La Misa Tradicional: un gran legado litúrgico de Benedicto XVI (parte III)
Mons. D. Alberto José González Chaves, Pbro.
Al hacer de esta Pastoral de la belleza litúrgica una de sus prioridades más queridas, buscaba el Papa favorecer un clima y afirmar unos criterios que, aun no coincidentes con los de muchos liturgistas o pastoralistas, están en plena sintonía con los principios de la Sacrosanctum Concilium[1]. Puesto que, como él mismo preguntaba a la Curia Romana meses después de su elección al Papado:
“¿Por qué la recepción del Concilio… se ha realizado hasta ahora de un modo tan difícil?… Se han confrontado dos hermenéuticas contrarias… Una ha causado confusión; la otra, de forma silenciosa pero cada vez más visible, ha dado y da frutos. Por una parte existe una… “hermenéutica de la discontinuidad y de la ruptura”; a menudo ha contado con la simpatía de los medios de comunicación y también de una parte de la teología moderna. Por otra parte, está la «hermenéutica de la reforma», de la renovación dentro de la continuidad del único sujeto-Iglesia…, que crece en el tiempo y se desarrolla, pero permaneciendo siempre el mismo… pueblo de Dios en camino. La hermenéutica de la discontinuidad corre el riesgo de acabar en una ruptura entre Iglesia preconciliar e Iglesia posconciliar… A ella se opone la hermenéutica de la reforma”[2].
Pocas semanas después, el Papa insistía a los sacerdotes en cuidar la liturgia y la gran Tradición de la fe y, recordando su discurso de Navidad a la Curia romana, les exhortaba a no vivir la hermenéutica de la discontinuidad sino la de la renovación, caminando hacia adelante con continuidad, también con respecto a la Liturgia[3].
Pero, ¿qué es exactamente lo que quiso el último Concilio para la Liturgia? Más que de señalar ambigüedades en los documentos conciliares, debemos reconocer la abundante doctrina tradicional que contiene, casi toda la cual se ha ignorado sistemáticamente o incluso contradicho en nombre del “espíritu del Vaticano II”.
Hagamos un somero repaso por Sacrosanctum Concilium. Esta Constitución Dogmática quiso que la Eucaristía sea percibida por todos como un “divino Sacrificio” (cf. SC 2, 7, 47, et passim) y la liturgia en general “un anticipo en la tierra de la liturgia celestial” (SC 8), “una acción sagrada por excelencia cuya eficacia no iguala ninguna otra acción de la Iglesia”, y cuyo fin es “la santificación de los hombres y la glorificación de Dios” (SC 10;. cf 112). Así, los fieles, catequizados y bien dispuestos, “participen consciente, piadosa y activamente en la acción sagrada” (SC 11, 14, 16-19, 48). En la liturgia “no se introduzcan innovaciones si no lo exige una utilidad verdadera de la Iglesia, y sólo después de haber tenido la precaución de que las nuevas formas se desarrollen… orgánicamente a partir de las ya existentes” (SC 23). Sólo los ministros ordenados realizarán sus ministerios propios (SC 28;. cf 118). “Nadie, aunque sea sacerdote, añada, quite o cambie cosa alguna por iniciativa propia en la Liturgia” (SC 22,3). “Se conservará el uso de la lengua latina” (SC 36,1); la lengua vernácula se utilizará, pero sólo para ciertas partes de la liturgia (SC 36,2), y el clero deberá recordar que “los fieles sean capaces de recitar o cantar juntos en latín las partes del ordinario de la Misa que les corresponde” (SC 54)[4]. La música sacra “enriquecerá la solemnidad de los ritos” (SC 112-115) y los cantos, nunca doctrinalmente objetables, se tomarán de la Sagrada Escritura o de los textos de la Misa (cf. SC 112, 113, 121). Tendrá el primer lugar el canto gregoriano, “propio de la liturgia romana”, sin excluir la polifonía (SC 116). El órgano aportará esplendor a las ceremonias, levantando las almas a las realidades celestiales. Sólo se usarán otros instrumentos si “convienen a la dignidad del templo y contribuyen a la edificación de los fieles” (120). Las Vísperas del domingo sería una cita semanal muy querida en las parroquias (SC 100). Las imágenes y reliquias de los santos serían honradas públicamente (SC 111). Abundarían las procesiones eucarísticas, la Exposición y Bendición con el Santísimo Sacramento, los Víacrucis, el Rosario, el Escapulario (cf. SC 12-13). La arquitectura y el mobiliario de la iglesia serían “verdaderamente dignos, decorosos y bellos, signos y símbolos de las realidades celestiales, para orientar santamente los hombres hacia Dios” (SC 122), excluyendo de los templos “aquellas obras artísticas que repugnen a la fe, a las costumbres y a la piedad cristiana y ofendan el sentido auténticamente religioso, ya sea por la depravación de las formas, ya sea por la insuficiencia, la mediocridad o la falsedad del arte” (124).
Ahora, cabe preguntarse: ¿es esto lo que experimentamos, semana tras semana? ¿No asistimos más bien, con pasmosa indiferencia, a un fracaso manifiesto en la aplicación de gran parte de la Sacrosanctum Concilium,? ¿Los católicos de hoy son conscientes de que la Misa es la re-presentación del Sacrificio del Calvario, de que la Eucaristía es el verdadero Cuerpo y la Sangre de Jesucristo? ¿Sólo los presbíteros y diáconos administran la sagrada comunión?[5] ¿Ningún sacerdote añade ni cambia nada en la Liturgia? ¿Se pronuncia en latín, siquiera un día al año, el canon de la Misa?[6] ¿Se canta gregoriano?[7] ¿Tienen que ver con la música sacra instrumentos como piano, guitarra y batería, que se asocian a géneros como el jazz, el folk y el rock?[8] En el campo litúrgico, como en tantos otros, los documentos del Concilio fueron sustituidos por un invasivo “espíritu del Concilio”. ¿Por qué todo se desvaneció..?[9] Llegados a este punto, hay que reconocer paladinamente que, con frecuencia, y salvando casos muy dignos, las indicaciones del Concilio Vaticano II se aplican mejor al celebrar el rito romano tradicional o al permitir, como sugería Benedicto XVI, que el Novus Ordo se deje influir por el Vetus, que refleja la gran visión teológica de la Sacrosanctum Concilium. Y así, los que aman el Usus Antiquior y, sin despreciar el Recentior, desean una “reforma de la reforma”, son mucho más fieles al último Concilio que muchos “vaticanosegundistas” que aplican el supuesto “espíritu” del Concilio deformando su letra.
Según Nicola Bux, teólogo que fue consultor de la Congregación para la Doctrina de la Fe y de la Oficina de las Celebraciones del Sumo Pontífice, el debilitamiento de la fe y la disminución de fieles podrían atribuirse a los abusos litúrgicos y a las Misas en cuyo centro no está Dios, sino el hombre. En su libro de 2011, Come andare a Messa e non perdere la fede, tras constatar que yendo a Misa en diez parroquias creía asistir a diez liturgias diversas, Bux denunciaba el giro antropológico de la liturgia y desenmascaraba a los que acusaban farisaicamente a Benedicto XVI de haber traicionado el espíritu conciliar, siendo más bien ellos los traidores del Vaticano II, llevando a veces la liturgia a “deformaciones al límite de lo soportable”[10]. Según Bux, tantas veces Dios es el gran ausente en homilías que no son sino refritos indigeribles de economía, política y sociología, o soflamas baratas de un buenismo sincretista[11]. Los mismos signos sacramentales devienen en símbolos, y quien procura evidenciar su sacralidad intrínseca, es tachado de anticonciliar. De fondo estaría, aunque se ignore, la teología inmanentista de Karl Rahner, quien tras el Concilio recusaba una reflexión teológica, según él, olvidadiza de la realidad del hombre. Uno de los muchos errores generados por tal pensamiento modernista es el modo de entender el sacramento, ya no como procedente de lo Alto, de Dios, sino como participación en algo que el cristiano ya posee. Pero la liturgia es sagrada en sí misma: parte del ius divinum, el derecho de Dios a ser adorado, sin el cual el culto se vuelve idolátrico. Si se Le hace descender al terreno de lo palpable y comprensible, se está rebajando y manipulando a Dios, con un culto a la propia medida. La comunidad se festeja a sí misma, repitiendo un baile macabro en torno al becerro de oro: un jugueteo vacío. O peor, un abandono de Dios, camuflado bajo un manto de sacralidad. La adoración de Dios se convierte en un girar sobre uno mismo: comida, bebida, diversión[12]. Además, este trastorno del culto arrastra consigo al arte sacro: es difícil no lamentar la fealdad, a veces agresiva, de tantas iglesias modernas, y la decadencia de la música y los ornamentos.
[1] Cf. Ibid.
[2] Benedicto XVI, Discurso a la Curia Romana, 22 de diciembre de 2005
[3] Cf. Benedicto XVI, Encuentro con el clero de la diócesis de Roma, 2 de marzo de 2006.
[4] La fascinación ejercida por el catolicismo sobre conversos como Claudel, Newman, Benson, Chesterton…, se debió también al universalismo de la liturgia latina que aún hoy, en buena medida gracias a Benedicto XVI y a su Motu Proprio, persuade a muchos anglicanos a volver a Roma.
[5] “Hay servicios litúrgicos que los laicos pueden desempeñar hoy en la Iglesia: el de ministro extraordinario de la sagrada Comunión, el de lector y el de guía de la liturgia de la Palabra… Es importante que estas tareas no se realicen reivindicándolas casi como un derecho, sino con espíritu de servicio. La liturgia nos llama a todos al servicio de Dios, por Dios y por los hombres, en el que no busquemos exhibirnos sino presentarnos con humildad ante Dios y dejarnos iluminar por su luz” (Benedicto XVI, Discurso a los obispos de la Conferencia Episcopal de Alemania en visita ad limina, 18 de noviembre de 2006).
[6] Pablo VI estableció que los misales nacionales (cuyas traducciones son a menudo verdaderas interpretaciones, si no traiciones) fuesen bilingües, para poder celebrar en latín. En la última edición del Misal español, el Ordinario de la Misa se ha publicado en una separata, con lo cual se dificulta aun más la elección del latín.
[7] Que la gente no lo sabe es un problema falso: la gente canta lo que ha sido custodiado y perpetuado, como la Salve Regina o el Tantum ergo.
[8] “En un estallido de entusiasmo por el jazz, se escuchan músicas que no contribuyen al clímax celebrativo” (J. Ratzinger, El nuevo pueblo de Dios. Esquemas para una eclesiología, Barcelona 1972, 343; Cf. J. Ratzinger, «In der Spannung zwischen Regensburger Tradition und nachkonziliarer Reform», Musica sacra 114, 5 (1994) 379-389).
[9] Pablo VI constituyó el Consilium ad exsequendam Constitutionem de Sacra Liturgia, para «ejecutar» la Constitución Sacrosanctum Concilium, al frente del cual puso a Annibale Bugnini, que declaró abiertamente su intención de remover de la liturgia católica todo lo que pudier ser piedra de tropiezo para los protestantes. ¿Fue inocuo tal propósito para la situación actual de la liturgia, a veces mucho menos digna en los templos católicos que en los luteranos? Según el cardenal Antonelli, el factotum de ese Consilium era Bugnini, y los seis expertos protestantes tuvieron una función superior a la de simples observadores. Conocer algún día los diarios secretos de Bugnini serviría para comprender mejor qué fue realmente la reforma litúrgica posconciliar (Cf. Nicola Giampietro, El cardenal Ferdinando Antonelli y la reforma litúrgica, Cristiandad, Madrid, 2005)
[10] Benedicto XVI, Carta acompañando el Motu proprio Summorum Pontificum.
[11] Benedicto XVI, Discurso en el encuentro con obispos de Suiza, Sala Bolonia, 7 de noviembre de 2006
[12] J. Ratzinger, El espíritu de la liturgia, 43
PUBLICADO EN EL BOLETÍN «LAUDATE» Nº15 – DICIEMBRE 2022