Seminaristas españoles en la FSSP
España cuenta con siete seminaristas estudiando actualmente en el seminario internacional «San Pedro» de la Fraternidad Sacerdotal de San Pedro en Wigratzbad-Opfenbach, Baviera, Alemania. Desde allí nos han hecho llegar un bello escrito que reproducimos a continuación, testimonio de su entrega y de su misión. Desde aquí los encomendamos, pidiéndole a Dios por ellos, para que se mantengan fieles en su vocación de ser alter Christus.
“Quien quiera que la oiga nombrar, temblará ante los designios que Yahvé de los ejércitos decidió sobre él” (Is XIX, 17). No nos pertenecemos. Somos de Dios. Y, enamorados de Cristo, nos sometemos a los designios del Altísimo; pues ya decidió Él por nosotros desde toda la eternidad cuál ha de ser nuestro servicio aquí en la tierra: amar desde el sacrificio. En primer lugar, celebrando el Sacrificio por excelencia: el Augusto Sacrificio del Altar. De la misma manera que durante la Pasión la divinidad de Cristo quedó oculta, en la Santa Misa la operación del sacerdote, hombre, y por tanto pecador, queda oculta bajo la acción eficiente del único y divino Sacerdote: Cristo. En el altar, el sacerdote “desaparece”: disminuye para que Cristo crezca. Por ello, este puñado de españoles que, dejando toda comodidad, ingresan en la Fraternidad Sacerdotal San Pedro, no tienen más deseos que el de ofrecerse por entero a Dios y servirLe, y adorarLe, y gustarLe como lo han hechos todos los santos: por medio de la Misa. No nos pertenecemos. Y ante las incomprensiones y acusaciones del mundo respondemos: no hemos decidido nosotros entrar aquí. Es Dios Quien nos gobierna y Quien nos llama a ser verdaderos custodios de la Tradición. Somos los celosos guardianes de las cosas Santas (Sancta sanctis) que nos santifican, y con las cuales nos santificamos. En segundo lugar, estamos llamados a amar a Dios desde el sacrificio ofrecido en el altar de nuestro corazón. Todo católico está llamado a hacer de su vida una Misa: cuánto más los sacerdotes, hombres de Dios por antonomasia. “Vos estis templum Dei”, nos recuerda el Apóstol de los Gentiles. Somos el templo de Dios, Su cielo. Y, como si de una Misa se tratase, somos nosotros las pequeñas hostias que se posan sobre el corporal cabe el Cordero Divino; hostias que, con sus pensamientos, voluntades, deseos, afectos, trabajos y luchas diarias, se ofrecen en todo instante a Dios Padre; hostias que se consagran místicamente, renunciándose a sí mismas para ser cada una “alter Christus”: otro Cristo en la tierra, para continuar Su obra divina; hostias por las que diariamente Dios, presente y vivo, entra en comunión con nuestras pobres almas. Nuestra vocación, ¡amar desde el sacrificio!, es, pues, una vida de Cruz: el centro de la Misa y, por tanto, de nuestras vidas. Y como no hay nada sobre la tierra que glorifique más a Dios que una Misa, queremos hacer de la Misa de la Tradición el centro de nuestras vidas, y hacer de nuestra vida una Misa.
F. Javier de la Cruz Martínez Campos, FSSP