Novena al Santo Ángel Custodio de España
Quinto día
Compuesta por Mons. Leopoldo Eijo Garay
Por la señal…
Acto de contrición: Señor mío Jesucristo…
Oración inicial para todos los días
Oh, bienaventurado espíritu celestial, a quien la Divina Misericordia se ha dignado confiar el glorioso Reino de España, para que lo defiendas y custodies; postrados ante ti y en amorosa unión contigo damos al Señor humildes y fervientes gracias por haber tenido para con nosotros la misericordiosa providencia de ponernos bajo tu protección; contigo le alabamos y bendecimos y a su divino servicio rendidamente nos ofrecemos.
Acepta, Ángel Santo, estos piadosos cultos que a tu honor dedicamos, ilumina nuestras inteligencias, conforta nuestras voluntades, presenta al Señor nuestras plegarias avaloradas con las tuyas; defiéndenos del enemigo de nuestras almas, que también lo es, y muy feroz, de nuestra Patria; alcánzanos del Señor que saquemos fruto y provecho espiritual de estos cultos, que crezcamos en la veneración a ti, en tu amor y en la docilidad a tus enseñanzas y dirección para que defendidos, custodiados y regidos por ti sirvamos fidelísimamente a Dios en nuestra vida privada y pública; para que se salven nuestras almas y las de nuestros compatriotas todos; para que España sea siempre el paladín de la Fe Católica y Dios Nuestro Señor la bendiga, prospere y glorifique. Amén.
Meditación: culto debido al Santo Ángel
Es sentimiento natural y espontáneo en el hombre tener en honor, estima y veneración y mostrar sujeción y obediencia a los seres superiores que por sus dotes y virtudes, por su dignidad y grandeza aparecen encumbrados sobre los demás. Ese sentimiento traducido en actos se llama culto.
Al prestarlo, al ejercitarse en tales actos, el hombre no sólo obra justa y razonablemente, sino que se perfecciona a sí mismo, pues la contemplación de las virtudes y el acatamiento prestado al ser superior le eleva llenando su espíritu de nobles aspiraciones y levantados sentimientos: le acerca más a la perfección que venera.
Ahora bien, entre la naturaleza creada ¿no sobresale la angélica por su excelencia y sabiduría, por sus resplandores de gracia y santidad? Substancias espirituales, completas, inmortales, amantes de Dios, cuya faz contemplan en los cielos. Pródigamente adornados con los carismas de la divina gracia y los dones todos del Espíritu Santo; reverberos de los resplandores divinos, ministros de Dios y ejecutores de sus supremos mandatos. Enriquecidos con dones de perfectísima naturaleza, en la cual son, como dice Tertuliano, los primeros después de Dios, superiores a todas las demás criaturas. Dotados de inefables tesoros de gracia sobrenatural y para siempre confirmados en ella; beatificados por la visión de Dios, por la eterna gloria, que es la consumación de la gracia. Tan luminosos y resplandecientes aparecen a los ojos de nuestra inteligencia que, al contemplarlos extasiada la humanidad, ante tanta perfección doblaría la rodilla en humilde adoración, como San Juan, si la razón, la fe y la voz misma del ángel no contuvieran en su justo punto la admiración humana.
Porque el acatamiento y sujeción, el honor y obediencia que se rinde a los seres superiores, así como la expresión de esos sentimientos —el culto— deben ser proporcionados a la naturaleza de esos mismos seres. Distinto es el culto que se debe a Dios y el que se debe a las criaturas; y aún entre éstas ha de guardarse diferencia por razón de especialísima relación con Dios. A Dios se debe culto supremo, como omnipotente creador, infinita naturaleza y suprema bondad. Igualmente a la Sacrosanta Humanidad de Nuestro Señor Jesucristo, unida en un mismo ser personal al Verbo. Ese supremo culto se llama latría. A los otros seres que, aunque sean perfectísimos, aunque sean resplandecientes lumbreras de inteligencia y bondad, son criaturas, se presta culto de dulía. La excepción se hace a la Santa Inmaculada Madre del Dios-Hombre, a la cual por su augusta dignidad dotó Dios de tales prerrogativas, santidad y gracias que la constituyó superior a todos los espíritus angélicos y la nombró Reina de ellos, Hija predilecta del Padre y Esposa del Espíritu Santo. Por ello, se le tributa culto de hiperdulía.
Pondera cuán justo es tributar a los santos ángeles culto de dulía, honrarlos y venerarlos, levantando el ánimo hasta ellos para contemplar sus méritos y virtudes. Si los soberanos de la tierra mandan que se rindan especiales actos de respeto y honor a sus dignatarios y cortesanos; si el faraón hizo que José recorriese Egipto y que ante él, al clamor de pregón, todos doblasen la rodilla; si Asuero dispuso que a Mardoqueo se tributasen regios honores, clamando el heraldo «así será honrado a quien el rey quisiera honrar», ¿con cuánto mayor motivo no manda el Soberano Rey de los cielos que se tribute honor, veneración, homenaje y culto a su angélica corte, a sus ministros y embajadores, los ángeles?
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Mas no sólo por sus excelencias de naturaleza y gracia, no sólo por el glorioso resplandor de que les reviste su categoría de íntimos e inmediatos servidores del Altísimo, merecen los santos ángeles que les honremos y rindamos culto. Exígelo además el bien que constantemente nos hacen, pues a poco que meditemos sobre ello se levantará en nuestro pecho la voz de la gratitud reclamando la humilde adhesión de nuestro ánimo y las fervorosas expresiones de nuestro acatamiento y obediencia a esas criaturas perfectísimas que constantemente nos favorecen.
Ellos nos ilustran con enseñanzas celestiales; nos iluminan con pensamientos santos; velan sobre nuestro bien; nos defienden de las asechanzas y dañinas artes de los enemigos de nuestras almas. Como rodearon cantando el portal en que nació Jesús, como le acompañaron y sirvieron durante toda su vida mortal, así también le rodean, adoran y sirven ahora, postrándose ante el trono que tiene a la diestra de Dios Padre, intercediendo constantemente por nosotros. Le llevan y presentan nuestras oraciones y sacrificios, y vuelven a nosotros con las manos llenas de gracias y de dones. Disculpan nuestros yerros y aminoran nuestro reato, redarguyendo y desmintiendo ante el divino tribunal al enemigo malo, y así, elocuentes y solícitos abogados, se esfuerzan en reconciliar al humano linaje con nuestro Salvador y Señor.
Tras tantos beneficios y tantas obras de misericordia, ¿cómo no tributar a los ángeles nuestra acción de gracias, nuestro acatamiento y veneración, sin incurrir en la innoble tacha de ingratitud?
Pues pondera que por especialísimos motivos debemos todo eso al Santo Ángel que Dios ha destinado para custodio de nuestra amada patria, y que en la medida que el bien común supera al bien particular, debe aumentarse nuestro agradecimiento hacia él. No es sólo a cada uno de los españoles, sino que además es a toda la patria a quien protege y socorre, de suerte que así como nuestros bienes particulares se mejoran y afirman con el bien común, así la protección del Santo Ángel Custodio del Reino de España por doble camino nos favorece y, por ello, merece de nosotros multiplicada gratitud. A la luz de estas certísimas verdades aviva en ti la veneración y el culto que debes a nuestro Santo Ángel.
Oración
Oh, Ángel bendito, naturaleza perfectísima, cuya inteligencia refleja la luz divina, cuya voluntad difunde las divinas bondades; resplandeciente reverbero de los divinos resplandores por la naturaleza y por la gracia. Postrados ante ti te rendimos veneración y amor, obedeciendo al Supremo Hacedor que nos manda reverenciar en vosotros, las más excelsas naturalezas salidas de sus manos. Llenas nuestras almas de profunda gratitud te damos gracias por tus incesantes favores.
¿Qué te daremos, Ángel Santo, por todo lo que tú das a nuestra patria?, diremos glosando al rey profeta David. ¿Qué ofrenda digna de ti podremos hacerte por tantos beneficios y favores, por librarnos de tantos males y de tantos enemigos? Ah, nada mejor podemos ofrecerte, oh espíritu bienaventurado y purísimo, que procurar siempre imitar tu inocencia y santidad. Llenos nuestros corazones de admiración y amor, siempre te daremos culto, meditando en tus excelencias y virtudes, para educarnos en el amor de la santidad, para atraer cada vez más tu amor y protección sobre nuestra patria. Haz que toda ella te venere y ame; que en toda ella se te tribute el honor, la veneración y el culto que por tan altos títulos mereces; que ella te honre a ti para que Dios la honre a ella por ti; y que con tu auxilio y protección crezcamos todos en virtud y santidad y merezcamos ser felices compañeros tuyos en la gloria eterna. Amén.
Padre nuestro. Ave María. Gloria.
Ejemplo bíblico
El culto debido a los santos ángeles es un culto no de adoración, sino de dependencia y veneración, como claramente lo vemos expresado en las Sagradas Escrituras. Así, mientras de una parte vemos a un ángel prohibiendo al evangelista San Juan que lo adore, diciéndole que ambos deben adorar a Dios, de otra vemos a Josué postrándose ante el ángel del Señor, pidiéndole órdenes como enviado y mensajero de Dios. He aquí cómo lo narra el capitulo 5 del libro sagrado de Josué: «Estando Josué en el campo de la ciudad de Jericó, al levantar los ojos vio enfrente de sí, de pie, a un varón que tenía una espada desenvainada, y se llegó a él y le dijo: ¿Eres tú de los nuestros o eres acaso de nuestros enemigos? Y el varón le respondió: No; yo soy el príncipe de los ejércitos del Señor, y vengo ahora. Cayó Josué postrado en tierra, y adorando exclamó: ¿Qué dice mi Señor a su siervo? Quítate, contestó, el calzado de tus pies, porque el lugar en que estás es santo. Y lo hizo Josué como se le había mandado»[1].
En este y otros muchos semejantes pasajes de las Sagradas Letras, a la voz del ángel se postran los patriarcas, los profetas y los reyes, venerándole a él y adorando a Dios, que por sus labios envía órdenes y comunica mandatos.
La tradición cristiana plenamente lo confirma. En los primeros tiempos de la Iglesia ya decía San Justiniano: «Damos culto al ejército de los ángeles buenos que obedecen a Dios y le son semejantes»[2]. En Roma, en España, en Grecia, en Alemania, en Francia y en muchos otros países se levantan templos consagrados a Dios en honor y veneración del glorioso arcángel San Miguel, en los mismos sitios en que se había aparecido a los fieles como protector de la Iglesia y de los ejércitos cristianos que luchaban contra los enemigos de la fe. En la Iglesia griega se da culto a San Miguel, conmemorando su aparición el día 6 de septiembre; en la latina, el 8 de Mayo. El Papa León IV le edificó un espléndido altar en la Basílica Vaticana. Igualmente tienen oficio litúrgico propio los santos ángeles custodios y el Ángel Custodio del Reino.
Necio sería atribuir carácter idolátrico a este culto, como sería impiedad, irreverencia e ingratitud negarse a tributarlo al ángel de nuestra protección. Por religiosidad y por amor patrio debemos tributárselo muy ferviente.
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Antífona. Bendito sea el Señor, que por medio del Ángel de salvación visitó a nuestro pueblo y nuestra Nación y la libró de las manos de cuantos la odiaban y dirigió nuestros pasos por el camino de la paz.
℣. Enviará el Señor su Ángel en rededor de los que le temen.
℟. Y los librará.
Oremos. Omnipotente sempiterno Dios, que con inefable Providencia has destinado un Ángel a cada Reino para su custodia: concédenos, te suplicamos, que por las preces y el patrocinio del Ángel Custodio de nuestro Reino nos libremos siempre de toda adversidad. Por Jesucristo Nuestro Señor. Amén.
[1] Jos 5, 13-15.
[2] Apología I, 6.