Spes Nostra, Salve!
D. Pablo Ormazabal Albistur, Capítulo San Francisco Javier

Por quinta vez, por misericordia y providencia de Dios, nos disponemos a peregrinar desde Oviedo a Covadonga, en el espíritu de la Cristiandad. Cada peregrinación es un recordatorio de que toda nuestra vida es un camino hacia el Cielo, nuestra última y definitiva patria. Y, por eso cada peregrinación anticipa también por la gracia, la plena posesión del cielo. Por la virtud de la esperanza “podemos, por tanto, esperar la gloria del cielo prometida por Dios a los que le aman (cf Rm 8, 28-30) y hacen su voluntad (cf Mt 7, 21)” (CCC 1821).
La meta de Covadonga nos hace poner nuestros ojos en la Santísima Virgen María, a quien en la Salve acudimos como “spes nostra”, esperanza nuestra.
La Virgen María, esperanza en la victoria
Covadonga como lugar de peregrinación nos recuerda la intervención de la Virgen María en la lucha por la defensa de la fe: “las crónicas cristianas narran cómo la intervención milagrosa de la Santísima Virgen fue decisiva en la victoria, repeliendo los ataques que las tropas mahometanas lanzaban contra la cueva. Por su parte, las crónicas musulmanas explican que refugiadas allí, las fuerzas de Don Pelayo se alimentaron durante el asedio de la miel que las abejas dejaban en las hendiduras de la roca.”1
Aunque las batallas cambian, todas ellas son el eco de la batalla decisiva de la vida: “nuestra lucha no es contra hombres de carne y hueso sino contra los principados, contra las potestades, contra los dominadores de este mundo de tinieblas, contra los espíritus malignos del aire.” (Efesios 6,12). Para esta batalla, como sucedió en Covadonga, el Señor nos da la poderosa intercesión de la virgen María y su presencia maternal nos asegura la victoria. Como en la cueva santa ella nos trae la miel de la gracia de Cristo. En la antigüedad cristiana se identificaba a las abejas con la virgen María, pues se creía que estas daban la miel virginalmente. La Virgen María nos trae a Cristo y con El, toda victoria.
La Virgen María, ordena nuestra vida y la dirige al auténtico bien
“Como tantas generaciones antes que nosotros han hecho, acudimos a Covadonga a ponernos a los pies de la Santísima Virgen para pedirle que cuide de España y por la restauración de la Cristiandad, para que, Dios mediante, todas las realidades humanas, también las temporales, sean ordenadas en Cristo Nuestro Señor.”2 De María aprendemos a ordenar todas las cosas según Cristo y su voluntad: “Haced lo que él os diga” (Juan 2, 5) es su divisa.
Hoy en día muchas cosas se han desordenado. El orden que Dios había dado a la creación y que fue desordenado por el pecado, Cristo lo restauró con la Redención. La soberbia del hombre y la apostasía de tantos hijos de la Iglesia han hecho que veamos desorden por doquier. A veces percibimos como el mal es más fuerte que el bien. Que la restauración de la fe parece tarea imposible. Los cristianos de hoy en día podemos estar imbuidos de la mentalidad mundana del inmediatismo. O las cosas suceden inmediatamente o no les concedemos valor ni eficacia. Pero lo que se inició en Covadonga duró 8 siglos. Hoy la restauración del Cristiandad comienza en el corazón de cada uno de nosotros. De cómo ordenamos toda nuestra vida y las cosas que nos ha confiado Dios depende todo lo demás. Renunciando a ver las cosas resueltas inmediatamente ponemos nuestra esperanza en María y vivimos de las promesas del Señor con el ejemplo de los que nos precedieron en el camino de la fe.
La respuesta del cielo: un centenario
Al finalizar el año Jubilar de la esperanza celebraremos el centenario de la aparición de la Virgen María a Sor Lucia en Pontevedra. En la aparición del 13 de julio de 1917 Nuestra Señora le había dicho a Sor Lucia: “vendré a pedir… la Comunión Reparadora de los Primeros Sábados hecha para expiación de los pecados del mundo”. Esta petición la hizo el 10 de diciembre de 1925 en el convento de las Hermanas Doroteas de Pontevedra a la propia Sor Lucia, religiosa Dorotea en ese momento: “Mira, hija mía, mi Corazón cercado de espinas que los hombres ingratos me clavan sin cesar con sus blasfemias e ingratitudes. Tú, al menos procura consolarme; y di que yo prometo asistir en la hora de la muerte con todas las gracias necesarias para la salvación de sus almas, a todos aquellos que durante cinco meses consecutivos, el primer sábado, se confiesen, reciban la Sagrada Comunión, recen cinco decenas del rosario y me hagan compañía durante 15 minutos, meditando en los 15 misterios del Rosario, con el fin de desagraviarme”.
La esperanza de la humanidad pasa por el Corazón Inmaculado de María que en Covadonga se reveló victorioso. Hace 100 años se volvió a revelar de nuevo en Fátima y Pontevedra para seguirnos alentando en las batallas de hoy. El cielo nos ha dado en María una esperanza cierta. Acojámosla de todo corazón, pues ella lo ha prometido: “Habéis visto el infierno, donde van las almas de los pobres pecadores. Para salvarlas Dios quiere establecer en el mundo la devoción a mi Inmaculado Corazón. Si hacen lo que yo os digo se salvarán muchas almas y tendrán paz. La guerra terminará pero si no dejan de ofender a Dios en el reinado de Pío XI comenzara otra peor. Cuando viereis una noche alumbrada por una luz desconocida sabed que es la gran señal que Dios os da de que va a castigar al mundo sus crímenes por medio de la guerra, del hambre, de la persecución de la Iglesia y del Santo Padre. Para impedir eso, vendré a pedir la consagración de Rusia a mi Inmaculado Corazón y la comunión reparadora de los primeros sábados. Si atienden mis deseos, Rusia se convertirá y habrá paz; si no, esparcirá sus errores por el mundo, promoviendo guerras y persecuciones de la Iglesia: los buenos serán martirizados; el Santo Padre tendrá que sufrir mucho; varias naciones serán aniquiladas. Por fin, mi Inmaculado Corazón triunfará”3
3 Aparición del 13 de Julio de 1917 en Fátima, palabras de la Virgen María.
PUBLICADO EN EL BOLETÍN «LAUDATE» Nº46 – ENERO 2025