Testimonios de jóvenes católicos en su ayuda con los damnificados de la riada de Valencia

El pasado 29 de octubre ocurría en tierras valencianas una de las tragedias nacionales más graves del último siglo. Miles de personas vieron sus casas anegadas a causa del desbordamiento de ríos y barrancos; sus coches, arrastrados, impactando en sitios desconocidos, algunos de ellos con sus dueños aún en su interior; calles intransitables con un caudal jamás visto, que corría con fuerza y velocidad camino al mar. 

Durante días, permanecían los valencianos atentos a las noticias que iban llegando desde la Generalitat y desde otros medios alternativos, con las actualizaciones diarias de la cifra de fallecidos, que llegaron a la friolera de 223 fallecidos y 78 desaparecidos…

Y, aunque el agua amainó esa misma madrugada, las secuelas del horror de lo acontecido aparecieron al día siguiente, cuando vecinos de las localidades afectadas veían sus calles llenas de barro, los coches apilados unos encima de otros, un silencio demoledor, y gente caminando por las calles como almas en pena. Desde ese mismo día, miles han sido también las personas que, con los recursos de que disponían, comenzaron a llegar en masa a vaciar los bajos, limpiar el barro de calles y de las casas, y recoger y repartir comida, entre otras muchas labores.

Entre ellos, muchos católicos han comenzado a venir desde todas partes de España a ayudar a sus compatriotas. Algunos nos han dejado sus ricos testimonios, que ahora reunimos y compartimos en este artículo.

Un militar alicantino

«Soy militar. Por motivos personales estoy de baja y, junto con unos compañeros, vamos y venimos todos los días a Paiporta y echamos un cable a todos aquellos que podamos. Desde que fui consciente del caos en Valencia, sentí que no podía quedarme en casa sin hacer nada, y que debía seguir mi conciencia mucho más allá de lo legalmente estipulado, más allá de los reglamentos y protocolos. Nadie debería de solicitar ayuda para ser rescatado. Creo que es la ley natural inscrita por Dios en nuestros corazones, abierta a ser mejorada por la ley Divina, la que debe regir nuestras vidas. Y es que básicamente hemos de hacer el bien y evitar el mal, atacando con inteligencia y valor los obstáculos puestos al bien. Y, por lo tanto, desde luego que es bueno que nos rompamos ayudando y entregándonos al prójimo por amor a Dios y por justicia. Trabajo y trabajaré con tesón cada día para dar gloria a Dios y a España, con la esperanza de llevar un pequeño rayo de sol, con mi oración y mi trabajo, a todas esas familias rotas por este desastre natural mal gestionado».

Javier, creador de contenido madrileño

«Es deber del católico ayudar a su prójimo en la medida de sus posibilidades. Atendiendo a este deber, un servidor y unos hermanos de Madrid y Segovia fuimos algunos días a una de las zonas afectadas a cumplir modestamente con este deber.

Jueves, viernes y sábado de la segunda semana estuvimos trabajando en distintos puntos de Paiporta; especialmente, sacando barro del garaje de la iglesia de San Ramón Nonato junto con decenas de hermanos de distintas partes, en particular de Cataluña, y con otros voluntarios. Juntos logramos una notable cadena de llenado, traslado y vaciado de cubos (y construcción de “diques” de contención) muy digna, teniendo en cuenta la casi ausencia de mandos.

De no ser por los voluntarios, hoy el garaje de la iglesia seguiría inaccesible. También estuvimos en la calle Sant Josep vaciando unos bajos y almacenes, y en la calle Sant Donis limpiando dos garajes. En esa ocasión, un bombero de Navarra dijo a nuestro grupo de unas 10 personas: “¿No queríais trabajar? Pues ale, ahí tenéis”. Dos horas después, se habían ido sumando varias decenas más de voluntarios de Paiporta y de otros lugares de España, y toda la planta del garaje estaba prácticamente limpia (todo ello para que después llegase otro bombero de Madrid a regañarnos por haber dejado todo en la calle: tal era y es la descoordinación entre los mismos bomberos, entre los mismos policías y entre los mismos militares).

Quiero destacar, finalmente, la ABSOLUTA disposición, agradecimiento y colaboración de TODOS los vecinos con los voluntarios en todo lo que pedimos o necesitábamos, material o alimentos, así como el compañerismo absoluto entre cristianos y no cristianos, donde todos se ofrecían a hacer cualquier cosa y a cualquier petición de ayuda: para cargar un cubo acudían numerosas manos. Y veo que en estas situaciones sale lo mejor del pueblo: desde niñas de 14 años hasta adultos de 60, pero sobre todo chicos jóvenes, no titubean a la hora de arrimar el hombro para ayudar al prójimo sacando barro, suministrando material de trabajo o haciendo tápers de macarrones. 

En suma, de lo peor Dios puede sacar lo mejor, y estas semanas se está viendo en estas desoladas tierras lo mejor del pueblo español y la esperanza de que en los momentos duros no faltará quien cumpla con el deber de amar al prójimo».

@javimarenas

Pablo, desde Salamanca

«Desde Salamanca montamos un punto de recogida con diferentes productos: agua, botas, pañales… Lo almacenábamos todo en la nave que un buen amigo nos prestó, y, durante las tardes de la semana del 4 de octubre, nos dedicamos a clasificar y empaquetar todo lo que íbamos recibiendo. Quisimos contribuir con lo que humildemente pudimos, esperando que todas las familias afectadas se puedan recuperar lo antes posible de esta tragedia, con ayuda de Dios y de todos los españoles».

Tatiana, valenciana

«Ver en directo la riada fue algo que nadie se esperaba. Desde la cadena regional no dábamos crédito a las imágenes de los pueblos que están tan solo a unos kilómetros de distancia de la capital. La alarma que sonó en nuestros teléfonos parecía una broma de mal gusto, una burla. Por momentos, creía estar viendo una película; no podía estar sucediendo tan cerca de casa, mientras, sin embargo, veía las calles que me rodeaban sin una gota de agua. 

A los días, pude acercarme a ayudar a una familia y llevarles cosas con mi coche, y, a pesar de haber visto fotos y vídeos durante días, el horror de ver un escenario apocalíptico fue difícil para mí. Varias veces me acerqué a ayudar con una amiga; primero, por nuestra cuenta, y, después, unidas a la parroquia de Santiago Apóstol, que organizó grupos para limpiar un colegio un día, y repartir todo aquello que necesitaban los vecinos que no podían todavía bajar a la calle. Y es que mucha gente mayor que vive en fincas no puede usar su ascensor, por lo que se han quedado recluidos en sus pisos, sin acceso a agua potable ni a comida caliente. Muchos nos agradecían la ayuda con lo más valioso que les quedaba: un abrazo sincero.

Yo vivo en un pueblo también, en la zona norte de la ciudad, a donde no llegó ni un ápice de barro. Era marciano estar en una zona donde todo seguía con normalidad, como si nada hubiese ocurrido, y, sin embargo, sabiendo que miles de personas estaban sin luz, sin agua, sin familiares y algunos, hasta sin casa. La sensación de culpabilidad por estar en la parte “privilegiada” por no haber sido afectada aumentaba con los días; comer, beber agua, ducharse con agua caliente, me parecían privilegios que no entendía por qué yo merecía y otros tantos no. 

Dios fue un consuelo, un empujón para superar el shock en el que muchos nos encontrábamos y salir a las calles con ganas de arreglar el desastre. Ver a toda España, católicos y no católicos, unidos por el bien común, ha sido una de las cosas más bonitas que he vivido. 

No me cabe duda que en la tierra de las flores, de la luz y del color, con ayuda de Dios y de todos los españoles, Valencia se recuperará de esta tragedia, y mantendrá siempre el cor encés en flames».

Diana y Pablo, dos compañeros de Madrid

«Mi amigo Jesús y yo nos fuimos a una convivencia de Nuestra Señora de la Cristiandad, regresamos a Madrid con esa paz que siempre deja estar con amigos de Cristo, todavía un poco ajenos a la realidad de Valencia. Nos parecía una situación que acabaría pronto, pero nos enteramos enseguida de que era una situación más grave de lo pensado.

Así que nos dijimos: “No podemos esperar a que se solucione solo”. E ideamos un plan. Destaco que mi amigo intentó toda la semana que en su trabajo le enviasen a Valencia, pero no fue posible. Finalmente, partimos el sábado 9 de noviembre a las 5:00 h, con botas, un par de chubasqueros y un corazón dispuesto. Y llevamos ropa y donaciones que otras personas nos hicieron llegar.

Llegamos a Valencia a las 9:00 h, entregamos parte de las donaciones y nos pusimos en marcha hacia el pueblo de Algemesí, cargando con otras cosas para darlas personalmente a las personas afectadas por la DANA. Llegamos a la parroquia de San Pío X, donde nos apuntamos en listas para que nos asignaran una tarea en específico. Mientras tanto y para aprovechar el tiempo, decidimos salir e ir por nuestra cuenta: encontramos con un ascensor atascado de barro y ayudamos sacándolo en cubetas; posteriormente, limpiamos con palas y escobas las principales calles con ayuda de los bomberos y a las 16:00h nos tomamos un descanso para comer. En ese momento, se nos acercó un chico llamado Jorge, que nos contó un poco sobre su historia y sobre la devoción del pueblo “Pepa” a la Beata. Él mismo nos guió hasta su casa natal y allí ayudamos a cargar cajas de un sitio a otro para los damnificados.

Entre lo poco que puedo narrar de todo lo vivido, debo decir que confío en Dios y en un pueblo español más humanizado, algo que nos pareció evidente en cada voluntario. Valencia saldrá de esto y España resurgirá de las cenizas como el ave fénix». 

Desde Nuestra Señora de la Cristiandad, lamentamos la situación de nuestros compatriotas valencianos, oramos por las almas de los fallecidos, y deseamos la pronta recuperación de los pueblos afectados.