Novena al Santo Ángel Custodio de España
Octavo día

Compuesta por Mons. Leopoldo Eijo Garay

Por la señal…

Acto de contrición: Señor mío Jesucristo…

Oración inicial para todos los días

Oh, bienaventurado espíritu celestial, a quien la Divina Misericordia se ha dignado confiar el glorioso Reino de España, para que lo defiendas y custodies; postrados ante ti y en amorosa unión contigo damos al Señor humildes y fervientes gracias por haber tenido para con nosotros la misericordiosa providencia de ponernos bajo tu protección; contigo le alabamos y bendecimos y a su divino servicio rendidamente nos ofrecemos.

Acepta, Ángel Santo, estos piadosos cultos que a tu honor dedicamos, ilumina nuestras inteligencias, conforta nuestras voluntades, presenta al Señor nuestras plegarias avaloradas con las tuyas; defiéndenos del enemigo de nuestras almas, que también lo es, y muy feroz, de nuestra Patria; alcánzanos del Señor que saquemos fruto y provecho espiritual de estos cultos, que crezcamos en la veneración a ti, en tu amor y en la docilidad a tus enseñanzas y dirección para que defendidos, custodiados y regidos por ti sirvamos fidelísimamente a Dios en nuestra vida privada y pública; para que se salven nuestras almas y las de nuestros compatriotas todos; para que España sea siempre el paladín de la Fe Católica y Dios Nuestro Señor la bendiga, prospere y glorifique. Amén.

Meditación: intercesión angélica

El tercer e importantísimo oficio que desempeñan los santos ángeles en favor de la humanidad es el de interceder por nosotros. Ocupando por su naturaleza un puesto medio entre Dios y los hombres, y constituidos por Dios protectores de éstos, son solícitos mediadores, que llevan al Señor nuestras preces, nuestras lágrimas y nuestras buenas obras, y vuelven a nosotros cargados de las divinas gracias que nos alcanzan. Esta doctrina está claramente expresada en las Sagradas Letras y ha sido enseñada por todos los santos padres.

A San Juan se le manifestó en su visión apocalíptica de poética y expresiva manera. Vio un altar de oro y ante él apareció un ángel con áureo incensario y se le dieron multitud de inciensos, que son —dice el sagrado texto— las oraciones de los santos, para que las ofreciera en el altar que está ante el trono de Dios. Y de la mano del ángel subió el humo del incienso de las oraciones de los santos a la presencia de Dios[1]. ¿Y no era el arcángel San Rafael el que avaloraba las fervientes oraciones y caritativas obras de Tobías presentándolas al Señor?[2]

 «Solícitamente —dice San Agustín— los santos ángeles ofrecen a Dios nuestras oraciones, nuestros trabajos, nuestras lágrimas, nos obtienen la propiciación de la divina benignidad y nos traen la deseada bendición de la gracia». San Bernardino de Siena los compara con fidelísimos mensajeros «que van y vienen entre Dios y el alma, el amado y la amada, llevando suspiros y trayendo dones, avivando el amor de ésta y aplacando los justicieros rigores de Aquél; los ángeles custodios, verdaderos mediadores, suben hasta Dios, le ofrecen nuestras oraciones, nuestros gemidos y nuestros votos; le piden perdón y gracia y bajando de prisa nos lo traen».

No sólo llevan nuestras oraciones y buenas obras, sino que al presentarlas las enriquecen con sus súplicas en nuestro favor, para alcanzarnos la divina misericordia. ¡Y cuán eficaz es su intercesión! Si la oración del justo tiene tanta fuerza que exclamó San Agustín: «suba la oración del justo y descenderá la conmiseración de Dios», ¿cuál no será la eficacia de esos espíritus purísimos, inmaculados y confirmados en gracia por la consumación de la santidad, que es la bienaventuranza eterna? Y aún para aumentar su eficacia alegan su misión, de Dios recibida, de protectores, tutelares y procuradores nuestros, y presentan el mismo cuerpo del Hijo de Dios, dice San Juan Crisóstomo, y ruegan por el género humano, diciendo al Señor: He aquí que te pedimos por los mismos por quienes has dado tu vida en la cruz, por quienes has derramado tu sangre, por quienes has inmolado este tu divino cuerpo.

¡Cuánto debemos confiar en la angélica intercesión, y con qué humilde agradecimiento y encendido amor debemos procurar hacernos dignos por nuestras virtudes y buenos deseos de tan excelso patrocinio!

Apliquemos esta doctrina al Ángel Custodio de nuestro reino. ¡Con qué fervor ora siempre por esta nación que Dios le ha encomendado! ¡Con qué gozo presenta al Señor las buenas obras que para su gloria se realizan en ella! Y ¡cómo no pensar en la alegría que le inundaría en pasados y gloriosos tiempos, cuando nuestra patria se cubría de laureles luchando infatigable contra la barbarie de la media luna, cuando enviaba sus hijos a evangelizar mundos nuevos, cuando oponía con sus leyes y sus armas un dique insuperable a las desbordadas herejías, cuando las privilegiadas inteligencias de sus sabios irradiaban luz de sana ciencia teológica por todo el mundo, cuando la inspiración de sus artistas revestía de exquisita belleza las verdades y los sentimientos de la fe, cuando sus santos llenaban de fervor y de gloria a toda la Iglesia! ¡Con qué inefable complacencia presentaría el santo ángel ante el Señor tantos tesoros de buenas obras, pidiendo bienes sin cuento para nuestra patria!

Mas también debemos ponderar la amargura que le causan los pecados y malas obras. Cierto es que no puede padecer dolor ni amargura un espíritu celestial, pero tenemos que expresarnos de ese modo, por carecer nuestro lenguaje de frases que correspondan a los sentimientos del bienaventurado. Comentando Orígenes aquellas palabras de Jesucristo: «habrá gozo en el cielo por un pecador que haga penitencia»[3], dice que, por el contrario, lloran los ángeles cada vez que pecamos. San Agustín también dice que nuestras faltas dan tristeza a los ángeles y gozo a los enemigos. Ya antes la Sagrada Escritura había usado de ese lenguaje, diciendo por Isaías: «llorarán los ángeles de la paz»[4].

Actualmente ¿da nuestra patria gozo o más bien tristeza al Santo Ángel? Tanto pecado público, tanta apostasía, tanta y tan descarada y tolerada propaganda de funestos errores y vergonzosos vicios tienen que causarle profunda amargura por ser ofensas al Señor, ruina para nosotros y causa de grandes castigos del Altísimo. ¿Nos obstinaremos en nuestra perdición? ¿Tendrá que decir de España el Santo Ángel lo que de Babilonia se dice en la profecía de Jeremías: «Hemos curado a Babilonia y no ha sanado: abandonémosla»[5]?

En el Evangelio según San Lucas se lee una parábola muy consoladora. Un señor tenía en su campo un árbol de quien en vano un año y otro año esperaba fruto. Por fin dio orden de que fuese arrancado y echado al fuego. Al oírlo el hortelano se compadeció y dijo: ¡Señor, espera un año más, trabajaré y abonaré este árbol con especial esmero a ver si da fruto! Ese árbol infructuoso somos nosotros y el ángel es el hortelano que por nosotros ruega[6]. Alentemos con confianza, multipliquemos nuestras buenas obras para que, valiéndose de ellas, el ángel nos consiga nuevas gracias, nuevas bendiciones. Por amor a Dios, al Santo Ángel y a nuestra patria, corrijamos nuestras costumbres, enmendemos nuestra vida, abstengámonos de todo pecado, pasemos por todas partes haciendo bien y oremos sin cesar.

Oración

Oh, bondadosísimo Ángel Custodio de España, que ardiendo en caridad eres nuestro abogado ante el trono del Altísimo, presentándole nuestras buenas obras, disculpando nuestros defectos, implorando del Señor que tenga clemencia, paciencia y misericordia, y pidiéndole gracias y auxilios para que corrijamos nuestra vida, lloremos nuestros pecados y nos reconciliemos con la infinita justicia. De todo corazón damos gracias al Señor que te ha destinado para que tan caritativamente nos protejas, y te las damos a ti, suplicándote que nunca nos abandones. Muchos son nuestros pecados, muchos los castigos que merecemos. Pero confiados en la gracia divina, en los méritos de nuestro Redentor, en la protección de la Santísima Virgen y en tu mediación e intercesión valiosísima, proponemos firmemente enmendarnos.

Intercede tú siempre por nosotros: estas nuestras oraciones suban por ti a nuestro Señor Jesucristo. Humildemente reconocemos que no somos como debíamos ser; que no corresponde actualmente nuestra patria a los misericordiosos designios del Señor sobre ella. Pero las oraciones que hoy de ella se levantan y las buenas obras y cristianas virtudes que en ella se practican, pueden mover a piedad la divina misericordia y atraernos nuevas y eficaces gracias, poderosos auxilios de lo alto para reformarnos, si tú, Ángel Santo, las presentas al Señor avalorándolas con tus fervientes suplicas. Que suban de tu mano hasta el trono del Omnipotente como aroma de suavísimo incienso de adoración y amor, para que desciendan después sobre nosotros raudales de gracias que iluminen nuestras inteligencias, enfervoricen nuestros corazones, conforten nuestras voluntades para luchar con el espíritu del mal y vencerle, para gloria de Dios, gozo tuyo y salvación de nuestras almas. Amén.

Padre nuestro. Ave María. Gloria.

Ejemplo bíblico

Hermosísimo caso de eficaz intercesión del ángel custodio a favor del pueblo que Dios le encomendara es el que se lee en el capítulo primero de la profecía de Zacarías. Israel padecía aún los tristes efectos de su recién terminada cautividad: el templo en ruinas desde setenta años antes, derrumbadas las murallas de Jerusalén, ausente todavía gran parte del pueblo, gemía aún saboreando las amarguras de los terribles castigos que se había atraído con sus grandes infidelidades a Dios.

Y he aquí que Zacarías tiene una profética visión en la cual aparece el Santo Ángel Custodio de Israel diciendo a Dios: «Oh, Señor de los ejércitos, ¿hasta cuándo no te apiadarás de Jerusalén y de las ciudades de Judá contra las cuales estás enojado? Ya este es el año septuagésimo»[7].

¡Cuánta compasión y cuánto fervor en esta breve y tierna oración del ángel intercediendo por su pueblo! No se hicieron esperar sus saludables efectos. Inmediatamente dijo el Señor palabras de bondad y de consuelo. Zacarías recibió orden de clamar diciendo: «Esto dice el Señor de los ejércitos: Me hallo poseído de grande celo por amor de Jerusalén y de Sión, y estoy altamente irritado contra aquellas naciones poderosas [es a saber, las que oprimían y avasallaban al pueblo escogido]. Por tanto, esto dice el Señor: Volveré mis ojos compasivos hacia Jerusalén y en ella será edificado mi templo […]; mis ciudades aún han de rebosar en bienes y aún consolará el Señor a Sión y de nuevo Jerusalén será su elegida»[8].

¡Cuánto aliento debe infundirnos esta hermosa página bíblica y cuán poderosamente debe movernos a pedir constantemente al Santo Ángel de nuestro Reino que interponga en favor nuestro su valiosísima intercesión! Aunque hayan sido sin número los pecados y aunque los justísimos castigos del Señor lleguen a ser como principio de mortal agonía, puede la angélica intercesión poner remedio, reconciliar a Dios con el pecador, aplacar los divinos rigores y devolver la antigua bienandanza.

En el capitulo 33 del sagrado libro de Job se describe al pecador afligido por justos castigos hasta el punto de que «está para expirar y desahuciada su vida». Se añade que, sin embargo, si intercediese por el un ángel, mostrándole la justicia de los castigos que sufre y pidiendo al Señor por él, Dios se apiadaría de él, lo libraría de la muerte y le devolvería la lozanía de la juventud.

Instemos con fervorosas oraciones a nuestro Santo Ángel para que abra nuestros ojos, ilumine nuestras inteligencias, nos haga concebir un santo horror de todo cuanto sea ofensa del Señor y pida fervorosamente por nosotros para que corrigiéndonos y aplacando los rigores de la divina justicia volvamos a gozar de días prósperos, fecundos en toda suerte de bienes.

AntífonaBendito sea el Señor, que por medio del Ángel de salvación visitó a nuestro pueblo y nuestra Nación y la libró de las manos de cuantos la odiaban y dirigió nuestros pasos por el camino de la paz.

. Enviará el Señor su Ángel en rededor de los que le temen.

. Y los librará.

Oremos. Omnipotente sempiterno Dios, que con inefable Providencia has destinado un Ángel a cada Reino para su custodia: concédenos, te suplicamos, que por las preces y el patrocinio del Ángel Custodio de nuestro Reino nos libremos siempre de toda adversidad. Por Jesucristo Nuestro Señor. Amén.

[1] Ap 8.

[2] Cf. Tb 5.

[3] Lc 15, 7.

[4] Is 33, 7.

[5] Jr 51, 9.

[6] Cf. Lc 13, 6-9.

[7] Zac 1, 12.

[8] Zac 1, 14-17.