La peregrinación NSC-E a través de la música sacra

Daniel Rubio Ferrandis, organista y director del coro NSC-E

Uno de los aspectos centrales en la peregrinación de Nuestra Señora de la Cristiandad es la celebración de la sagrada liturgia con la dignidad y esplendor que esta merece. Del mismo modo que los altares de campaña se preparan con esmero, con todos sus ornamentos, no podríamos descuidar el canto sagrado, el cual constituye una pieza fundamental e imprescindible en la liturgia solemne.

El coro de Nuestra Señora de la Cristiandad se forma ad hoc para nuestra peregrinación anual, y este año ha podido contar con una cuarentena de personas, más del doble que en la edición anterior. Todos los coralistas tienen experiencia litúrgico-musical, ya que cantan habitualmente en la liturgia en sus ciudades de proveniencia, bien en una schola gregoriana y/o en un coro polifónico. Todos y cada uno de ellos –con su bagaje musical, su estudio y esfuerzo– han aportado sus voces para lograr un resultado muy digno para la liturgia. El coro ha estado formado por laicos, seminaristas y sacerdotes, contando con coralistas de diversas procedencias, como Estados Unidos, Portugal, Polonia o Francia, unidos todos para cantar en una misma lengua (el latín), y a través del idioma universal que constituye la música. Esto es muy hermoso ya que, como enseña San Pío X en su motu proprio Tra le sollecitudini (1903), la música sacra –por ser católica– debe tener un carácter de universalidad.

Los miembros del coro dejan de caminar algunos tramos para poder llegar antes al campamento y ensayar allí. Si bien podría parecer frustrante no poder completar la etapa con el resto del capítulo, dedicar una parte del día al ensayo es otra forma de peregrinar, realizando un servicio fundamental para la liturgia. El canto sagrado no puede dejarse a la improvisación: el Señor merece que cuidemos cada mínimo detalle de la liturgia. Conversando con un peregrino, este me contaba cómo había tenido la experiencia de asistir a celebraciones en las que el canto no se cuidaba especialmente y el resultado distaba mucho de ser digno. En cambio, los músicos profesionales bien sabemos las muchas horas que se invierten en la preparación de cualquier concierto a fin de buscar, en la medida de lo posible, la perfección en la interpretación musical. Si un músico pone todo su esmero en preparar las piezas para un concierto, ¡debería poner tanto o más para la música que ofrece al Señor! No vale hacer la música de cualquier manera para la misa: debemos transmitir belleza a través del canto sagrado. La belleza de una iglesia, de un altar, de los ornamentos o de la música nos hablan de la belleza divina (infinitamente más perfecta que la creada por el ser humano) y, por tanto, nos permiten acercarnos un poco más a Nuestro Señor, algo fundamental durante la celebración litúrgica.

La peregrinación se inició en la Catedral de Oviedo, con la bienvenida del Sr. Arzobispo, Mons. Jesús Sanz Montes, y la bendición de los peregrinos. En este rito, el coro cantó la antífona In viam pacis, en la que se pide que el arcángel Rafael nos acompañe y que el Señor nos guíe por caminos de paz y prosperidad. Esta antífona es seguida del cántico de Zacarías, el Benedictus, en que cantamos al «sol que nace de lo alto», que ha venido a visitarnos «para guiar nuestros pasos por el camino de la paz». La posterior salida de la catedral tomó la forma de una solemne procesión con la Santina, durante la que el coro entonó las letanías de Nuestra Señora, y posteriormente algunos cánticos marianos latinos y españoles.

La mayor parte del repertorio que cantamos durante la peregrinación fue gregoriano, tanto para el ordinario como para el propio de la misa. Esto no es de extrañar, ya que el canto gregoriano es el canto propio de la liturgia romana (del mismo modo que otras liturgias católicas –mozárabe, ambrosiana, orientales, etc.– tienen sus propios cantos). San Pío X, en el ya citado Tra le sollecitudini, describe el canto gregoriano como «el canto propio de la Iglesia romana, el único que la Iglesia [romana] heredó de los antiguos Padres, el que ha custodiado celosamente durante el curso de los siglos en sus códices litúrgicos» y que «fue tenido siempre como acabado modelo de música religiosa». También el Concilio Vaticano II y los papas posteriores al mismo han ratificado estas cualidades del canto gregoriano y la necesidad de que este ocupe el primer lugar en la liturgia (tal y como establece Sacrosantum Concilium).

Cabe remarcar que los textos y la música de dos de las misas que se celebraron forman parte del repertorio propio de nuestro país. La misa de Nuestra Señora de Covadonga, celebrada el sábado de forma votiva, es propia de la diócesis asturiana. Por otra parte, en España, la fiesta del apóstol Santiago no se toma del común de apóstoles (como en el resto del mundo), sino que, por ser nuestro patrono, cuenta con una misa propia.

Por otra parte, incluimos también algunas piezas polifónicas, por ejemplo, de Giovanni Pierluigi da Palestrina (1525-1594), quien fue maestro de capilla de la Cappella Giulia, el coro de la Basílica de San Pedro. Palestrina fue un gran referente para la composición sacra, ejemplificando el ideal querido por el Concilio de Trento: la música debe servir para poner en relieve el texto litúrgico, nunca para oscurecerlo. Asimismo, también incluimos algunas piezas de Lorenzo Perosi (1872-1956), sacerdote y compositor adscrito al cecilianismo, movimiento que pretendió renovar la música sacra a partir de los pedidos de San Pío X, restaurándola en un carácter puramente sagrado. Perosi realizó una aportación grandísima con una abundante producción de literatura musical sencilla, asequible para cualquier pequeño coro parroquial.

Durante la peregrinación, las dos primeras misas tuvieron lugar como misas de campaña, con los campos asturianos de El Remediu como magnífico retablo. Al estar al aire libre, el coro necesitó emplear amplificación. Sin embargo, en la misa de clausura en la basílica de Covadonga, pudimos cantar de forma natural, aprovechando su magnífica acústica. Cantar dentro de un templo constituye un cambio acústico radical y el resultado es mucho más gratificante.

Además, en Covadonga pudimos contar con el gran órgano de la basílica que, con sus más de tres mil tubos, arropó las voces de forma armoniosa. Acerca del órgano, la constitución Sacrosantum Concilium pide que «se tenga en gran estima», ya que «puede aportar un esplendor notable a las ceremonias eclesiásticas y levantar poderosamente las almas hacia Dios y hacia las realidades celestiales». Durante la Santa Misa en Covadonga, se pudo escuchar el órgano como acompañamiento de las voces, así como instrumento solista, una vez cantados los textos litúrgicos. El órgano es un instrumento con una paleta muy amplia de timbres sonoros (y especialmente en el caso de un órgano grande como el de Covadonga): puede sonar suavemente, muy dulce y casi angelical o, por el contrario, tronar de forma majestuosa y solemne. Este fue el caso de la consagración de las sagradas especies, en que, recogiendo la tradición española, sonó la Marcha Real: las trompetas del órgano saludaron así al Rey de reyes, que se hacía presente en ese momento sobre el altar.

También el órgano acompañó la Missa de Angelis, que no solo fue cantada por la schola, sino también por todos los asistentes, ya que se trata de una misa muy popular y querida por los feligreses. Esta misa toma su nombre por su uso originario para la misa votiva de los santos ángeles. Realmente no pertenece al repertorio propiamente gregoriano, sino que se trata de una composición mucho más tardía, datándose algunas de sus partes en el siglo XV o XVI. En 1904, con ocasión del aniversario de la muerte de San Gregorio Magno, y a fin de promover nuevamente el canto gregoriano, se interpretó esta misa (elegida personalmente por San Pío X) en la basílica de San Pedro (allí, en aquella época, las misas solemnes se cantaban siempre de forma polifónica). A partir de aquella ocasión, la Missa de Angelis ganó gran popularidad; en numerosos lugares fue aprendida por el pueblo, siguiendo la voluntad de San Pío X de que los feligreses también aprendieran algunas partes sencillas en canto gregoriano (deseo, por cierto, también renovado por el Concilio Vaticano II, si bien ampliamente desoído).

Otro de los cantos que con más fervor resonó en Covadonga fue el Himno a la Santina. La música de este bellísimo himno fue compuesta por Ignacio Busca de Sagastizábal (el autor del célebre Cantemos al amor de los amores). Su partitura ganó el concurso celebrado en 1918 para poner música al texto del P. Restituto del Valle con motivo de la coronación canónica de la Virgen de Covadonga (en ocasión del aniversario de la batalla de Covadonga). Tras tres días caminando a su encuentro, los peregrinos cantaron con fuerza a la que «es Madre y es Reina», porque «en Ella está el alma del pueblo español».

A través de la música sacra, los integrantes del coro de Nuestra Señora de la Cristiandad hemos podido vivir la liturgia de una forma muy profunda, saboreando cada una de las palabras que cantábamos y convirtiéndolas en oración al ponerles sonido. Siguiendo la invitación de los salmos, hemos podido cantar un cántico nuevo al Señor. El único propósito de esta tarea es poderlo alabar con un culto digno y bello, como Él merece. Deo gratias!

PUBLICADO EN EL BOLETÍN «COVADONGA» Nº11 – AGOSTO 2022