cosas de este mundo, de modo que no nos impidan alcanzar las eternas. Es precisamente por este motivo por el que sus vidas, escritas en los primeros siglos de la Iglesia, fueron conservadas y transmitidas con gran celo particularmente por los monjes, para que pudieran servir como una referencia constante para ellos en medio de su orar y trabajar hasta el momento de su muerte. Así pues, estas historias, transmitidas en diversas ediciones en el transcurso de los siglos, alcanzaron su forma “definitiva” en Occidente gracias a la compilación realizada en 1615 por el sacerdote jesuita Heribert Rosweyde (1569-1629), las Vitae Patrum. De vita et verbis seniorum libri X, compilación que posteriormente fue incluida en la Patrologia Latina de Migne y que se halla citada en textos tan conocidos como la constitución Lumen Gentium del Concilio Vaticano II.

Es a partir de esta versión, las más difundida desde su publicación en los ambientes mo-
násticos, que se han realizado las presentes traducciones de algunos fragmentos de esta
amplia obra que ofrece tanto material para que cualquier cristiano pueda meditar en su fin último. En este sentido, me he centrado durante algún tiempo en traducir aquellas partes de que no he podido hallar traducción en español (otras partes de la misma, como la Vita Antonii, presentan numerosas ediciones), de modo que algunos amigos que no dominaban la lengua latina se pudieran beneficiar de la lectura de unos textos tan cargados de sabiduría sobrenatural. Con esta intención, se ha procurado realizar una traducción bastante ceñida al texto original, intentando, con todo, no seguirlo de manera servil, de manera que a la fidelidad se le una un mínimo cuidado de la expresión. He de advertir, sin embargo, que en el momento de realizar las mencionadas traducciones no tenía en mente el hecho de que se publicasen de manera que pudiesen llegar a tantas personas, muchas de las cuales quizás tengan mayores conocimientos de traducción que yo. No obstante, me impulsó a atreverme a entregarlas a la luz pública no sólo la insistencia de algunos amigos, sino también el haber leído recientemente aquella sentencia del doctor de Hipona sobre el salmo 138: «Es mejor que los gramáticos nos reprendan que no que se queden los fieles sin entender»; por eso, a pesar de correr el riesgo de que alguna expresión particular, por la impericia del traductor, no quede lo suficientemente bien traducida como debería, creo que ello queda subsanado ampliamente por el bien que puede hacer a las almas, pues siempre se procuraron transmitir las gestas narradas con la mayor fidelidad posible.