Un «dogma» laicista: la falsedad de las reliquias
Jorge-Manuel Rodríguez Almenar, Universidad de Valencia
Presidente del Centro Español de Sindonología
Pocos temas hay tan desacreditados a nivel popular como el de las reliquias. Jorge Manuel Rodríguez aborda en este artículo algunos de los argumentos que habitualmente se esgrimen contra estos variopintos objetos. «Razones» que explican el escepticismo general existente sobre el tema: ¿No son «demasiadas»? ¿no estamos ante una muestra «santificada» de superstición?, ¿tiene sentido hablar de reliquias a cristianos «adultos»?…
Es casi una especie de “dogma” laicista la idea de que todas las reliquias son falsas. Quienes tenemos que hablar de temas relacionados con el estudio de las reliquias de la Pasión escuchamos con cierta frecuencia frases despectivas al respecto, (eso sí, pronunciadas con mucho énfasis). Quizá la que más éxito tiene –por su ingenio indudable– es la que afirma: “si se reunieran todos los trozos de la cruz de Cristo habría madera suficiente para hacer un barco”. Esta afirmación es el paradigma de lo que se piensa en general de las reliquias… y, sin embargo, es radicalmente falsa.
Son muchas, pero no son lo que parecen
Pocos conocen que su autor no fue ningún científico sino el reformador protestante Calvino, conocido por su frontal oposición a las reliquias y por haber hecho de la crítica a su proliferación uno de sus argumentos anti-católicos favoritos. Pero aún es más falso decir que esto es lo que afirman los científicos. Porque, si bien es verdad que han existido científicos que se han propuesto contabilizar toda la madera de los lignum crucis, el resultado es el opuesto al que se afirma: Por ejemplo, según los cálculos del profesor Baima Bollone de la Universidad de Turín, si se reunieran todos los trozos de la cruz de Cristo –aun aceptando, sin más, que todos fueran reliquias en sentido estricto– comprobaríamos que ni siquiera conservamos el 50% del palo horizontal de la cruz, el patíbulum.
Y ¿cómo es posible –se preguntarán algunos– si conocemos muchas iglesias con lignum crucis y se muestran generalmente en cajas-relicario muy grandes? Esa es precisamente una de las claves del misterio. El pueblo confunde muchas veces “lo que se ve de la reliquia”, o sea el relicario, con la reliquia misma. En la mayor parte de los casos las astillas de la cruz que están en el interior no pasan de la centésima parte de un palillo.
Se calcula, por comparación con el travesaño que se encuentra en la Basílica de la Santa Cruz de Jerusalén de Roma, que el Patíbulum de la cruz de Cristo podría pesar al menos 50 kg y medir unos 46.800 cm³. Si el volumen de los fragmentos superiores a 1 cm3 que tenemos catalogados es sólo de unos 4000 cm³, por mucho que existan partículas minúsculas repartidas por el mundo, resulta que hemos perdido la mayor parte de tan preciado tesoro, ¡el supuesto barco tendría que ser de proporciones verdaderamente ridículas!
Lo primero que se suele oponer frente a las reliquias es que son muchas, y convendría matizar un poco sobre su número, pues muchas veces pecamos de etnocentristas y confundimos la realidad de nuestro viejo continente con la que imaginamos en el resto del mundo. Como vemos que en las iglesias francesas, italianas y españolas existen muchas reliquias, pensamos que en todo el mundo es igual e imaginamos miles y miles de estos objetos. No se puede ser tan simple. ¡Pues claro que en nuestro entorno se mencionan muchas reliquias! pero, de existir, ¿dónde tendrían que estar? Desde luego no en América, ni en Oceanía. Únicamente se localizan en la zona sur de Europa y en aquellos lugares donde Asia y África se asoman al Mediterráneo, es decir, en el territorio del antiguo imperio romano. Y no en todo.
Aún así, se nos dice, son demasiadas, y estamos de acuerdo. Es inconcebible que todos estos objetos pasen un simple estudio superficial, con los parámetros que utiliza la ciencia actual. Es verdad. Sin embargo no siempre se trata de falsificaciones, es decir de “manipulaciones fraudulentas creadas para engañar al pueblo incauto y supersticioso”.
Qué se entiende por reliquia
La Iglesia siempre ha distinguido entre reliquias en sentido estricto (partes del cuerpo del santo) reliquias en sentido lato (vestidos y objetos del mismo) y reliquias en sentido latísimo (objetos semejantes que han sido “santificados” por el contacto con el original) y ha dejado constancia de la diferencia. Lo que ocurre es que la existencia de reliquias “de contacto” es una de las causas más comunes de confusión, pues muchas veces la incultura popular las ha convertido, con el tiempo, en “originales”. La mentalidad moderna tiende a considerar que la reliquias que no son originales son “falsificaciones”, pero no tiene por qué ser así. Responden a la voluntad, muy humana, de guardar un recuerdo de algo santo en cuya proximidad nos hemos encontrado. Aún hoy es frecuente ver devotos que pasan estampas, pañuelos y demás objetos, por lugares o imágenes de su devoción. Es una costumbre que sigue viva.
Otro factor a tener en cuenta –no pequemos de ingenuos– es la mala intención de quien habla de las reliquias. Estamos acostumbrados a ver libros en los que el autor oculta intencionadamente los datos esenciales. “Hay 28 Santos Clavos”, se dice, y el lector sonríe desconfiado. Es lógico. Pero yo me pregunto ¿porqué no se dice a continuación que muchos de ellos tienen unas credenciales absolutamente claras en las que se afirma que están hechos a semejanza del original y “santificados por contacto” o que en su composición se han usado unos gramos del hierro de un clavo original?
Efectivamente, hay falsificaciones
No obstante lo dicho, es verdad que existen reliquias falsas: su aparición se enlaza fundamentalmente con las peregrinaciones a Tierra Santa y con el auge de las cruzadas. Algunos aprovechados volvían de aquellas tierras con souvenirs impresionantes que muchas veces eran aceptados con la mayor buena fe, pero sin la menor investigación (claro que tampoco había muchos medios para investigar…)
Los emperadores bizantinos, siguiendo el ejemplo de la Emperatriz Santa Elena, habían atesorado con verdadera fruición todas las reliquias que pudieron reunir. Podemos aventurar que algunas de aquellas serían falsas pero, sin duda, era en Bizancio donde se reunieron la mayor parte de las auténticas. Realmente los emperadores eran casi los únicos que se lo podían permitir y estaban orgullosos de ello, puesto que su reinado se justificaba y legitimaba con estos objetos. Bizancio era “la nueva Roma”, el imperio cristiano que se había salvado de la invasión de los bárbaros.
Cuando los caballeros occidentales arrasaron la ciudad de Constantinopla durante la cuarta Cruzada –en un episodio vergonzoso que les valió la excomunión papal– muchas reliquias fueron robadas y traídas a occidente de forma clandestina, pero junto a las originarias se añadieron otras de muy dudosa procedencia, porque, “a río revuelto… “
Gente que se dedica a engañar ha existido siempre y sigue existiendo, porque en todos los tiempos ha habido gente crédula y gente dispuesta a ser engañada y es éste un fenómeno que no se circunscribe sólo al pasado o a gentes de poca cultura. ¿Alguien ha reparado en la ingente cantidad de publicaciones de temas esotéricos, misteriosos y fantásticos que se venden todos los meses en nuestros quioscos, como si tal cosa? –¿es posible que existan tantos misterios?– Impresiona conocer su volumen de ventas.
Lo cierto es que, el episodio de la cuarta cruzada terminó por enturbiar todo el panorama y, con base en estos hechos, realmente tristes, se afirma injustamente que todas las reliquias son falsas y que no merece la pena ni siquiera tomarlas en consideración.
Se ha pasado del exceso de credulidad al caso contrario: la absoluta incredulidad. De un prejuicio, se ha pasado al prejuicio contrario.
Es necesario discriminar
No pretendo meter en el mismo saco todas las supuestas reliquias que se veneran en el mundo aceptando, sin más, que sean originales sino, precisamente, lo que quiero apuntar es que, con demasiada frecuencia, le colocamos a todo ese conjunto de objetos dispares el sambenito de la falsedad, sin distinguir en absoluto su carácter y origen. Una actitud que choca frontalmente con la mentalidad científica del mundo contemporáneo.
Que existan reliquias falsas no quiere decir que no puedan existir las auténticas. Es más, solo quien niegue la existencia histórica de Jesús puede negar la posibilidad de que hayan llegado ante nosotros algunos de los vestigios de su paso por la tierra. ¿No guardamos con veneración los objetos que nos recuerdan especialmente a nuestros padres? ¿no los trasmitimos a nuestros hijos con legítimo orgullo? ¿qué tendría de extraño, entonces que los apóstoles y Santa María hubiesen guardado algunos objetos de Aquél que dio sentido a su vida y por el que prácticamente todos iban a dar la suya?
No creo que ninguno de nosotros rechazara un fajo de dólares alegando que es la moneda más falsificada del mundo, por muy verdad que sea. ¿No merecería la pena, siquiera, detenerse a estudiar los billetes que nos entregaran para evitar los falsificados y quedarse con los auténticos?
Se me podría decir que el ejemplo no vale porque esto lo haríamos con el dinero porque tiene valor, pero con otros objetos sin valor, ¿para qué?… Y ese es precisamente el tema. ¿Qué valor tienen las reliquias? ¿no les estaremos dando un carácter de fetiche o de amuleto que sería bueno desterrar?
Sinceramente creo que no, porque más allá de algunos abusos, fruto inevitable de la disminución de formación religiosa, las reliquias siguen conservando su valor y, en todo caso, se trata de clarificar y de colocar las cosas en su sitio.
El valor de las reliquias
En primer lugar, a diferencia del amuleto, el valor cristiano de la reliquia no reside tanto en sí misma, sino ser un instrumento que nos remite a “alguien”. Podríamos decir que, desde este punto de vista instrumental y subjetivo, es poco importante el estudio científico de su autenticidad y, en cierta forma, cumple su misión por el solo hecho de “conectarnos anímicamente” con Cristo o los Santos. Tienen una función semejante al de las imágenes religiosas cuyo valor no puede quedarse en ellas mismas sino en su carácter de “mediación anímica”.
Pero es que, además, las reliquias son verdaderos documentos sin palabras, que nos hablan elocuentemente de quienes nos han precedido en el camino de la Vida, y que –en algunos casos– nos pueden dar una preciosa información de hechos trascendentales de la historia del cristianismo o de nuestra fe. Desde este punto de vista es claro que la única alternativa racional es el estudio científico de estos objetos ¿Acaso podemos saber lo que nos cuentan si no los leemos?
La investigación científica profunda realizada recientemente sobre la Sábana Santa de Turín, el Santo Sudario de Oviedo, el Títulus de Roma (el “INRI” de la Cruz), el santo Cáliz de Valencia y tantas otras, además de revalorizar su existencia y el sentido de la tradición cristiana, nos está permitiendo conocer detalles preciosos de la auténtica Pasión de Cristo que valdría la pena describir con detenimiento.
Es más –según se realizan estudios y análisis– nos estamos llevando abundantes sorpresas, pues muchas reliquias aparentemente “absurdas” y, por tanto, “increíbles” han pasado a ser bastante razonables tras un simple estudio histórico y arqueológico, más allá de interesadas intoxicaciones periodísticas o deformaciones populares. La “leche de la Virgen” resulta ser tierra de la “Gruta de la leche” que se encuentra en Belén, la “Pluma de San Miguel” pasa a ser lo que siempre se ha dicho en Liria, (es decir los restos de la veneradísima imagen de San Miguel profanada y destruida en 1936), etc, etc…
Es cierto, hemos de purificar nuestra fe. Pero hay que hacerlo bien. Los españoles llevamos muchos siglos viviendo en el seno de la Iglesia Católica y, como ocurre cuando se vive mucho tiempo en una casa, uno tiende a acumular cosas que no sabe muy bien por qué las guarda. Pero yo, sinceramente, no dejaría que hiciera limpieza de mis recuerdos alguien que no tuviera ningún criterio y menos aún alguien que tuviera un clarísimo prejuicio en mi contra.
Y, entonces ¿por qué permitimos que se haga esto con nuestro patrimonio histórico? Lo que hay que exigir es que se siga en este tema los mismos parámetros de la ciencia de nuestro tiempo y no tener miedo a la verdad, (aunque nos confirme lo que siempre había dicho la tradición… que eso es a lo que más se tiene miedo, paradójicamente).
En todo caso, no hay nada menos científico que el prejuicio. Por definición.
PUBLICADO EN EL BOLETÍN «LAUDATE» Nº31 – ABRIL 2024