¿Por qué ayunar?

Víctor Asensi Ortega, Universidad de Valencia

El combate entre don Carnal y Doña Cuaresma, 1559, Pieter Brueghel el Viejo, influenciada por el pasaje homónimo del libro del buen amor.

El cuerpo humano está bien equipado para ayunar. El modelo de alimentación del cazador-recolector consistía en consumir grandes cantidades de carne en el momento de la caza y alimentarse de la recolección durante largos periodos de escasez, hasta que volvía a cazar. Esto requería la capacidad metabólica de ayunar so pena de no sobrevivir temporadas largas de caza mala, como podía ser el invierno. Si bien es cierto que la revolución agraria y la subsiguiente domesticación pecuaria suavizó bastante esta necesidad, nuestro metabolismo sigue siendo el indicado para resistir ese modelo alimenticio.

Esta es la razón por la que aún estando lleno, sigues teniendo espacio para el postre. Tu hígado está preparándose para no recibir comida tan abundante en tres semanas, y no puede dejar que desaproveches todas esas calorías de la tarta de queso. El problema es que después de la cena ligerita de esa noche, al día siguiente vuelve a recibir todo el aporte calórico necesario para ese día y un poquito más. Es por este desequilibrio que sectores en la comunidad científica reivindicaban el ayuno desde hacía años.

El galardón en 2016 del Nobel en medicina a Yoshinori Ohsumi por sus trabajos en la autofagia reavivó definitivamente el ayuno en la literatura científica y lo catapultó a la fama en la prensa generalista. La autofagia es el proceso celular que recicla los componentes disfuncionales de la célula de forma controlada. Aunque inicialmente se propuso como una vía de supervivencia ante la carencia de nutrientes, se ha demostrado que las células bien nutridas también la realizan y es vital en cantidad de procesos que previenen la inflamación, el envejecimiento y un largo etcétera[1]. Esta larga lista de bondades y el imputable aval de un Nobel era todo lo que se necesitaba para comenzar un nuevo ciclo de noticias sobre «los diez inesperados beneficios del ayuno intermitente».

Alentados a su vez por el aparente éxito secular, las investigaciones sobre el ayuno se multiplicaron y comenzaron a apuntar cada vez más alto. Ya no se trataba de reactivar rutas metabólicas o renovar componentes celulares, ahora el ayuno llevaba a un mejor estado de salud completo. Recuerdo hace ya unas cuantas cuaresmas, al enterarse un compañero de la facultad de mi ayuno de miércoles de ceniza, me pasó un artículo de revisión (review) sobre el «ayuno intermitente» que listaba como beneficios a largo plazo «cambios cognitivos» y «resiliencia». Para defender esto, se basaba en el aumento de la presencia de una serie de sustancias en el cerebro del que ayuna tales como la serotonina, la famosa «hormona de la felicidad»[2]

Pensar que la felicidad está causada por una hormona deja entrever un fondo cientifista. El cientifismo es la idea de que las ciencias naturales son el único modo de producir verdad y por tanto el único modo de explicar el mundo que nos rodea. Y aunque esté denostado en los ambientes especializados, goza de demasiada aceptación entre los científicos y sobre todo en la cultura popular.

El caso de la serotonina se remonta a la hipótesis del psiquiatra británico Alec Coppen en 1967, quien propuso la carencia de este neurotransmisor como causa de la depresión[3]. Desde entonces se han desarrollado múltiples fármacos destinados a aumentar la concentración en el cerebro de esta sustancia, que aún hoy son la primera línea de tratamiento contra la depresión. El más famoso de ellos, la fluoxetina, más conocida por su nombre comercial «Prozac», llegó a ser apodada la «pastilla de la felicidad».

Hoy existen voces que reconocen no tener tan clara la farmacología de la felicidad. Sin embargo, la mayoría de estos estudios apuntan a la complejidad del proceso y nos presentan la falacia de «necesitamos saber más». Pero por mucho que se sepa sobre la neurobiología de la felicidad, nunca tendrá sentido que las reacciones químicas sean su causa eficiente y no al revés.

Los cientifistas rechazan las verdades de la filosofía por ser indemostrables mediante el método científico. No es que opongan la razón a la Fe, es que oponen el método científico al resto de la razón. Piensan que las ciencias naturales se emanciparon del resto de saberes y en los últimos siglos han avanzado lo suficiente como para convertirse en la única fuente fiable del saber. Irónicamente, piensan que este movimiento lo inició gente como Galileo. Sin embargo, si intentaran parecerse más al Galileo real en lugar de al legendario y aceptaran al menos la filosofía, quizá no tendrían tantos problemas con detectar una causa eficiente.

Las sustancias químicas en el cerebro nunca van a ser la causa de cambios superiores en la mente. Existe además una prueba empírica muy evidente de que, por el contrario, la mente sí es capaz por sí sola de causar cambios químicos. El efecto placebo se define justamente así. Por ejemplo, desde hace décadas está ampliamente estudiado el caso del placebo en el alivio del dolor con morfina.

Si a un paciente que ha sido tratado con morfina se le inyecta una sustancia inerte presentándola como este opioide, se activarán sus receptores opioide mu, sin mediar opioide alguno[4]. El efecto placebo se da en prácticamente todas las enfermedades, y es ampliamente usado en los ensayos clínicos. Las buenas prácticas profesionales exigen el tratamiento con el mejor fármaco disponible para la enfermedad puesta a prueba en el ensayo. Pero cuando no existe (y también en otras circunstancias, e.g. la posibilidad de parar el tratamiento sin grave perjuicio) el fármaco candidato se prueba contra un grupo placebo. Y no son pocos los fármacos que no llegan al mercado porque no logran superar el efecto clínico del placebo[5].

No hay duda que la mente y el cerebro no son independientes, como el alma y el cuerpo tampoco lo son. Igual que la mente afecta al cerebro, puede ser que el cerebro afecte a la mente. La serotonina juega un papel importante en el estado de ánimo, especialmente en la parte volitiva. Y en ciertos casos de depresión, es de gran ayuda cuando esa parte falla. Pero por sí misma, no es capaz de generar cambios profundos en aquello que ordena a la mente. Quizá la serotonina sea causa material, pero no eficiente.

En la ficha técnica de la agencia española del medicamento para la fluoxetina, la pastilla de la felicidad, se cita como efecto secundario «Poco frecuente [···] Comportamientos y pensamientos suicidas». En la nota podemos leer: «Incluye suicidio consumado [···]. Estos síntomas pueden ser debidos a la enfermedad subyacente»[6]. Efectivamente, la serotonina, incapaz de hacer cambiar de idea al deprimido porque solo altera su química cerebral y no su mente, a veces (pocas) le da la activación volitiva que le falta para llevar a cabo esas ideas.

Por eso ni el ayuno ni sus efectos mentales pueden ser «buenos» o «beneficiosos» porque el ayuno genere tal sustancia o tal otra, sino que serán verdaderamente buenos según qué hagamos con ellos. En la Suma, Santo Tomás lo trata en el artículo primero de la cuestión 147 en la que se pregunta si el ayuno es virtud. Responde diciendo:

«Se considera que un acto es virtuoso cuando se ordena, guiado por la razón, hacia un bien honesto. Esto se da en el ayuno, porque cumple tres fines principales. En primer lugar, sirve para frenar la concupiscencia. [···]. En segundo lugar, el ayuno hace que la mente se eleve a la contemplación de lo sublime. [···]. En tercer lugar, es bueno para satisfacer por los pecados. [···]

El ayuno, además de la serotonina, segrega de forma importante el factor neurotrófico derivado del cerebro (BDNF) que promueve la neurogénesis y la plasticidad cerebral. En efecto, el ayuno dispone al cuerpo para que se eleve la mente. Pero cuando las ratas ayunan, también les aumenta la serotonina y el BDNF[7]. En el mismo estudio en el que se demuestra esto, las evalúan en un test de nado forzoso y demuestran que las ratas sometidas a ayuno intermitente intentan salir del agua más veces que las ratas control. Los autores, por cierto, argumentan por esto que el ayuno puede tener efectos antidepresivos.

Las ratas actúan con estos efectos mentales del ayuno según lo que le es propio a la rata. Pero a diferencia de la rata, el hombre puede decidir ordenar esa elevación mental del ayuno a lo que es propio del hombre («la contemplación de lo sublime») o no. Si lo hace, el ayuno será beneficioso; si no, no. En la primera objeción del artículo mencionado y su respuesta, Santo Tomás referencia el libro de Isaías:

«“¿Para qué ayunar, si no haces caso; mortificarnos, si no te enteras?” En realidad, el día de ayuno hacéis vuestros negocios y apremiáis a vuestros servidores; ayunáis para querellas y litigios, y herís con furibundos puñetazos. No ayunéis de este modo, si queréis que se oiga vuestra voz en el cielo» (Is 58:3-4)

En efecto, el ayuno puede servir para los negocios, querellar, litigar y herir con el puño, pero ese  no es el ayuno que se hace oír en el cielo. Los otros dos fines del ayuno se centran en los efectos en el cuerpo. Y en línea con este versículo y Santo Tomás, ni siquiera el ayuno es saludable «para el cuerpo solo» si no está ordenado por la recta razón.

Aunque aislemos al hombre para estudiarlo, nunca es un mero sistema cuyos músculos se perfeccionan por los cambios metabólicos que inducen el ayuno. El hombre, necesariamente, va a hacer algo con esos músculos. Y es probable que el hombre que ayune por sus negocios y actúe al margen de la recta razón, acabe dañando su cuerpo en los furibundos puñetazos de la violencia, el placer sexual, o cualquier destemplanza que obra (también) daño material al cuerpo. 

Desde antes de Cristo sabían que el ayuno era un acto de virtud natural. Para saber que el cuerpo no quiere que desperdicies ni una sola caloría, no hace falta saber el mecanismo molecular por el que lo sientes, basta la simple observación. Y también sabían, y no por el uso del método científico, que si el corazón es recto, la mente es capaz de domar esos impulsos. Y si entendemos que la posesión habitual del control de los impulsos de la carne acerca al hombre a su fin último y a su felicidad, no necesitamos ninguna ciencia natural más para demostrar con suficiente certeza que el ayuno es bueno

Lo mismo respecto la castidad. Como decía San Ambrosio, el ayuno son campamentos contra el diablo, avanzadillas para cuando el cuerpo se revele contra la castidad. El cuerpo acostumbrado a resistir el asedio neuroquímico del hambre, resistirá el asedio neuroquímico endógeno más fuerte que existe. O, de nuevo, sin necesidad de conocer estos datos científicos, el poseedor de la virtud de la templanza, que ya la ha practicado en el ayuno, resistirá la tentación contra la castidad.

Cristo ratificará y elevará también el ayuno. Él mismo nos enseñó con su ejemplo en el desierto que el ayuno es una forma de combatir las tentaciones. Y gracias a sus méritos ante el Padre, podemos nosotros lucrar meritoriamente el esfuerzo de nuestro ayuno para la vida eterna. Y es que solo merece la pena ayunar por Cristo. Lo demás es pasar hambre.

[1]  Ohsumi Y. (2014). Historical landmarks of autophagy research. Cell research, 24(1), 9–23. https://doi.org/10.1038/cr.2013.169

[2] Aunque perdí el artículo que me pasó mi compañero, prácticamente cualquier artículo que habla de los efectos a largo plazo del ayuno lo menciona. Por proporcionar dos ejemplos:
Gudden, J., Arias Vasquez, A., & Bloemendaal, M. (2021). The Effects of Intermittent Fasting on Brain and Cognitive Function. Nutrients, 13(9), 3166. https://doi.org/10.3390/nu13093166
Liu, Z., Liu, M., Jia, G., Li, J., Niu, L., Zhang, H., Qi, Y., Sun, H., Yan, L., & Ma, J. (2023). Long-term intermittent fasting improves neurological function by promoting angiogenesis after cerebral ischemia via growth differentiation factor 11 signaling activation. PLOS ONE, 18. https://doi.org/10.1371/journal.pone.0282338

[3] Coppen A. (1967). The biochemistry of affective disorders. The British journal of psychiatry : the journal of mental science, 113(504), 1237–1264. https://doi.org/10.1192/bjp.113.504.1237

[4] Además, el efecto se revierte al administrar naloxona. Benedetti F. (1996). The opposite effects of the opiate antagonist naloxone and the cholecystokinin antagonist proglumide on placebo analgesia. Pain, 64(3), 535–543. https://doi.org/10.1016/0304-3959(95)00179-4

[5] Enck, P., & Klosterhalfen, S. (2019). Placebos and the Placebo Effect in Drug Trials. In Concepts and Principles of Pharmacology (pp. 399–431). Springer International Publishing. https://doi.org/10.1007/164_2019_269

[6] Accesible online: https://cima.aemps.es/cima/dochtml/ft/63499/FT_63499.html#4.8

[7] Elesawy, B.H., Raafat, B.M., Muqbali, A.A., Abbas, A.M., & Sakr, H.F. (2021). The Impact of Intermittent Fasting on Brain-Derived Neurotrophic Factor, Neurotrophin 3, and Rat Behavior in a Rat Model of Type 2 Diabetes Mellitus. Brain Sciences, 11. https://doi.org/10.3390/brainsci11020242

PUBLICADO EN EL BOLETÍN «LAUDATE» Nº29 – FEBRERO 2024