Chartres: elogio del voluntariado
J. Ballesteros, Responsable Logística NSC-E
Es la 41ª edición de la Peregrinación a Chartres. Un grupo de organizadores de la de Covadonga somos invitados a conocer su funcionamiento. Después de 3 días de idas y venidas desplazándonos en coche entre distintos departamentos encontramos a un abnegado voluntario que controla, en solitario y a primera hora de la mañana, el tráfico en una rotonda de la campiña francesa por la que aún no pasa nadie y que dista varios kilómetros de la civilización.
No tengo dudas de que este varón es un ejemplo de la abnegación a la que todo cristiano está llamado y en lo personal reconozco que al verlo deseé parecerme a él. Trato de estar preparado para todo pero el significado de esta palabra no incluye permanecer en medio de la nada sin un ser humano cerca. Esto me descompone. El pensamiento de que la soledad es hermosa es cierto siempre que tengas con quien compartirlo.
Sentado en el asiento del copiloto medito sobre ello tratando de extraer alguna interpretación trascendental. Sin demasiado éxito concluyo que este hombre personifica la situación que los católicos vivimos en occidente: separados no físicamente pero sí de un modo espiritual del resto de congéneres, permanecemos solos pero firmes en nuestros puestos a la espera de poder ser de utilidad a una sociedad que nos necesita tanto como nos desprecia.
Aunque el paralelismo es acertado esta interpretación cobra otro significado en Chartres. Allí la soledad vivida en el mundo como condena se transforma en gozo al tener un motivo claro y definido por el que padecerla: el amor a Dios y al prójimo. Se deja de ver como un mal y se transforma en bien. Nos damos cuenta de que en medio de una pequeña comunidad católica que dura 3 días experimentamos un cambio en nuestra forma de ser que nos hace elevar la mirada, por encima de nuestra habitual mediocridad, a actos sencillos pero heroicos de los que nos sentiríamos incapaces en nuestro día a día. En esa comunidad experimentamos personalmente las palabras de San Pablo cuando dice «ayudaos mutuamente a llevar las cargas y así cumpliréis la Ley de Cristo (Gal 6, 2)». En 3 días entendemos de un modo práctico que no nos salvamos como individuos aislados y, a la vez, tomamos conciencia del enorme potencial que tenemos cuando permanecemos unidos.
Gracias a esto comprendemos que el voluntario que vigila la rotonda no está sólo a varios kilómetros de la civilización al igual que el agua no es repartida sólo por 4 personas desde una furgoneta o que 12.000 mochilas no son cargadas en un camión durante 3 días por un grupo de jóvenes; porque «así como el cuerpo es uno, mas tiene muchos miembros (…) todos los miembros del cuerpo, a pesar de ser muchos, forman un mismo cuerpo» (Cor 12, 12). Es la Iglesia militante en comunidad la que lo hace y militar viene de combatir, y en Chartres se combate y con alegría a pesar del sufrimiento.
Desde el padre que transporta enormes mochilas sobre sus espaldas pasando por sus hijos pequeños que lo ayudan a cargar grandes bolsos con sus pequeñas manos. Desde el hombre de 70 años que acepta que este será su último año caminando, pues su voluntad está intacta pero no así su cuerpo, pasando por el peregrino joven que no pudiendo continuar descubre humillado que su cuerpo es fuerte pero no así su voluntad. En cada rosario con cansancio se combate, en cada paso bajo el sol radiante se combate, en cada hora mal dormida sobre una esterilla en el suelo se combate.
Esta lucha, hecha a base de pequeños sacrificios, es la que permite que en la Catedral de Chartres entren victoriosos los peregrinos y los religiosos, las banderas y los estandartes, pero necesita de la batalla oculta de los voluntarios y su entrega desinteresada, la cual en algunos casos se extiende no sólo durante 3 días sino durante todo el año. Nada se hubiera podido hacer sin las personas que controlan, en solitario y a primera hora de la mañana, el tráfico en una rotonda de la campiña francesa por la que aún no pasa nadie y que dista varios kilómetros de la civilización.
En la Peregrinación a Covadonga nos hacen falta voluntarios, almas comprometidas que estén dispuestos a servir a Dios como otras lo hacen en Chartres, almas que al presentarse ante el tribunal divino busquen poder decir, alto, fuerte y claro: «¡Yo te serví, oh Madre, en Covadonga!» y el Señor entonces les responderá: «¡Bien! siervo bueno y fiel; en lo poco has sido fiel, te pondré al frente de lo mucho; entra en el gozo de tu señor» (Mt. 25, 21).
PUBLICADO EN EL BOLETÍN «LAUDATE» Nº21 – JUNIO 2023