Crónica de un retiro en San Calixto

D. Miguel Armenteros Puchades, Capítulo Nuestra Señora de los Desamparados

Fotografía grupal del retiro.

El pasado 28 de marzo tuvimos la gracia de poder asistir al retiro de Cuaresma de Nuestra Señora de la Cristiandad. Fueron tres días, de viernes a domingo. Solo tres, pero bastaron para abrir un provechoso paréntesis en nuestras obligaciones cotidianas.

El retiro tuvo lugar en San Calixto, un rincón de Córdoba que parece escondido a propósito para los que necesitamos silencio. Allí, en mitad de la nada, entre una selva de alcornoques y un cielo límpido y repleto de estrellas, se alza el antiguo monasterio de El Tardón. Un lugar que huele a tierra y a oración, apartado del ruido, lleno de la presencia de Dios. Tal es la opinión de las propias hijas de Santa Teresa que allí viven, que explican cómo ese lugar «tiene algo de santo».

Fuimos cinco valencianos con poco equipaje para caber en el coche y el alma con ganas de expandirse. Llegamos cansados pero muy contentos, durante el viaje charlábamos animadamente sobre las ganas que teníamos de aprovechar este tiempo de calma y oración, de cómo estábamos aprovechando esta Cuaresma, de los planes y las ideas que teníamos para servir al Señor…

Toda esta agitación se estrelló felizmente contra el silencio y la quietud de este milagro cordobés. Así como Nuestra Señora es la playa de los pecadores, este lugar recogido quiso ser, este fin de semana, playa de los inquietos, de los agobiados y de los distraídos por el ruido del mundo. El Señor, como siempre tan caballero, en seguida se dejó encontrar.

No eran unos ejercicios ignacianos, sino más bien un retirarse de lo mundano, hacer silencio interior y exterior, para que el diálogo con el Señor fuera el centro. Y, además, todo aderezado con la sacralidad de la Santa Misa. Las meditaciones ocupaban el lugar de facilitar que el alma se ensanchara, que nuestra única preocupación fuera amar mucho al Señor.

Durante el retiro hicimos el Vía Crucis bajo los luceros de la noche de San Calixto; meditamos la Pasión en las prédicas de nuestro querido D. Alberto, repletas de un castellano barroco maravilloso; y, finalmente, tuvimos la gracia de tener vela nocturna ante el Santísimo.

En el silencio de la noche, recordaba yo una de las anécdotas que ese día nos había predicado D. Alberto, fue una frase de Jesús a la terciaria franciscana santa Ángela de Foligno: Ángela, yo no te he amado de broma. Y es que en este retiro todo ha sido volver a lo esencial: contemplar el Corazón enamorado de Nuestro Señor que no se ahorró ningún trabajo ni padecimiento por nosotros.

Quiero agradecer la acogida de las carmelitas que allí viven tan alegres y tan sencillas; al ermitaño que las atiende, un hombre discreto y bueno; a nuestro hospedero, que tiene una receta de potaje tan buena que los que allí estábamos parecía que no hubiéramos comido nada en la vida; y, finalmente, a nuestro predicador, que nos va cogiendo cariño a pesar de nuestras pintas.