Cristo y los pecadores arrepentidos. Gerard Seghers.

Francisco José Alegría Ruiz, Canónigo-Director del Museo de la Catedral de Murcia

Gerard Seghers, “Cristo con los pecadores arrepentidos”

Durante la Reforma Católica y el Barroco la iconografía cristiana incorporó diversos temas que reflejan nítidamente el pensamiento católico y las convicciones en las que se mantuvo la Iglesia tras la conmoción provocada por Lutero y los otros heresiarcas. Concretamente, los asuntos relacionados con la penitencia adquirieron un notable protagonismo en los templos de buena parte de la Cristiandad. El Concilio de Trento había afirmado, en sus sesiones VI y XIV, la verdadera doctrina sobre la justificación y el sacramento de la penitencia, y era necesario mostrar plásticamente el valor del arrepentimiento, de la confesión y de la misma penitencia.

En el ambiente religiosamente convulso de Amberes de finales del siglo XVI, tras la recuperación en 1585 de la ciudad por los tercios españoles capitaneados por Alejandro Farnesio, nació en el seno de una familia calvinista convertida al catolicismo Gerard Seghers (1591-1651). Son varias las pinturas de temática religiosa de su producción, y de entre ellas ha llamado siempre la atención, por su original iconografía, la de “Cristo con los pecadores arrepentidos”, obra conservada en el Rijksmuseum de Amsterdam. Aunque se trata de un lienzo cuyo asunto no se corresponde con ninguna escena evangélica, sin embargo, es expresión de la esencia de la redención obrada por Nuestro Señor y la necesidad de penitencia, ilustrada con Cristo entre siete personajes bíblicos célebres por su arrepentimiento. En el centro de la composición, Cristo sentado en un trono se muestra a la vez como redentor, rey y juez. Viste túnica roja, alusiva a la sangre derramada para el perdón de los pecados, mientras deja ver las llagas de sus manos, pies y costado. Sostiene con la izquierda el estandarte victorioso de la cruz y mira fijamente al espectador con satisfacción, queriendo presentar con la diestra a los personajes que le acompañan, como recompensa o trofeo de su pasión. Junto a él y a los pies de su trono siete penitentes bíblicos se muestran como su corte. A la izquierda de Cristo, San Pedro, quien lo negó en la casa del Sumo Sacerdote, y el Hijo Pródigo, que abandonó la casa paterna y sentado en el suelo deja ver sus pies descalzos y sus ropas ajadas. Inmediatamente a la derecha, el rey David quien tomó a la mujer de Urías y a él lo mandó a una muerte segura, y María Magdalena, como la mujer adúltera que en casa de Simón en Betania ungió los pies del Señor. Detrás de ellos el publicano, que en el evangelio de Lucas oraba en el templo humillado sin levantar la cabeza; Zaqueo, jefe de publicanos, que parece elevar la mirada a un árbol, como el sicómoro que le permitió ver a Jesús; y finalmente Dimas, el ladrón, que porta la cruz en la que fue crucificado.

Son un total de siete personajes y todos ellos tienen en común su condición de pecadores, pero sus actitudes de humildad nos recuerdan cómo todos fueron célebres por su arrepentimiento y penitencia: las lágrimas de San Pedro y la Magdalena; el deseo de regresar a la casa del Padre del Hijo Pródigo que confesó “He pecado contra el cielo y contra ti”; el buen ladrón, que conminó a Gestas diciendo “recibimos el pago de nuestros delitos” y arrepentido confesó a Cristo y pidió lo recordase en su reino; el publicano que en el templo oraba diciendo “¡Oh Dios, ten compasión de este pecador!”; Zaqueo que arrepentido quiso entregar la mitad de sus bienes a los pobres y cuatro veces más a quien hubiera defraudado; y el rey David que rezaba “Contra ti, contra ti sólo pequé, por tu inmensa compasión borra mi culpa”. Siete penitentes que nos hablan de la victoria total de Dios sobre el pecado y su disposición a derramar su sangre redentora en el sacramento de la penitencia sobre los que se arrepienten.

Un mensaje es claro en el lienzo de Gerard Seghers: Cristo muestra las llagas de su pasión, por la que nos ha rescatado del pecado, pero son los que se arrepienten de sus pecados los que se lavan en su sangre. Y así lo recuerda el Concilio de Trento “aunque Jesucristo murió por todos, no todos participan del beneficio de su muerte, sino sólo aquellos a quienes se comunican los méritos de su pasión”. El triunfo de Cristo es rescatar al hombre del pecado, y para ello es necesario el arrepentimiento y la penitencia, dejando atrás, como todos los personajes del cuadro, el pecado para recibir la gracia del perdón.

PUBLICADO EN EL BOLETÍN «LAUDATE» Nº30 – MARZO 2024