La Misa Tradicional: un gran legado litúrgico de Benedicto XVI (parte V)
Mons. D. Alberto José González Chaves, Pbro.
¿Por qué celebramos la liturgia tradicional?
Nos atrae la Liturgia Tradicional, nos ayuda a vivir mejor nuestra fe católica, a sentirnos más hijos de la Iglesia, más romanos. No añoramos tiempos pasados por una simple nostalgia, sensiblera o amargada, de lo antiguo. No nos adherimos necesariamente a determinadas opciones políticas, sino que comulgamos con la doctrina social de la Iglesia. Pertenecemos a diversas clases sociales, procedemos de lugares muy distantes, desarrollamos profesiones muy varias. No somos gente rara: aquí hay muchos jóvenes, familias numerosas, abiertas a la vida; se ven muchas sonrisas, mucha alegría. No somos oscurantistas. No somos mejores que nadie pero, por lo que yo conozco… ¡tampoco peores! En definitiva (y hay que seguir repitiéndolo con garbo a Obispos y sacerdotes), no somos “un problema”. Son otros muchos, y de muy preocupante calado, los problemas que hoy tiene la Iglesia.
Tampoco eran gente rara, problemática o irrelevante los firmantes de la carta enviada en 1971 por el Primado de Inglaterra, Mons. Heenan, que también la avalaba, a Pablo VI, quien se sorprendió al ver entre aquellos nombres, más de ochenta representantes de la cultura del siglo XX, el de la archiconocida novelista Agatha Christie. Este era el texto:
“Si algún decreto insensato llegase a ordenar la destrucción total o parcial de las basílicas o las catedrales, obviamente serían las personas beneficiadas por la cultura -cualesquiera fuesen sus creencias personales-, quienes se alzarían horrorizadas en oposición a una posibilidad tal. Ahora bien, las basílicas y catedrales fueron construidas para celebrar… la Misa Romana Tradicional. Aun así…, existe un plan para hacer desaparecer dicha Misa… Hoy, como en los tiempos pasados, la gente culta…, cuando es amenazada la tradición, es la primera en dar la voz de alarma. No estamos considerando en este momento la experiencia religiosa o espiritual de millones de individuos. El Rito en cuestión, en su magnífico texto latino, ha inspirado una pléyade de logros artísticos invalorables, no sólo obras místicas sino de poetas, filósofos, músicos, arquitectos, pintores y escultores de todos países y épocas. Y así, el Rito pertenece a la cultura universal, tanto como a los hombres de Iglesia y a los cristianos… Los firmantes de este pedido, completamente ecuménico y apolítico, de cada una de las ramas de la cultura europea y de otras partes, quieren llamar la atención de la Santa Sede sobre la apabullante responsabilidad en la que incurriría en la historia del espíritu humano si se negara a permitir la subsistencia de la Misa Tradicional”.
Entre los 84 firmantes figuraban también los literatos Robert Graves, Graham Greene, Jorge Luis Borges, Cecil Day Lewis, Julien Green, François Mauriac, Eugenio Montale, Salvador de Madariaga; los filósofos Augusto Del Noce, Jacques Maritain, Maria Zambrano, Gabriel Marcel; nuestro incomparable guitarrista Andrés Segovia…[1] Como se ve, a quienes critican la Tradición con autosuficiente pedantería, tolerando en Liturgia todo, salvo la Misa tradicional, su ignorancia les impide ver que este mundo tienes raíces intelectuales profundas.
Y sin embargo, en estos últimos años hemos podido repetir más de una vez con San Pablo, desde una soledad llena de Dios, que este tesoro de la Liturgia Tradicional “lo llevamos en vasijas de barro, para que se vea que una fuerza tan extraordinaria es de Dios y no proviene de nosotros. Nos aprietan por todos lados, pero no nos aplastan; estamos apurados, pero no desesperados; acosados, pero no abandonados; nos derriban, pero no nos rematan…, pues creemos y por eso hablamos” (2 Cor 4, 7-9. 13).
Es eso, la fe, lo que nos estimula a luchar como el despreciable ejército de Gedeón. Porque la Misa de siempre no sólo complace nuestra sensibilidad, sino que, sobre todo, robustece nuestra fe, en este tiempo de apostasía que, si San Juan Pablo II hace pocas décadas llamó silenciosa[2], hoy es atronadora.
La Misa de siempre vigoriza y reanima nuestra fe porque se celebra de cara a Dios (¡no de “espaldas al pueblo”!), porque en ella predomina el misterio, la adoración, la cruz, el silencio, el latín, el gregoriano, ¡la belleza! Porque en ella no se nos trata como niños a los que hay que entretener para que no se vayan.
a. Ad orientem: ad Crucem
En la Misa Tradicional miramos al futuro de la Iglesia, en cuyo centro está la cruz de Cristo, como está en el centro del altar el Sumo Sacerdote al que la Iglesia contempla y adora hoy, como ayer y siempre. La mirada a Dios es determinante: todo se orienta a Él; por eso el sacerdote mira la cruz, o el tabernáculo, dirigido ad Dominum: ad Orientem. ¡Hemos asistido a la insensata demolición de tantos altares antiguos y bellos! Ratzinger lamentaba que “el sacerdote dirigido al pueblo da a la comunidad el aspecto de un todo cerrado en sí mismo”[3]. Cuando fue Papa, interponía entre él y los fieles una cruz bien visible, aun conociendo la objeción de la idea de Misa-banquete que desde las «comunidades de base de los años setenta» se resiste a morir. Pero el misterio de la comunión eclesial viene de lo alto, no se resuelve mirando a la asamblea. Cuando en la plegaria eucarística, momento culminante de la Misa, el sacerdote gira la mirada al pueblo en lugar de mirar a la Cruz frente a ellos, no resulta evidente que esté hablando con el Señor en nombre del pueblo. Y la consecuencia es que los fieles también se distraen mirando al sacerdote, en perjuicio de una verdadera actuosa participatio.
Todos los pequeños y medianos trabajos de Ratzinger sobre cuestiones litúrgicas se reunieron en el Año Jubilar 2000 bajo el título El espíritu de la liturgia. Una introducción, del que casi todas las reseñas se centraron en un capítulo de 10 páginas sobre 250: “El altar y la orientación de la oración en la liturgia”[4], reduciendo sesgadamente su riquísimo contenido a la pretensión de reintroducir la misa “de espaldas”. Pero lo que dice Ratzinger era, en sustancia:
“La idea de que sacerdote y pueblo en la oración deberían mirarse recíprocamente nació sólo en la cristiandad moderna y es completamente extraña en la antigua. Sacerdote y pueblo ciertamente no rezan el uno hacia el otro, sino hacia el único Señor. Por tanto durante la oración miran en la misma dirección: o hacia Oriente como símbolo cósmico para el Señor que viene, o, donde esto no fuese posible, hacia una imagen de Cristo en el ábside, hacia una cruz o simplemente hacia el cielo”[5].
Según Ratzinger, tras la reforma litúrgica se ha perdido de vista lo que está en el centro: “La Cruz está en el centro de la liturgia cristiana, con toda su seriedad: un optimismo banal, que niega el sufrimiento y la injusticia en el mundo y reduce el ser cristiano al ser cortés, no tiene nada que ver con la liturgia de la Cruz”[6]. Predicando en la Catedral de Westminster en 2010, Benedicto XVI dijo que el gran crucifijo que dominaba la nave recordaba que Cristo, “nuestro sumo y eterno sacerdote, une cada día a los méritos infinitos de Su sacrificio nuestros propios sacrificios”[7].
b. La adoración y el silencio
Para Benedicto XVI es intrínseca la relación entre Eucaristía y adoración, que es como el “ambiente” espiritual dentro del cual la comunidad puede celebrar bien. La liturgia debe ir precedida, acompañada y seguida de una actitud interior de fe y de adoración porque en la Eucaristía, Quien viene a nuestro encuentro y desea unirse a nosotros es el Hijo de Dios, y «ante Cristo crucificado todo el cosmos, el cielo, la tierra y el abismo, se arrodilla (cfr. Fl 2, 10-11)… La humildad de Dios, el amor hasta la cruz, nos demuestra Quién es Dios. Ante Él nos ponemos de rodillas, adorando. Estar de rodillas ya no es expresión de servidumbre, sino precisamente de la libertad que nos da el amor de Dios, la alegría de estar redimidos»[8].
De aquí la lección silenciosa de Benedicto XVI sobre la Comunión dada en la boca y de rodillas, ya que la Comunión en la mano es algo permitido por un indulto, es decir, un acto de duración limitada, que en cambio se ha convertido en regla, con la consiguiente minusvaloración de la sacralidad del gesto y de la propia presencia real.
“Existen ambientes, no poco influyentes, que intentan convencernos de que no hay necesidad de arrodillarse. Dicen que es un gesto que no se adapta a nuestra cultura (pero ¿cuál se adapta?); no es conveniente para el hombre maduro, que va al encuentro de Dios y se presenta erguido. (…) Puede ser que la cultura moderna no comprenda el gesto de arrodillarse, en la medida en que es una cultura que se ha alejado de la fe, y no conoce ya a Aquel ante el que arrodillarse es el gesto adecuado, es más, interiormente necesario. Quien aprende a creer, aprende también a arrodillarse. Una fe o una liturgia que no conociese el acto de arrodillarse estaría enferma en un punto central”[9].
Y como gesto adorante, no sólo la postración: también el silencio. El silencio profundo de un millón de jóvenes ante el Santísimo Sacramento en Colonia fue inolvidable para Benedicto XVI, quien diría: “Aquel silencio orante nos unió, nos dio un gran consuelo. En un mundo en el que hay tanto ruido, tanto extravío, se necesita la adoración silenciosa de Jesús escondido en la Hostia”[10]. En la Misa tradicional, el “silencio” del Canon Romano y de la consagración recuerda que el mundo estuvo silencioso durante la crucifixión. Sólo el tímido sonar de las campanillas atraviesa ese sacrum silentium, anunciando la elevación de la Hostia y el Cáliz.
c. El latín y el gregoriano
La pregunta es: ¿de verdad el latín estorba? ¿De verdad la gente es incapaz de comprender la Misa tradicional y es capaz de comprender el Novus Ordo? Aunque la escuchemos en la propia lengua, ¿comprendemos lo que realmente acaece en la Santa Misa? ¿De veras la lengua vernácula ha ayudado a un aumento de fe en la transubstanciación? De acuerdo: la gente no entiende la Misa en latín. ¡Pero tampoco en vernácula! La “comprensión” que de la Misa tienen hoy muchos católicos, es subjetiva y superficial, porque para “comprender” (dejando aparte que es imposible comprender el mysterium fidei) se necesita algo más que la lengua vernácula. También el Novus Ordo precisa una catequesis más ortodoxa y una predicación más sólida de las que hoy se ofrecen a los fieles. En sí misma, la lengua vernácula no contribuye a crear una conciencia profunda sobre la transubstanciación y la adoración al Santísimo Sacramento. Además, la precisión doctrinal del latín preserva la ortodoxia de un texto litúrgico no sujeto a modas ni a vicisitudes temporales o sociológicas. En su monumental encíclica Mediator Dei, el Venerable Pío XII recuerda que “el uso de la lengua latina… es un signo manifiesto y bello de unidad, como también un antídoto efectivo contra cualquier corrupción de la verdad doctrinal”. El Vaticano II quiso preservar el latín en los ritos latinos. En la víspera de la apertura del Concilio, con la Constitución Apostólica Veterum Sapientia San Juan XXIII recordó que si las verdades católicas fueran confiadas a lenguas modernas sujetas a cambio, su sentido no quedaría de manifiesto con suficiente claridad. La Misa en latín nos recuerda, además de la primacía del Pontífice romano, que pertenecemos a una comunión universal, católica. El Papa Pio XI dijo en su Carta Officciorum Omnium de 1922: “la Iglesia, porque abarca a todas las naciones y está destinada a perdurar hasta el final de los tiempos, requiere, por su verdadera naturaleza, de una lengua que sea universal, inmutable y no vernácula”. Y San Juan Pablo II escribió en 1980 en Dominicae Coenae, que “la Iglesia romana tiene una deuda especial hacia el latín, la espléndida lengua de la antigua Roma, y debe manifestarla en todas las ocasiones que se le presenten”. Aunque algunos fieles (no tantos como nos quieren hacer creer) no sean amigos del latín, sería completamente contrario a la mente de la Iglesia afirmar que la Misa debería celebrarse totalmente en lengua vernácula. Trento declaró: “Si alguno dice… que la Misa debe ser celebrada sólo en lengua vulgar… sea anatema” (Sesión XXII, canon 9). Es llamativo que el Concilio haga esta puntualización con un anatema en un canon dogmático y no en un decreto disciplinar[11].
Y sin embargo de todo lo antedicho, hoy sufrimos en la Iglesia una verdadera damnatio del latín, que, arrastrando consigo al gregoriano, ha hecho que éste ya no se escuche en iglesias, monasterios y seminarios, sino en conciertos profanos, convertido en un vehículo de lucro ajeno a la fe.
EPÍLOGO
¿Por qué cuando se ha hecho de todo para renovar la liturgia y atraer a los jóvenes, ellos no van a Misa? ¿Por qué crece el número de jóvenes afectos al rito antiguo? Nadie nacido a partir de los años 70 puede ser un “tradicionalista” nostálgico de tiempos pasados. Estos jóvenes sólo buscan adorar mejor al Señor, con un deseo totalmente espiritual y para nada ideológico (como se querría hacer creer). Y con la forma extraordinaria lo logran
La via pulchritudinis es un excelente itinerarium in Deum. Son bellos el silencio, la orientación, el latín, el gregoriano, la viril y señorial piedad del sacerdote, la humildad de los fieles arrodillados, el brillo de los ojos de los pequeños acólitos al sostener la casulla del preste, mientras tocan la campanilla al alzar. Es bello Jesucristo Crucificado, que stat, dum volvitur orbis. Y es bella la Salve rezada al final, mirando todos a la Tota Pulchra, la Inmaculada Madre de Dios, la más hermosa de las criaturas. Deben atender a este fenómeno aquellos cuya misión es episcopein: observar, vigilar.
[1] Uno de los firmantes, el escritor francés Jean Madiran, analista de la autodemolición de la Iglesia (así se expresó el Beato Paulo VI) en sus obras L’Héresie du XX siècle (Nouvelles Editions Latines, 1968) y La révolution copernicienne dans l’Eglise (Editions de Paris, 2004), trazó la historia de su defensa de la Misa tradicional Histoire de la Messe interdite [Historia de la Misa prohibida] (2 voll., Via Romana, 2007 y 2009). En 1973 apareció en la revista “Itinéraires” una carta de Madiran a Pablo VI, del 21 de octubre de 1972, que iniciaba con estas palabras: “Beatísimo Padre, devuélvanos la Escritura, el catecismo y la Misa, que, cada día más, nos sustrae una burocracia colegial, despótica e impía que, con razón o injustamente, pero sin ser nunca desmentida, pretende imponerse en nombre del Vaticano II y de Pablo VI. Devuélvanos la Misa católica tradicional, latina y gregoriana, según el Misal Romano de san Pío V. Usted permite que se diga que la habría prohibido. Pero ningún pontífice podría, sin abusar del poder, vedar un rito milenario de la Iglesia católica, canonizado por el Concilio de Trento. Si efectivamente se produjera tal abuso de poder, la obediencia a Dios y a la Iglesia sería resistir y no sufrirlo en silencio”. La carta fue sucesivamente firmada y comentada por personalidades como Alexis Curvers, Marcel De Corte, Henri Rambaud, Louis Salleron, Eric de Saventhem, Jacques Trémolet de Villers, en un volumen intitulado Réclamation au Saint-Père (Nouvelles Editions Latines, 1974). La protesta de Madiran y de los teólogos de “Itinéraires” acabó con el llamamiento a Pablo VI, el 6 de julio de 1971 (cf. Gianfranco Amato, L’indulto di Agata Christie, Come si è salvata la Messa tridentina in Inghilterra, Fede e Cultura, 2013). Los fieles de todos los países que pedían el restablecimiento de la Misa tradicional, o al menos la “par condicio” para ella, empezaron a multiplicarse sobre todo gracias a la iniciativa de la asociación “Una Voce”. Se hicieron tres peregrinaciones internacionales de los católicos hasta Roma para reconfirmar la fidelidad a la Misa y al catecismo de san Pío V. Cuando, 40 años más tarde, Ratzinger, que había siempre puesto la liturgia en el centro de sus intereses (véase: La questione liturgica. Atti delle “Giornate liturgiche di Fontgombault”, 22-24 de julio de 2001, Nova Millennium, 2010), una vez elegido Papa promulgó el Motu Proprio Summorum Pontificum, escribía Madiran el 6 de septiembre de 2007: “El domingo pasado he vuelto, y no era el único, a la iglesia que se encuentra a unos pasos de mi casa, en vez de hacer veinte kilómetros de ida y veinte de vuelta. Ciertamente, lo importante no es que hayamos vuelto nosotros, sino que haya vuelto la Misa. ¡Qué gracia!” (Chroniques sous Benoît XVI, Via Romana, 2010, p. 197). (Cf. Roberto de Mattei, Jean Madiran y la “Historia de la Misa prohibida”, 17 de agosto de 2013, en http://www.robertodemattei.it/2013/08/17/jean-madiran/)
[2] “La cultura europea da la impresión de ser una apostasía silenciosa por parte del hombre autosuficiente que vive como si Dios no existiera” (Juan Pablo II, Ecclesia in Europa, 9).
[3] J. Ratzinger, El espíritu de la liturgia, 102
[4] Antes había escrito sobre el tema Mons. Klaus Gamber, fundador del Instituto Litúrgico de Ratisbona, y poco después la cuestión de la orientación de la oración en la Iglesia del primer milenio fue aclarada con rigor Klaus Gor ciente estudiaoco despuamente su riquisimo científico en otros excelentes trabajos: Uwe Michael Lang, Volverse hacia el Señor. Orientación en la plegaria litúrgica, Ed. Cristiandad, Madrid, 2007; Stefan Heid, “Actitud y orientación de la oración en la primera época cristiana”, en Revista de Arqueología Cristiana 72, 2006.
[5] Benedicto XVI, Prefacio al volumen XI de Opera omnia. Teologia della Liturgia, 2010. “Los primeros cristianos rezaban hacia Oriente, hacia el sol naciente, símbolo de Cristo que vuelve. Con ello querían señalar que el mundo entero está de camino hacia Cristo y que Él abarca este mundo en su totalidad. Esta relación con el cielo y la tierra es muy importante. No es casual que las antiguas iglesias estuviesen construidas de tal modo que el sol proyectase su luz en el templo en un momento muy determinado. Justamente hoy, cuando tomamos nuevamente conciencia de la importancia de las interacciones entre la Tierra y el universo, debería reconocerse también el carácter cósmico de la liturgia (Benedicto XVI, Luce del mondo, p. 153 en italiano). “En la Iglesia antigua existía la costumbre de que el obispo o el sacerdote, después de la homilía, exhortara a los creyentes exclamando: «Conversi ad Dominum», «Volveos ahora hacia el Señor». Eso significaba ante todo que ellos se volvían hacia el este, en la dirección por donde sale el sol como signo de Cristo que vuelve, a cuyo encuentro vamos en la celebración de la Eucaristía. Donde, por alguna razón, eso no era posible, dirigían su mirada a la imagen de Cristo en el ábside o a la cruz, para orientarse interiormente hacia el Señor” (Benedicto XVI, Homilía en la Vigilia Pascual, 22 de marzo de 2008). “Erik Peterson ha demostrado la estrecha conexión entre la oración hacia oriente y la cruz, conexión evidente como muy tarde en el periodo constantiniano. […] Entre los cristianos se difundió la costumbre de indicar la dirección de la oración con una cruz sobre la pared oriental en el ábside de las basílicas, pero también en las habitaciones privadas, por ejemplo, de monjes y eremitas” (U.M. Lang, Rivolti al Signore, Siena 2006, p. 32). “Si se nos pregunta hacia dónde miraban el sacerdote y los fieles durante la oración, la respuesta debe ser: ¡a lo alto, hacia el ábside! La comunidad orante durante la oración no miraba, de hecho, adelante al altar o a la cátedra, sino que elevaba a lo alto las manos y los ojos. Así el ábside llegó a ser el elemento más importante de la decoración de la iglesia, en el momento más íntimo y santo de la actuación litúrgica, la oración” (S. Heid, «Gebetshaltung und Ostung in frühchristlicher Zeit», Rivista di Archeologia Cristiana 82 [2006], p. 369).
[6] J. Ratzinger, “I 40 anni della Costituzione sulla Sacra Liturgia” en Opera Omnia, 775-776.
[7] Benedicto XVI, Homilía Santa Misa, Catedral de la Preciosísima Sangre de Nuestro Señor Jesucristo, City of Westminster, 18 de septiembre de 2010
[8] Benedicto XVI, Lectio divina durante el encuentro con los párrocos y sacerdotes de la diócesis de Roma, 10 de marzo de 2011
[9] J. Ratzinger, El espíritu de la liturgia, 209; 219.
[10] Benedicto XVI, Discurso en el encuentro con el clero, Catedral de Varsovia, 25 de mayo de 2006
[11] Cf. R. Spataro, Elogio della Messa Tridentina e del latino lingua della Chiesa, Fede & Cultura, Verona 2015.
PUBLICADO EN EL BOLETÍN «LAUDATE» Nº17 – FEBRERO 2023