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D. Fernando de Jesús António, FSSP

II Peregrinación a Covadonga (2022) - Cangas de Onís

Para mí, sacerdote portugués, hijo de don Pelayo, peregrinar con esta multitud, compuesta principalmente por jóvenes, a la cuna del renacimiento y de la reconquista de la fe de las Españas, fue un privilegio y una profunda emoción, pero también constituyó una interpelación muy fuerte. ¿Por qué estamos precisamente nosotros hoy aquí en la Santa Cueva? ¿Qué nos está diciendo Dios? ¿Estamos hoy convocados a una epopeya nueva, difícil y heroica, que nos hace pensar en la epopeya de don Pelayo y sus correligionarios?

Cuando en el siglo XIX, en el contexto del Romanticismo, se buscaban las raíces espirituales de Portugal, el escritor Alexandre Herculano escribió la primera y más famosa novela histórica portuguesa, luego traducida al español – Eurico, el Presbítero – cuyo tema es, precisamente, Covadonga. En ella leemos: «Quienes han leído la historia de aquellos tiempos saben que la batalla de Cangas de Onís fue el primer eslabón de esa cadena de combates que, extendiéndose a lo largo de casi ocho siglos, devolvió el Corán a las playas de África y restituyó al Evangelio esta buena tierra de España, tierra, más que ninguna otra, de mártires».

Cuando en el siglo XXI todo parece perdido de nuevo, cuando la iniquidad parece conquistarlo todo y nuestra santa fe católica está desapareciendo de la tierra que la dio al mundo, los pocos que aún se honran de ser hijos de don Pelayo, llamados por Dios y la Virgen, han subido a los montes de Asturias hasta la Santa Cueva del monte Auseva para iniciar de nuevo la gran batalla. ¿Seremos capaces de hacerlo?

Según la Crónica de Abelda, cuando Don Pelayo, refugiado en la Santa Cueva, esperaba con ansias el inicio de la batalla que cambiaría el curso de la historia mundial – enseguida explicaremos por qué – , el obispo Oppas le aconsejó que se rindiera: «Juzgo, hermano e hijo, que no se te oculta cómo hace poco se hallaba toda España unida bajo el gobierno de los godos y brillaba más que los otros países por su doctrina y ciencia, y que, sin embargo, reunido todo el ejército de los godos, no pudo sostener el ímpetu de los ismaelitas, ¿podrás tú defenderte en la cima de este monte? Me parece difícil. Escucha mi consejo: vuelve a tu acuerdo, gozarás de muchos bienes y disfrutarás de la amistad de los caldeos». Pelayo respondió entonces: «¿No leíste en las Sagradas Escrituras que la Iglesia del Señor llegará a ser como el grano de la mostaza y de nuevo crecerá por la misericordia de Dios?».

Hoy, como entonces, no faltan quienes intentan aconsejarnos e incluso amenazarnos, para que nos rindamos al espíritu y los poderes de este mundo. Quieren convencernos de que estamos equivocados, de que el mundo va en otra dirección… de que debemos seguir a la mayoría. También existirá la tentación de desanimarse: ¿Quiénes somos nosotros para esta epopeya? Somos pocos, débiles y todos nos desprecian. ¿No es esta una misión imposible y condenada al fracaso?

En una situación similar, en la que todo parecía perdido y las esperanzas humanas eran inexistentes – en pocos años la Península estaba casi completamente dominada por los musulmanes – don Pelayo no cedió ante el obispo que le disuadía de seguir su camino, y sólo confiando en Dios y en la Virgen avanzó al desigual combate. Y gracias a esta audacia, toda ella basada en la fe, esta querida tierra nuestra renació hija de la Iglesia, y desde aqui, siglos después, los reinos hermanos de España y Portugal llevaron la fe católica a los cuatro puntos cardinales, y el mundo llegó a conocer a Cristo. De hecho, la gran evangelización del mundo llevada a cabo por los pueblos peninsulares nunca hubiera sido posible sin Covadonga.

Podemos decir que el mundo fue bautizado gracias a la Santa Cueva de Covadonga. Ahora bien, este hecho totalmente extraordinario contrasta con la sencillez del lugar, con la pobreza de los medios y con la escasez de soldados. Lo que hizo posible que todo esto se convirtiera en un verdadero milagro fue la fe de don Pelayo y sus compañeros. Este puñado de hombres, nuestros egregios abuelos, contra toda esperanza, y tentados por el obispo, pusieron su confianza en Dios. Y con los pocos medios que tenían, Dios Nuestro Señor obró un milagro cuyas consecuencias positivas perduran hasta hoy.

¿Acaso nuestra Santa Religión no comenzó también en una humilde cueva de un lugar lejano y remoto? ¿No fueron también los humildes, pocos y desarmados habitantes de la Cueva de Belén atacados por los poderes armados de los grandes de este mundo? ¿Y no hizo Dios maravillas con toda esta pobreza de medios y sencillez de corazón, salvándolos con mano fuerte y brazo poderoso? Con la Cueva de Belén y la Cueva de Covadonga aprendemos a tener fe, a confiar en Dios y a poner todo lo que tenemos y todo lo que somos al servicio de Dios. Sólo así pueden volver a ocurrir milagros.

¿Cómo debemos prepararnos para el gran combate? El Apóstol escribió: «Por lo demás, hermanos míos, fortaleceos en el Señor, y en el poder de su fuerza. Vestíos de toda la armadura de Dios, para que podáis estar firmes contra las asechanzas del diablo. Porque no tenemos lucha contra sangre y carne, sino contra principados, contra potestades, contra los gobernadores de las tinieblas de este siglo, contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestes. Por tanto, tomad toda la armadura de Dios, para que podáis resistir en el día malo, y habiendo acabado todo, estad firmes. Estad, pues, firmes, ceñidos vuestros lomos con la verdad, y vestidos con la coraza de justicia, y calzados los pies con el apresto del evangelio de la paz. Sobre todo, tomad el escudo de la fe, con el que podáis apagar todos los dardos de fuego del maligno. Tomad el yelmo de la salvación, y la espada del Espíritu, que es la palabra de Dios; orando en todo tiempo con toda oración y súplica en el Espíritu, y velando en ello con toda perseverancia y súplica por todos los santos» (Ef 6, 10-18)

¿Y ahora qué, hermanos? ¿Todavía tenemos miedo? ¿No se apareció la Virgen precisamente en nuestras tierras de España y Portugal para animarnos a la fe y a la perseverancia, prediciendo que al final triunfaría su Corazón Inmaculado? Es ella, la humilde Sierva del Señor, la gran estratega de la victoria. ¡Alistémonos con alegría, sacrificio y heroísmo en su pequeño ejército, y con ella y con Cristo saldremos victoriosos!

«Nuestros padres sus ojos a ti volvieron,
 y una patria adivinó,
con tu nombre en los labios por ti lucharon,
con tu amor en las almas, por ti vencieron.»

¡Volver a Covadonga para empezar de nuevo desde Covadonga!

PUBLICADO EN EL BOLETÍN «COVADONGA» Nº11 – AGOSTO 2022