Novena al Santo Ángel Custodio de España
Sexto día

Compuesta por Mons. Leopoldo Eijo Garay

Por la señal…

Acto de contrición: Señor mío Jesucristo…

Oración inicial para todos los días

Oh, bienaventurado espíritu celestial, a quien la Divina Misericordia se ha dignado confiar el glorioso Reino de España, para que lo defiendas y custodies; postrados ante ti y en amorosa unión contigo damos al Señor humildes y fervientes gracias por haber tenido para con nosotros la misericordiosa providencia de ponernos bajo tu protección; contigo le alabamos y bendecimos y a su divino servicio rendidamente nos ofrecemos.

Acepta, Ángel Santo, estos piadosos cultos que a tu honor dedicamos, ilumina nuestras inteligencias, conforta nuestras voluntades, presenta al Señor nuestras plegarias avaloradas con las tuyas; defiéndenos del enemigo de nuestras almas, que también lo es, y muy feroz, de nuestra Patria; alcánzanos del Señor que saquemos fruto y provecho espiritual de estos cultos, que crezcamos en la veneración a ti, en tu amor y en la docilidad a tus enseñanzas y dirección para que defendidos, custodiados y regidos por ti sirvamos fidelísimamente a Dios en nuestra vida privada y pública; para que se salven nuestras almas y las de nuestros compatriotas todos; para que España sea siempre el paladín de la Fe Católica y Dios Nuestro Señor la bendiga, prospere y glorifique. Amén.

Meditación: angélica defensa

Establecida por Dios esa íntima y consoladora relación entre todos los seres intelectuales sobre la que meditamos el día segundo, consideremos hoy la forma en que las puras inteligencias, los santos ángeles protegen y auxilian a la humanidad.

Claramente dicen en repetidos lugares las Sagradas Letras, y creencia ha sido de la Santa Iglesia Católica desde los primeros siglos, que la misericordiosa providencia del Señor rige los destinos de los hombres por el ministerio de los ángeles, constituyendo a éstos en custodios, protectores y poderosísimos defensores de aquéllos. ¡Qué alentadora es esta creencia de nuestra fe!

Verdad que el enemigo malo, ángel también e inteligencia tan perfecta, nos pone asechanzas, nos incita al pecado, levanta en nuestra alma rebeldes ambiciones, azuza nuestras concupiscencias para que avasallen al espíritu envileciéndolo con la esclavitud de desordenados placeres. Verdad que, como «león rugiente nos rodea buscando a quien devorar»[1]. Pero no estamos solos: Jesucristo, la Santísima Virgen y los santos nos protegen e interceden por nosotros, y si ángeles malos nos tientan, los ángeles buenos —fieles al Señor y ansiosos de nuestra salvación— extienden por orden divina sus alas para cobijarnos. Mandados por Dios, nos custodian en todos los pasos de nuestra vida para salvarnos de mortales tropiezos[2], y a las malas astucias del enemigo oponen su activa y celosa labor en bien de nuestras almas. Sólo nuestro libre albedrío puede rendirnos a nuestro enemigo, pues si bien es más poderoso por naturaleza, no sólo no lo es por la gracia, sino que encuentra en torno de nosotros a otras naturalezas perfectísimas que nos amparan, cumpliendo aquella dulcísima promesa del Eterno: «Enviará el Señor su ángel en derredor de los que le temen y los salvará»[3]. Esto lo interpreta San Jerónimo de esta manera: «El ángel de Dios, nuestro custodio, está a nuestro lado, y por doquiera nos rodea, para que el demonio no pueda hallar entrada hasta nosotros».

Alentémonos, pues, llenos de segura confianza y de humilde agradecimiento al Señor y a nuestro Santo Ángel que tan amorosamente nos defiende, y con los ojos puestos en Dios y en él, propongamos enmendar y santificar nuestra vida.

«¿Quién no rebosará de inefable gozo —dice San Lorenzo Justiniano— al meditar sobre el auxilio de los santos ángeles, que infatigable e incesantemente dan guardia al pueblo de Dios y a las congregaciones de los fieles?»

Comentando aquella parábola evangélica de que habla el Señor en el capítulo 21 de San Mateo[4], dicen los padres e intérpretes que el vallado que defendía la viña representa la angélica custodia que Dios ha puesto alrededor de su pueblo.

De la defensa angélica hablaba Dios por el profeta Isaías al decir: «Sobre tus muros, Jerusalén, he puesto guardia»[5]. San Bernardo exclama: «Oh ciudad verdaderamente fuertísima, porque el Ángel Santo la rodea defendiéndola, detiene lejos de ella a sus enemigos y rechaza a cuantos son osados de caer sobre ella, reprime su audacia, y atacándolos poderosamente los derrota».

He aquí clara imagen de lo que es una nación defendida por su ángel custodio. ¡Cuántos enemigos, internos y externos, que traman su daño privándole de sus bienes y sus glorias! ¡Cuántos que conspiran para arrebatarle el mayor bien de que preciarse puede un pueblo: su religiosidad, su vida cristiana, la santidad e inocencia de sus hijos, la rectitud y moralidad de sus costumbres, y con ello el vigor y la lozanía, la virilidad y el honor de sus habitantes!

Los que con propagandas impías tratan de descristianizar al pueblo; los que comerciando en libros, revistas y contenidos deshonestos atentan contra la limpieza del alma y corrompen vilmente la juventud; los que detestando de la piedad de nuestros mayores pretenden con fanático sectarismo que España borre de su frente la señal de la cruz, reniegue de Cristo y no le confiese valientemente en medio de las naciones; los que predican utópicos conceptos de la vida social, reñidos con el código del Evangelio, ¿qué son sino temibles enemigos, seguidores del padre de las tinieblas, discípulos y remedadores de los desaciertos de pueblos extraños, ante cuya labor corren gravísimo riesgo la paz, el orden, la prosperidad y aun la misma vida de nuestra nación?

¿Pero qué pueden todos ellos contra el brazo del Señor y la celestial defensa de que ha dotado a los suyos? Lo mismo en el orden social que en el personal, sólo nuestra voluntad puede perdernos; si los miembros sanos de un pueblo acuden al Señor, invocan la angélica protección y enérgicamente rechazan las invasiones del mal, lejos de ser vencidos, dan a su patria el triunfo de la virtud y del bien.

Ea, pues, acudamos a nuestro celestial defensor; si nuestra voluntad es decidida, con su auxilio podemos vencer; imploremos su valiosísima defensa y las potestades del mal serán vencidas. Puesta nuestra confianza en Dios y en el Santo Ángel, esforcémonos en enmendar nuestra vida, y en cooperar en la medida de nuestras fuerzas para que en nuestra patria triunfen el orden, la moralidad y las virtudes cristianas.

Oración

Oh, fortísimo Ángel Custodio de España, enviado por Dios para que defiendas y libres a nuestro pueblo de sus enemigos. De lo más profundo de nuestro corazón damos gracias al Señor por habértenos concedido: tú eres el escudo protector con que Él nos defiende de nuestros enemigos infernales. Por medio de ti nos salva su diestra omnipotente; por ti endereza nuestros caminos y nos defiende de la impiedad que por dentro y por fuera pone asechanzas a la tradicional religiosidad de nuestra patria.

En ti confiamos, ángel invencible. Tú, revestido de fortaleza y ceñido de poder, confirmarás a nuestra nación, que jamás podrá ser conmovida. Gozosos ensalzaremos al Señor, nuestro Creador, porque por medio de ti nos custodia y nos librará siempre del mal.

Alcánzanos tú fortaleza para luchar denodadamente contra nuestros corrompidos instintos y viciosas pasiones; no consientas que nuestros pecados, nuestras ofensas al Señor y nuestra vida desordenada frustren la poderosa defensa con que favoreces a nuestra patria. Haz que, por el contrario, santificándonos individualmente cuente ella con hijos y ciudadanos nobles, honrados, virtuosos, buenos cristianos y esforzados paladines de la causa de Dios, que es también la causa de la patria.

Mira, Ángel Santo, que son muchos los enemigos que luchan por la descristianización y por la ruina de España; desbarata sus planes e insidias y da fortaleza a los defensores de la fe. Defiéndenos en la vida; en la hora de la muerte preséntanos en tus brazos al Cordero inmaculado, para que nos reciba en su reino de paz y de gloria eterna. Amén.

Padre nuestro. Ave María. Gloria.

Ejemplo bíblico

Muy abundantes son en la Sagrada Biblia los casos de un ángel custodio defendiendo los intereses de la nación cuya custodia le está encomendada. Naturalmente, los más frecuentes se refieren a la protección dispensada por San Miguel al pueblo hebreo, pero no faltan otros que se refieran a otros pueblos. Unos y otros dan clara idea de lo que por cada nación hace (o puede hacer) su respectivo ángel, así como lo que por la Iglesia hace desde su fundación San Miguel, bajo cuya custodia la puso el Señor.

En el capítulo 10 de Daniel se presenta el Ángel Custodio de Persia y de Grecia, luchando por defender a sus pueblos protegidos. La heroica Judit manifestó que el ángel del Señor la custodió, defendió y ayudó en su atrevida empresa de decapitar a Holofernes y salvar a su pueblo.

En el capitulo 11 del segundo libro de los Macabeos se narra que al atacar Lysias con numerosas y aguerridas tropas a los judíos, viéndose el caudillo de éstos, Judas Macabeo, muy inferior en armas, no por eso desmayó su ánimo, sino que con lágrimas y clamores pidió al Señor que enviase al ángel bueno para salvación de Israel. Y cuando él y sus esforzados compañeros de armas salieron a hacer frente al feroz y poderoso enemigo, he aquí que apareció ante ellos un jinete vestido de blanco, con armas de oro, blandiendo una lanza. Entonces todos bendijeron a Dios misericordioso y cobraron ánimo, e iban decididos, confiados en la misericordia de Dios y en el celestial defensor. Cayeron como leones sobre sus enemigos, haciendo en ellos gran mortandad y poniendo en fuga a los restantes. Igualmente en el capitulo tercero se narra como el ángel apareció en el templo, arrojando de él violentamente al impío Heliodoro.

La Sagrada Liturgia, en el oficio del Santo Ángel Custodio de España, como si indicase que pueden tener aplicación a nuestra Patria, usa de unas palabras del libro segundo de los Reyes que se refieren a la gran derrota, profetizada por Dios, del rey de los asirios Senaquerib: «Esto dice Dios del Rey de los asirios: No entrará en esta ciudad, ni lanzará contra ella flecha, ni la ocupará armadura, ni la asediará ejército; por donde viene se volverá. Protegeré esta ciudad por mi honor y por mi siervo David»[6]. Y aquella misma noche el ángel del Señor vino y pasó a cuchillo a 185.000 hombres del campamento de los asirios. De mañana vio Senaquerib la mortandad y, volviéndose sobre sus pasos, se marchó a Nínive, donde sus propios hijos le asesinaron.

Al ver este pasaje citado en el oficio litúrgico de nuestro Santo Ángel, no puede menos de venir a la memoria aquella gloriosísima página de la historia de España en que está escrita con caracteres de oro la gran batalla ganada sobre el poder de la media luna, la que decidió la suerte de España entera: la victoria de las Navas de Tolosa en el año 1212.

Un innumerable ejército de mahometanos había pasado el estrecho. La nueva invasión amenazaba someter a España para siempre. Las tropas de la península, y sólo ellas (pues las extranjeras que acudieron al llamamiento del papa Inocencio III y del rey de Castilla Alfonso el Bueno, se retiraron desde Calatrava), llegaron al pie de Sierra Morena, siendo muy inferiores en número. Por lugar estrecho y fragoso tenían que pasar para llegar a contacto con los moros. Asentado el ejército de éstos en el paso y en las alturas amenazaban con muerte cierta a los cristianos si seguían adelante. Temerosos e indecisos, los cristianos no sabían qué partido tomar, cuando un joven desconocido de todos, que dijo ser pastor y de quien después de la lucha nadie volvió más a saber, guió el ejército por caminos ocultos hasta aparecer en las alturas de la sierra. El 16 de julio, después de pasar la noche nuestros soldados en hacer oración, confesar y comulgar, lanzáronse sobre sus enemigos. Trabose fieramente la pelea y fue tan grande la victoria y tan manifiesta la protección celestial que quedaron muertos sobre el campo 200.000 enemigos y, en cambio, sólo murieron de los nuestros unos 25.

«La verdad es —dice el P. Juan de Mariana— que esta victoria nobilísima y la más ilustre que hubo en España, se alcanzó, no por fuerzas humanas, sino por la ayuda de Dios y de sus santos». En Roma, presididas por el mismo Romano Pontífice, y en todo el mundo cristiano, se habían hecho grandes rogativas. Extraordinarios prodigios se refieren ocurridos en la batalla y era corriente en el pueblo la creencia de que el que con apariencias de pastor guió a los cristianos por oculto y seguro camino al alto de los montes era un ángel. Nada ha dicho sobre esto la autoridad de la Iglesia y nada podemos asegurar. Lo cierto es que la Iglesia conmemora como milagrosa esta victoria con la fiesta anual del Triunfo de la Santa Cruz, el 21 de julio.

AntífonaBendito sea el Señor, que por medio del Ángel de salvación visitó a nuestro pueblo y nuestra Nación y la libró de las manos de cuantos la odiaban y dirigió nuestros pasos por el camino de la paz.

. Enviará el Señor su Ángel en rededor de los que le temen.

. Y los librará.

Oremos. Omnipotente sempiterno Dios, que con inefable Providencia has destinado un Ángel a cada Reino para su custodia: concédenos, te suplicamos, que por las preces y el patrocinio del Ángel Custodio de nuestro Reino nos libremos siempre de toda adversidad. Por Jesucristo Nuestro Señor. Amén.

[1] 1 Pe 5, 8.

[2] Cf. Sal 90.

[3] Sal 33, 7.

[4] Cf. Mt 21, 33.

[5] Is 62, 6.

[6] 2 Re 19, 32-34.