«La Primera Misa», un sugerente cuadro del pintor Enrique Simonet Lombardo
D. Íñigo Serrano Sagaseta de Ilúrdoz, Capellán General NSC-E
La historia del arte en sus diversos géneros siempre ha acudido a la Sagrada Religión como fuente de inspiración para gran cantidad de obras artísticas, y viceversa, la Religión se ha servido el arte como vehículo de comunicación para dar la mayor gloria a la Divinidad y para la edificación espiritual de los fieles.
El pasado mes de septiembre se subastó en Madrid un cuadro titulado “La Primera Misa,” obra de Enrique Simonet Lombardo (1866-1927), que bien merece nuestra atención, por su detallada y preciosista ejecución. Analizando cada personaje, cada objeto, observamos toda una atmósfera de piedad religiosa y de tradición católica y española.
La escena representa el momento del besamanos que tiene lugar al finalizar la Primera Misa Solemne de un sacerdote. Un acto que hace considerar el excelso ministerio del presbítero, su consagración a Dios en cuerpo y alma, lo cual queda reflejado muy gráficamente en sus manos.
Como reflejo del carácter sagrado de las manos sacerdotales, en la ordenación según el rito tradicional de la Iglesia, el neopresbítero, tras recibir la unción en las palmas de sus manos, las junta, y estas son entrelazadas con una cinta de seda, expresamente preparada para la ocasión y conservada con devoción a lo largo de la vida. Esas manos que han sido ungidas con el Santo Crisma van a bautizar a los niños, van a absolver los pecados en la confesión, van a elevar la Sagrada Hostia en la Santa Misa, van a bendecir a los matrimonios y van a confortar a los enfermos.
Unos días después de la ordenación, que antiguamente era un acto privado al que acudían muy pocas personas, normalmente celebrado en una capilla del Palacio Episcopal o del Seminario, tiene lugar en la Parroquia del neopresbítero la Primera Misa Solemne, conocida popularmente como Cantamisas o Cante de Misa. Este acto reviste una especial solemnidad. El nuevo sacerdote es acompañado desde su casa nativa hasta la Parroquia por gran cantidad de vecinos, que engalanan sus calles y balcones para la ocasión, entre expresiones de alegría y júbilo con música, campanas y cohetes.
Al llegar a la iglesia, se celebra la Misa Solemne que cuenta con padrinos civiles y eclesiásticos, además de un predicador extraordinario, el cual glosa desde el púlpito las excelencias del sacerdocio.
La Schola Cantorum del lugar interpreta las mejores piezas de su repertorio que tiene reservadas para estas ocasiones. Finalizada la Santa Misa y cantado el Te Deum en acción de gracias, tiene lugar el esperado besamanos. Como observamos en el cuadro de Simonet, el misacantano despojado del manípulo, al igual que los ministros del altar, se dispone en la silla para recibir a todos los fieles que se van a acercar para besar sus manos. El sacristán y los monaguillos revestidos con sobrepellices de alas típicamente españolas, después de haber ayudado a colocar la casulla, también de corte español, por detrás de la silla, observan de cerca como testigos privilegiados, el piadoso acto. Los fieles ataviados con sus mejores galas -mantillas de encaje en el caso de las mujeres y capa española en el caso de los hombres-, se van acercando y de rodillas proceden a besar las manos del nuevo sacerdote. Desde el lado de la Epístola, el diácono y el subdiácono observan la escena, con las manos juntas y mirada baja, siendo conscientes de la reverencia del momento.
Aunque el cuadro se centra en el momento del besamanos, observamos al fondo el altar sobre el que se ha celebrado el Santo Sacrificio, que es recogido primorosamente por el pintor en todos sus detalles. Es curioso observar la imagen titular, que aunque no aparece completa, ha sido pintada con la altura suficiente para poder observar su iconografía e identificar al santo. Se trata de San Francisco de Borja, que aparece portando una calavera coronada en recuerdo de su conversión, que tuvo lugar cuando fue a hacer entrega del cuerpo de la Emperatriz Isabel de Portugal y descubrió el estado de descomposición del mismo. El hecho de pintar la imagen del Santo Duque de Gandía nos recuerda el origen valenciano del pintor, Enrique Simonet Lombardo.
Igualmente se observa sobre el altar la pintura delicadamente realista en los candelabros y sacras de plata, así como la variada paleta cromática para la ejecución de las flores y las texturas de los ornamentos, predominando los tonos cálidos. El autor no escatima los detalles, observándose al fondo el cáliz cubierto sobre la credencia del lado del Evangelio. Todo ello está concebido desde el movimiento que le da al cuadro la diagonal formada por los fieles que se dirigen al besamanos.
Este cuadro nos da pie para comenzar un ciclo de artículos que analicen con detalle curiosas costumbres y tradiciones españolas ligadas a la Sagrada Liturgia.
PUBLICADO EN EL BOLETÍN «LAUDATE» Nº18 – MARZO 2023