Novena al Santo Ángel Custodio de España
Séptimo día

Compuesta por Mons. Leopoldo Eijo Garay

Por la señal…

Acto de contrición: Señor mío Jesucristo…

Oración inicial para todos los días

Oh, bienaventurado espíritu celestial, a quien la Divina Misericordia se ha dignado confiar el glorioso Reino de España, para que lo defiendas y custodies; postrados ante ti y en amorosa unión contigo damos al Señor humildes y fervientes gracias por haber tenido para con nosotros la misericordiosa providencia de ponernos bajo tu protección; contigo le alabamos y bendecimos y a su divino servicio rendidamente nos ofrecemos.

Acepta, Ángel Santo, estos piadosos cultos que a tu honor dedicamos, ilumina nuestras inteligencias, conforta nuestras voluntades, presenta al Señor nuestras plegarias avaloradas con las tuyas; defiéndenos del enemigo de nuestras almas, que también lo es, y muy feroz, de nuestra Patria; alcánzanos del Señor que saquemos fruto y provecho espiritual de estos cultos, que crezcamos en la veneración a ti, en tu amor y en la docilidad a tus enseñanzas y dirección para que defendidos, custodiados y regidos por ti sirvamos fidelísimamente a Dios en nuestra vida privada y pública; para que se salven nuestras almas y las de nuestros compatriotas todos; para que España sea siempre el paladín de la Fe Católica y Dios Nuestro Señor la bendiga, prospere y glorifique. Amén.

Meditación: angélica enseñanza

No sólo nos protegen los santos ángeles defendiéndonos poderosamente de nuestros enemigos. Principalísima misión suya es edificarnos en la virtud y fomentar nuestras buenas obras por medio de enseñanzas e ilustraciones celestiales.

Dios rige y gobierna los seres inferiores por medio de los superiores: a los hombres por medio de los ángeles. Sapientísimos son por naturaleza, pero además por la visión beatífica ven cara a cara la increada Sabiduría y, llenos de sus fulgores, los derraman por divino mandato sobre la humanidad. Por eso San Dionisio llama a los ángeles nítidos faros, esplendidísimas lumbreras, que llenas de celestiales ilustraciones, las derraman fuera de sí. Y por eso dice también San Máximo: «los ángeles santos elevan a los hombres a los esplendores que les son familiares, cual pedagogos educan en las buenas costumbres; y como de la mano conducen a una sublime sabiduría, siendo óptimos maestros y preceptores».

San Atanasio dice que los ángeles han sido destinados a enseñar e iluminar. Tertuliano afirmaba que los cristianos tienen por preceptores a los ángeles del cielo, a quienes el Areopagita llamaba intérpretes e intermediarios de lo divino ante los hombres.

Ellos nos sugieren santos pensamientos, nos excitan a practicar el bien y nos presentan favorables ocasiones, nos corrigen, nos exhortan, nos enseñan. En la Sagrada Escritura frecuentísimamente aparecen para revelar misterios celestiales e instruir en las cosas necesarias para la salvación.

Del ministerio angélico se sirve el Señor para revelar a María el misterio de la Encarnación, para tranquilizar a San José, manifestándole la santidad y la grandeza de su inmaculada esposa hecha Madre de Dios; para anunciar al mundo la nueva era de amor y de paz que empieza con el nacimiento de Jesucristo; para decir a los Magos que vuelvan por otro camino a su patria; para salvar la vida del Niño Dios haciéndole llevar a Egipto; para confortar al mismo Verbo encarnado, cuando con tristeza mortal desfallecía de dolor en la oración del huerto; para anunciar la gloriosa resurrección del Salvador del mundo. ¡Siempre aparecen los Santos Angeles derramando luz del cielo sobre la tierra!

Así, en particular, misión principalísima es del Santo Ángel Custodio de nuestro reino, enseñarnos, iluminarnos y enriquecernos con celestiales ilustraciones. ¿No debe despertar esto en nuestra alma vivísimos sentimientos de veneración y gratitud, de amor y devoción al Santo Ángel?

Debemos encontrar en la devoción al Santo Ángel Custodio del reino un poderosísimo estímulo para la enmienda y santificación de nuestra vida por el perfecto cumplimiento de nuestros deberes, tanto individuales como sociales.

La consideración de su poder sobrehumano debe inspirarnos un saludable terror que —a semejanza del que debemos tener a Dios, de quien el ángel es ministro y mensajero— es principio de sabiduría. Tengamos presente que el ángel puede castigarnos, ya que ese castigo sería obra de misericordia y muy en carácter con el oficio de pedagogo y custodio.

Amándole y meditando sobre sus virtudes nos sentiremos movidos a copiarlas en nosotros y, al calor de la devoción, las iremos poniendo por obra. El pensamiento de su presencia y constante vigilancia nos debe tener siempre sobre nosotros mismos para evitar el pecado. Por eso dice San Bernardo: «En cualquier sitio, en cualquier rincón que estés guarda reverencia a tu ángel; no seas osado de hacer en su presencia lo que delante de mí no harías. ¿Dudarás acaso de su presencia porque no lo ves? ¿Y si lo oyeras? ¿Y si lo tocases? ¿Y si por el olfato percibieras su presencia? Ya ves que no sólo por la vista se comprueba la presencia de las cosas». Ni sólo por los sentidos. Aunque estos nada digan, la razón y la fe acreditan la existencia de los seres espirituales.

De ese modo la consideración y respeto debidos al Santo Ángel Custodio de España debe movernos a evitar todo pecado y practicar la virtud, especialmente cuando uno y otra tengan efectos de daño o edificación comunes. Los escándalos, las rebeldías, las violaciones de las leyes, el menosprecio de las cosas santas, los vicios de corrupción, la pereza y el desamor al trabajo, las pendencias y rencillas, los odios y rencores, son pecados que, además de mancillar nuestras almas, forman un ambiente perjudicial para la vida pública, quebrantan los lazos de unión, siembran el desgobierno, empobrecen la patria y la hacen menos cristiana, la alejan de Dios y de su bien, y ofenden y hieren muy dolorosamente a su Santo Ángel, así como las virtudes contrarias la prosperan, engrandecen y dignifican estableciendo y arraigando en ella el reinado de Dios, con gran contentamiento del Santo Ángel.

Y si queremos recibir sus celestiales ilustraciones y que nos ilumine con utilísimas enseñanzas, huyamos singularmente de los vicios deshonestos y cultivemos con amoroso cuidado la angelical virtud de la castidad, imitándole en su santidad e inocencia. Como dice San Bernardino de Siena: «Dios y su Ángel no se manifiestan a cualquiera, sino a aquellos que son puros y castos de corazón».

Oración

Oh, purísimo espíritu, faro resplandeciente, luz de celestial sabiduría y limpísima llama de caridad, todo inteligencia y amor. Avergonzados y arrepentidos de nuestros pecados nos postramos en tu presencia. Ellos, cubriendo como negras nubes nuestra alma, nos privan de las luces celestiales; ellos vendan nuestros ojos, cierran nuestros oídos y endurecen nuestro corazón para que no percibamos tus ilustraciones y enseñanzas, las suaves y dulcísimas mociones con que nos diriges al bien.

Con humildad y firme propósito de enmendarnos clamaremos con el real profeta: «Crea en mí, Señor, un corazón limpio»[1], para poder después decir: «Habla, Señor, que tu siervo escucha»[2].

Alcánzanos, Ángel Santo, esa limpieza de corazón, para que veamos, para que podamos percibir tus celestiales enseñanzas. Recoge nuestro espíritu tan distraído y disipado por las cosas mundanas, para que atentos a tu voz nos aprovechemos de las ilustraciones con que constantemente nos encaminas hacia Dios. Muéstranos los senderos del Señor y haz que nuestra patria amada los conozca y los siga, que imite tus virtudes, que ame a Dios sobre todas las cosas y viva para servirle. Esta, Ángel Santo, era en nuestros tiempos de oro la característica de España. No consientas que la corrupción la acabe de pervertir, no toleres que consume su nefanda apostasía. Ilumínanos para que veamos nuestro verdadero bien: haznos castos, austeros, sobrios, trabajadores, obedientes, disciplinados y caritativos.

Singularmente te suplicamos por nuestros hermanos que no tienen fe y con sus predicaciones impías tanto dañan a los demás. Ilumina a los que yacen en tinieblas y sombras de muerte. Fortifica a los débiles, inflama en caridad a los tibios, da esforzado aliento a los pusilánimes, convierte a los pecadores. Enciéndenos en divino amor y fraterna caridad, para que guardando la ley de Dios, cumpliendo con nuestras obligaciones particulares y con nuestros deberes ciudadanos, vivamos cristianamente, demos gloria a Dios y por los méritos de Nuestro Señor Jesucristo merezcamos la gloria eterna. Amén.

Padre nuestro. Ave María. Gloria.

Ejemplo bíblico

Son tantos y tan edificantes y consoladores los casos que en las Sagradas Escrituras se nos narran de la intervención de los santos ángeles en cuanto se refiere a la santificación de los hombres, instruyéndolos, exhortándolos, en nombre de Dios, y hasta sujetándolos a medicinales y reparadoras penas, que precisamente en sus comentarios a la Sagrada Biblia es donde los santos padres han llamado a los espíritus celestiales maestros y pedagogos de la humanidad. Por vía de ejemplo sólo pondremos aquí algunos de los que se narran del Ángel Custodio de Israel.

En el libro segundo de Samuel, capítulo 24, el ángel —cumpliendo un castigo divino— hiere de peste a muchos millares de israelitas, hasta que compadecido el Señor dice a su ángel: «Basta ya, detén tu mano»[3]. En el capítulo primero del libro segundo de los Reyes, el ángel del Señor aparece a Elías, y le manda anunciar al Rey Ococías que por su pecado de idolátrica superstición Dios le condenaba a morir[4].

Según se narra en el capítulo 21 del libro primero de las Crónicas, cuando el valiente y esforzado rey David y los ancianos que le acompañaban vieron al ángel del Señor de pie entre el cielo y la tierra, con la espada desenvainada en la mano y vuelta hacia Jerusalén para castigarla, cayeron de cara al suelo. David, según la frase bíblica, quedó «aterrorizado con extremado temor, viendo la espada del ángel del Señor»[5].

Mucho más frecuentemente aparece el arcángel San Miguel enseñando al pueblo por medio de sus profetas o sus caudillos en todo cuanto convenía para el servicio de Dios y bien y prosperidad de Israel. Así en el libro de los Jueces, capítulo segundo, sube San Miguel desde el Monte Gálgala —donde el pueblo hebreo se había circuncidado haciendo solemne promesa de guardar la Ley mosaica— hasta un lugar donde exhortó al pueblo, recordándole los beneficios de Dios, redarguyéndole de ingratitud y excitándolo a penitencia con tan viva eficacia que por los gemidos y llantos en que prorrumpió el pueblo tomó aquel sitio el nombre de «Lugar de las lágrimas»[6].

Asimismo en el libro de Josué, capítulo sexto, el Ángel Custodio de Israel se aparece al caudillo y en nombre de Dios le instruye minuciosamente para la prodigiosa conquista de Jericó[7]. Igualmente en el capítulo sexto del libro de los Jueces se narra la aparición del ángel a Gedeón, convenciéndole con prodigios para que se pusiese al frente del pueblo y combatiese a los madianitas, instruyéndolo para conseguir la victoria[8].

¡Oh, si con nuestras oraciones y nuestras penitencias, con gran pureza de costumbres y ardiente deseo de servir a Dios, mereciésemos que el Santo Ángel Custodio del reino mostrase a España los caminos del Señor y la guiase y condujese por ellos, qué nueva era de prosperidad, bienandanza y gloria se abriría para nuestra amada patria!

AntífonaBendito sea el Señor, que por medio del Ángel de salvación visitó a nuestro pueblo y nuestra Nación y la libró de las manos de cuantos la odiaban y dirigió nuestros pasos por el camino de la paz.

. Enviará el Señor su Ángel en rededor de los que le temen.

. Y los librará.

Oremos. Omnipotente sempiterno Dios, que con inefable Providencia has destinado un Ángel a cada Reino para su custodia: concédenos, te suplicamos, que por las preces y el patrocinio del Ángel Custodio de nuestro Reino nos libremos siempre de toda adversidad. Por Jesucristo Nuestro Señor. Amén.

[1] Sal 50, 12.

[2] 1 Sam 3, 10.

[3] 2 Sam 24, 16.

[4] 2 Re 1, 3-4.

[5] 1 Cr 21, 15-16.

[6] Jue 2, 1-5.

[7] Jos 6, 2-5.

[8] Jue 6, 11-23.