Orar hacia Oriente. Siempre hacia Oriente. Hacia el Señor.

Juan Manuel Rodríguez González-Cordero, Pdte. Una Voce España

Desde tiempos remotísimos, «en la mayor parte de las grandes religiones, tanto la postura que se adopta durante la plegaria como el equipamiento de los recintos sagrados están definidos por una “dirección” sacra»[1]. En efecto, se puede corroborar este rasgo común a religiones y civilizaciones de todo tiempo y lugar. El hombre se ha dirigido desde siempre para orar hacia un espacio, un lugar, en el que se simbolizaba el más allá, lo trascendente. Volverse hacia oriente durante la oración era costumbre en el culto al sol, que dominó el mundo antiguo desde el Mediterráneo hasta la India. Hacia oriente rezaban los griegos y los romanos[2]; orientados hacia la Meca, oran los musulmanes; los egipcios, al menos desde tiempos de Augusto, construían sus templos situando las puertas hacia occidente para así mirar a oriente durante la oración y sacrificios, de modo que el sacerdote miraba siempre al punto por el que se levantaba el sol y se situaba de espalda a los fieles.

De igual modo, los judíos y las primeras comunidades cristianas —por supuesto, la práctica totalidad de la Iglesia hasta tiempos muy recientes— no fueron extraños a este rasgo común[3]. Los judíos de la Diáspora oraban dirigiéndose hacia Jerusalén, en concreto hacia la shekináh, el lugar del Templo llamado el «Sancta Sanctorum» (Santo de los Santos), lugar más manifiesto de la presencia de Dios, y aún después de la destrucción del templo, siguió siendo costumbre en la Sinagoga volverse hacia Jerusalén en la oración: «Así expresaban los deportados judíos su esperanza escatológica en la aparición del Mesías, la reconstrucción del Templo y la reunión del pueblo de Dios disperso en la Diáspora»[4]. De este modo, la orientación de la plegaria estaba inseparablemente unida a las expectativas mesiánicas de Israel[5]. Martín Wallraf[6], sostiene que hasta el siglo II, orar mirando a oriente era tan común en el judaísmo como orar mirando a Jerusalén[7]. No puede causar extrañeza pues, que los primeros cristianos, surgidos precisamente en ese ambiente del judaísmo, realizaran prácticas similares. Hay autores[8] que han descubierto la inevitable conexión entre ambos hechos (entre el judaísmo y la oración «ad orientem»), de modo que las primeras comunidades cristianas de la Iglesia local de Jerusalén tenían como costumbre orar en dirección al Monte de los Olivos, donde, con el mismo sentido escatológico esperaban la Segunda venida del Señor, interpretando profecías del Antiguo Testamento[9]. Así, como indica Fournée, «el cristianismo no abolió la sacralidad antigua. La desmitificó. La liberó. La transfiguró. Invitó al hombre religioso, atento a los símbolos, no a renegar de esos símbolos, sino a darles un nuevo sentido, un sentido acorde con la Revelación. El Sol invictus se convirtió en el Sol Salutis. El Sol-rey se tornó en el Rey del Sol, porque, escribe San Agustín, por Él fue creado el sol (non est Dominus Sol factus, sed per quem Sol factus est. In Ioanem P. L. 35, 1652). Y el Oriente cósmico se iluminó con las promesas radiosas de la Salvación. El Sol Salutis es también el Sol Iustitiae, del que habla Malaquías (3, 20), signo de poder y de victoria (cfr. Isaías, 41, 2), al que los Padres griegos y latinos identifican con Cristo»[10].

Innumerables son los testimonios que nos quedan de esta venerable práctica desde antiguo. Hacia oriente rezaba San Pablo, según el apócrifo «Hechos de Pablo», compuesto por un presbítero de Asia Menor, hacia el año 180 d.C.: «Entonces Pablo volvió su rostro hacia Oriente, elevó sus manos al cielo y estuvo en oración durante un buen rato».

San Clemente de Alejandría[11] aduce en sus Misceláneas varias razones teológicas para orar en dirección al oriente: «Y como la aurora es imagen del día del nacimiento, y desde ese instante “la luz que brilló por primera vez en las tinieblas” empieza a crecer, también sobre los que están envueltos en tinieblas ha amanecido un día de conocimiento de la verdad. En correspondencia con el modo en que sale el sol, en Oriente se hacen oraciones volviéndose hacia ese punto»[12].

Orígenes[13], en su «Tratado de la Oración», lo explica de forma explícita: «Digamos ahora una palabra con respecto a la dirección en que se ha de mirar al hacer oración. Cuatro son los puntos cardinales: norte, sur, este y oeste. Cualquier persona reconoce sin la menor duda que debemos orar mirando al oriente, expresión simbólica del alma que mira al levante de la luz verdadera. Alguna persona, en cambio, prefiere orar sea cualquiera la dirección a que esté orientada la puerta de la casa, bajo la idea de que en lugar de mirar a la pared se inspira mejor contemplando el cielo, aunque la puerta de la casa no mire al oriente. Se le responde como sigue: por decisión humana los edificios miran indistintamente a una u otra parte, pero por naturaleza es preferible el oriente. Lo que es por naturaleza ha de anteponerse a lo arbitrario. Según esto, si alguien desea orar al aire libre ¿tendrá que mirar al oriente y no al occidente? Claro que sí. Es más razonable dirigirse hacia el oriente, por lo cual se procure hacer así en todas partes»[14].

San Agustín, por su lado, diría: «Cuando nos ponemos en oración, nos volvemos hacia oriente, donde se inicia el cielo; no como si habitase allí Dios, como si hubiese abandonado las otras partes del mundo, Él que está presente en todas las partes, no en el espacio físico, sino con la fuerza de Su majestad. Con el fin de que tome conciencia el alma de la necesidad de convertirse a la naturaleza más excelente, esto es, hacia Dios»[15].

Y Santo Tomás de Aquino, fundamentándose en la Tradición, explicaría el fin escatológico de la oración del cristiano hacia oriente: «Orar en dirección a oriente es adecuado, en primer lugar, porque la rotación de los cielos, que manifiesta la majestad divina, empieza por el Este. En segundo lugar, porque el Paraíso estaba situado al Este, según la versión del texto del Génesis por los LXX, y nosotros ansiamos volver al Paraíso. Y, en tercer lugar, a causa del propio Cristo, que es la luz del mundo, es llamado el oriente, que sube por los cielos de los cielos hacia el este, y cuya segunda venida se espera, según el evangelista Mateo, viniendo de oriente: Igual que el relámpago sale del levante y brilla hasta el poniente, así ocurrirá con la venida del Hijo del Hombre»[16].

Obviamente, en la misma concepción de carácter escatológico se orientaron físicamente las iglesias cristianas hacia el este desde su origen y durante siglos. El este, que además de ser un punto cardinal, era también una dirección espiritual. Por el este salía el sol, y allí, en el oriente, se simbolizaba al Cristo Glorioso en su segunda venida, fuertemente aguardada y esperanza de los cristianos de todos los tiempos. Cuando, por imposibilidad física, dejó de usarse la costumbre de construir los templos «orientados» y toda la comunidad reunida ya no giraba hacia donde salía el sol en la oración litúrgica, quedó el ábside, decorado con pinturas que «tenían ante todo un carácter cultual, pues evocaban la presencia del Señor, sentado en su trono, dominando la asamblea»[17] como Oriente espiritual, si bien no físico, al que dirigir la oración; como imagen de esa ventana de la Jerusalén celeste que estaba representada en el Templo. Junto a Dios representado en toda su gloria, siempre se situaba la cruz, también centro y Oriente del cristiano, pues «la Cruz, signo de nuestra salvación, se consideraba sobre todo signo de victoria, el signo del Hijo del Hombre, regresando al fin de los tiempos (Mt. 24,30)»[18]. El oriente es como una puerta hacia el Cielo que esperamos todos los cristianos. Ese mismo oriente, y con el mismo sentido escatológico, lo siguieron representando los retablos góticos o barrocos, tras sus artísticos altares, y a ese mismo oriente ha dirigido el sacerdote, junto al pueblo y en la misma dirección, su oración y el Sacrificio, durante siglos.

Mirando al oriente se situaron la práctica totalidad de los altares de todos los tiempos del cristianismo, y en esa dirección se celebraba la Misa, Sacrificio, oración, acción de gracias…, todos dirigidos en el mismo sentido hacia el Padre Eterno. Lo expresó Mons. Klaus Gamber, fundador del instituto Litúrgico de Ratisbona y de quien el entonces Cardenal Ratzinger dijo que era «el único sabio, frente a un ejército de pseudo liturgistas, que habla desde el corazón de la Iglesia»: «Como, según la concepción tradicional, la representación en el ábside del Hijo de Dios en Gloria y la Cruz sobre o encima del altar son elementos esenciales de la decoración del Santuario, jamás se puso en duda que la mirada del sacerdote celebrante debía dirigirse durante la ofrenda del sacrificio, hacia el Oriente, hacia la Cruz y la representación de Cristo transfigurado, y no hacia los fieles que asistían a la celebración, como es el caso en la celebración “versus populum”»[19].

El sentido escatológico del oriente.

Como ya hemos mencionado, citando al Doctor Angélico, el Señor se fue hacia el oriente y ha de regresar de nuevo desde el Oriente[20]. El sol que sale del levante tiene, precisamente por ese mismo motivo, un profundo simbolismo. Volverse a oriente introduce en la liturgia el elemento escatológico de la espera del regreso del Señor, al mismo tiempo que expresa la dirección del viaje que su pueblo ha emprendido: hacia el Señor[21].

Lo expresó con perspicacia el Cardenal Christoph Schönborn, quien diría que toda liturgia es una celebración «obviam Sponso», al encuentro del Novio, de manera que los fieles anticipan la Segunda Venida del Señor y se pueden comparar con las vírgenes de las que habla la parábola del Evangelio: «A medianoche se oyó gritar: ¡Que llega el novio, salid a recibirlo!» (Mt. 25,6). El Cardenal de Viena subrayó que los signos y los gestos, por ejemplo, la orientación común de la plegaria litúrgica, son vitales para una «encarnación» de la fe: «¡Cuán importantes son tales signos para la «encarnación» de la fe! La oración común de sacerdote y fieles ad orientem conecta esta “orientación” cósmica con la fe en la Resurrección de Cristo, el Sol Invictus, y con su Parusía en Gloria»[22].

Además de este simbolismo del Oriente nos encontramos que, en esta forma de celebración, sacerdote y fieles oran en la misma dirección. Podríamos afirmar que de este modo se manifiesta una unidad en la oración. A este respecto, Benedicto XVI escribiría: «Por un lado, un común volverse hacia el oriente durante la Plegaria Eucarística sigue siendo esencial. Esta no es una cuestión de accidentes, sino de substancias. Mirar al sacerdote no tiene ninguna importancia. Lo que importa es que todos juntos miren al Señor. No se trata de una cuestión de diálogo sino de culto en común, de ponerse en movimiento hacia el Uno que ha de venir. Lo que conviene a la realidad de lo que tiene lugar no es un círculo cerrado, sino un común movimiento hacia adelante expresado en una común orientación de la oración»[23].

Todos mirando al Señor.

Es importante insistir en que Dios, y no otro, es centro de la oración litúrgica. No lo es el sacerdote, ni los miembros de la asamblea dialogando entre ellos. Hacia Dios se dirige la oración de los cristianos. Frente a la idea generalizada de que «antes, el sacerdote celebraba de espaldas al pueblo», es necesario incidir en que muchos liturgistas, como por ejemplo Jungmann[24], han venido insistiendo en que «el tema de discusión no era el hecho de que el sacerdote diera la espalda al pueblo, sino, al contrario, que estuviera en la misma dirección que el pueblo». Todos en la misma dirección, de cara a Dios, «Conversi ad Dominum» en palabras de San Agustín.

Joseph Ratzinger, de manera sencilla y magistral, afirma que «La orientación de la oración común a sacerdotes y fieles —cuya forma simbólica era generalmente en dirección al este, es decir al sol que se eleva—, era concebida como una mirada hacia el Señor, hacia el verdadero sol. Hay en la liturgia una anticipación de su regreso; sacerdotes y fieles van a su encuentro. Esta orientación de la oración expresa el carácter teocéntrico de la liturgia; obedece a la monición “Volvámonos hacia el Señor”»[25]. Y en otro texto, el hoy Papa Benedicto XVI, subrayando el carácter de «éxodo» de la liturgia, añade: «Pueblo y sacerdote no se encierran en un círculo, no se miran unos a otros, sino que, como pueblo de Dios en camino, se ponen en marcha hacia el oriente, hacia el Cristo que avanza y sale a nuestro encuentro»[26] .

Por su parte Klaus Gamber explicó que «En cuanto se coloca ante el altar, el sacerdote no reza en dirección a una pared, sino que todos los que están allí presentes lo hacen conjuntamente en dirección hacia el Señor, tanto más que hasta ahora lo que importaba no era formar una comunidad, sino rendir culto a Dios por intermedio del sacerdote, representante de los participantes y unido a ellos»[27]

Frente a este pueblo unido al sacerdote en la búsqueda del Esposo, dirigiendo su plegaria conjuntamente y su mirada hacia el mismo lugar —el oriente del que se espera la Segunda Venida del Redentor—, la celebración versus populum nos presenta una comunidad cerrada sobre sí misma, en la que la persona del sacerdote cobra un protagonismo y una centralidad desproporcionados, y en la que el celebrante se presenta frente al pueblo, y no junto a él, separado de éste por el altar. Se trata del principal problema que han visto grandes liturgistas en este tipo de celebración, que además no tiene parangón prácticamente con ningún culto. Ni con el judaísmo, ni con los musulmanes; pero tampoco con otras comunidades cristianas. Así, en todas las liturgias orientales, ortodoxas y católicas, se ha mantenido la oración común de sacerdote y fieles en la misma dirección. En las iglesias ortodoxas de Oriente, donde existen millones de cristianos, tanto para las de rito bizantino (griegas, rusas, búlgaras, serbias, etc.) como en las llamadas de rito oriental antiguo (armenia, siriaca, copta). Pero también confesiones protestantes, por ejemplo luteranos, han mantenido el mismo sentido de la oración litúrgica, incluso negando el carácter sacrificial de la Misa, y la propia Misa.

Los defensores de la celebración cara al pueblo argumentan que, de este modo, y como expresión pedagógica, se subraya el carácter de banquete sagrado de la Misa, pero autoridades en la materia, como Reinhard Meßner [28] insisten en el «significado eminentemente escatológico» de la liturgia, y piensan que la «pérdida casi total de esa tradición litúrgica en la Iglesia católico-romana de hoy es un indicio de déficit escatológico». Andreas Heinz explica que «si desapareciera por completo la orientación común de presidente y congregación hacia Cristo ya exaltado y que aún habrá de venir, eso supondría una pérdida espiritual tremendamente lamentable»[29].

Por otra parte, existe el peligro de que, tratando de acentuar el sentido del banquete eucarístico, se elimine del pueblo fiel la comprensión de la Misa como Sacrificio de Cristo y Sacrificio de la Iglesia, algo que podemos comprobar simplemente observando nuestro entorno, tras años de celebraciones generalizadas versus populum. Pocos son hoy los fieles que entienden la Santa Misa como Sacrificio. No en vano, A. Jungmann afirma que el principio básico de que el celebrante, mientras ora en el altar, tiene que volverse hacia Dios y en la misma dirección que el pueblo, es lo que expresa el significado de la Misa como oblación al Señor. Uwe Michael Lang, por su parte, es claro: «La experiencia pastoral de estas últimas décadas nos puede enseñar que la comprensión de la Misa como sacrificio ha disminuido considerablemente entre los fieles, si es que no se ha extinguido por completo. Al poner tanto énfasis en el “banquete”, complementado con la postura del celebrante cara al pueblo, se ha exagerado excesivamente y no se ha conseguido que la Eucaristía se conciba como “sacrificio visible”. Interpretar la Eucaristía como “banquete”, más que como “sacrificio”, es un dualismo inventado que desde la perspectiva de la tradición litúrgica resulta claramente absurdo. La Misa es al mismo tiempo y de modo inseparable recuerdo sacrificial en el que se perpetúa el sacrificio de la cruz y banquete sagrado de comunión con el Cuerpo y la Sangre del Señor»[30].

La Misa cara al pueblo, una anomalía histórica.

«Conservaremos los ornamentos sacerdotales, el altar y las velas hasta el agotamiento, o hasta que nos convenga cambiarlos. Sin embargo, dejaremos hacer a los que quieran hacer otras cosas. Pero en la verdadera misa, entre verdaderos cristianos, será necesario que el altar no quede como está y que el sacerdote se vuelva siempre hacia el pueblo, como sin duda lo hizo Cristo durante la cena».

Estas que preceden son palabras del heresiarca Martín Lutero, quien las dejó escritas en su opúsculo «La misa alemana y el orden del culto divino» (1526). Dejando aparte que Lutero desconocía cómo fue la celebración de la última cena del Señor —proyectando en la liturgia una imagen subjetiva personal suya, común a su época[31]—, en efecto, sería el monje alemán quien introdujese la idea de la celebración cara al pueblo, sin que «antes de Martín Lutero, en parte alguna se encuentra la idea del sacerdote vuelto hacia la asamblea durante la celebración de la Santa Misa, ni tampoco a favor de esta manera de ver se puede invocar ningún descubrimiento arqueológico»[32].

Lutero, a pesar de introducir la idea, no dio excesiva importancia al hecho de la celebración cara al pueblo. De hecho, como hemos indicado antes, hay luteranos que siguen celebrando su liturgia orientada. Pero tras el Concilio Vaticano II se introdujo en la Iglesia católica dicha manera de celebración de forma generalizada, aún sin que ésta esté prescrita[33]. Sus defensores han querido fundamentarla en una fantasía, indicando que en la Iglesia primitiva esta habría sido la forma habitual de la celebración. A principios de este año, Monseñor Stefan Heid, Rector del Pontificio Instituto de Arqueología Cristiana y autor del libro «Altar e Iglesia: Principios de la Liturgia Cristiana»[34], ha vuelto a desmentirlo en una entrevista a la revista Il Timone: «Desde el Concilio se ha difundido el enorme malentendido de que, en la iglesia primitiva, el sacerdote miraba al pueblo. Con muy pocas excepciones, este no fue el caso. En los primeros siglos, el altar generalmente se colocaba libre en los cuatro lados, pero el sacerdote se paraba frente al altar con el rostro hacia el este. La Eucaristía también tiene elementos dialógicos, pero éstos constituyen sólo la introducción a la oración. La oración siempre debe estar orientada hacia el este»[35].

Al no existir ninguna fuente que confirme tal aseveración de que la Iglesia primitiva celebrase cara al pueblo, las hipótesis formuladas por sus defensores se aferran a la disposición constructiva de algunas iglesias antiguas, las menos, como algunas de las basílicas romanas. A modo de ejemplo, nos sirve la Basílica de San Pedro en Roma, cuyo ábside estaba al oeste y la entrada al este, y donde, por consiguiente, los fieles miraban hacia occidente. Tal disposición acarreaba necesariamente la misa versus populum, pero ésta no era sino una consecuencia y no una disposición ritual, ya que el sacerdote se dirigía al oriente para la celebración. Según Fournée, «es, pues, una afirmación errónea pretender que en la Iglesia primitiva la misa se celebraba cara al pueblo. Es más exacto decir que la celebración estaba orientada, cualquiera fuese la posición de los fieles en el edificio. Pero cuando éstos, al estar situados frente al altar se encontraban mirando hacia el oeste, les estaba prescrito en ciertos momentos de la celebración, especialmente en la oratio fidelium, volverse hacia el este, y, por consiguiente, dar la espalda al celebrante y al altar. Sucedía lo mismo en la llamada del Sursum corda. Estas prescripciones son anteriores al primer Ordo Romano, es decir, a fines del siglo VII»[36].

Heid, por su parte, es concluyente: «Hay un amplio espacio para la manipulación, especialmente cuando se trata de nuestra comprensión actual de la liturgia, la Eucaristía y la Iglesia. Mucho de lo que se justifica hoy con la Iglesia primitiva es solo una proyección moderna. Un poco más de aclaración histórica sería muy útil en este sentido»[37].

Por muy extendida que esté la celebración cara al pueblo, los sesenta años pasados desde el Concilio Vaticano II no representan mucho en los más de dos mil de la historia de la Iglesia, siendo así la celebración versus populum una anomalía en la larga tradición litúrgica católica, que no tiene precedentes en los siglos anteriores. Por todo lo expuesto anteriormente, resulta de vital importancia, para una adecuada penetración y comprensión de la profundidad del sentido espiritual y teológico de la liturgia por parte de los fieles, la celebración ad orientem.

[1] Lang, Uwe Michael. «Volverse hacia el Señor». Ed. Cristiandad. Madrid, 2007.

[2]  Marco Vitruvio (80-70 a.C. – 15 a.C.), arquitecto, escritor, ingeniero y tratadista

romano del siglo I a.C, explicaba que la edificación de un templo comienza por su

implantación y orientación. Iniciándose al mediodía, los trabajos de orientación consistían en clavar una estaca en el centro del emplazamiento elegido, perpendicular al suelo, el axis mundi o cénit del lugar, a partir de cuyo eje se describía un círculo y en el momento en que la sombra proyectada por el eje era la más corta, se determinaba la dirección norte-sur, determinando de este modo el lugar por donde sale el sol, especialmente durante los solsticios y los equinoccios.

[3] Para ampliar conocimientos sobre la orientación en la plegaria y en la liturgia recomendamos los estudios de Frank Joseph Dölger, en especial: «Sol Salutis. Estudio sobre oración y canto en la antigüedad cristiana». Münster, 1920.

[4] Lang, U. M. Op. Cit.

[5] Bouyer, Louis. «Arquitectura y Liturgia» Ed. Grafitte (col. Lex Orandi) Bilbao, 2000.

[6] Martín Wallraf, nacido en Múnich en 1996, es un historiador de la iglesia protestante alemana.

[7] Wallraff, M. «La preghiera verso l’Oriente. Alle origini di un uso liturgico». Studia Ephemeridis Augustinianum, Vol. 66. Roma: Inst. Patristicum Augustinianum. Pág 468.

[8] Kretschmar, Georg, citado en Lang, U.M. Op. CIt.

[9] Ez. 11,23; 43, 1-2; 44, 1-2; y Zac. 14, 4.

[10] Fournée, Jean. «La Messe face à Dieu». Volumen 5 de la «Collection Una Voce». Una Voce, 1976. En español, «La Misa cara a Dios», en Ed. Iction, Buenos Aires, 1983. Traducción disponible en PDF en: http://www.corosanclemente.com.ar/Liturgia/Libros/La%20Misa%20cara%20a%20Dios.pdf

[11] Tito Flavio Clemente (Atenas, c. 150 – Antioquía, c. 213), Padre de la Iglesia griega y primer Doctor de la Iglesia.

[12] Clemente de Alejandría. «Stommata» VII, 7, 43, 6-7.

[13] Orígenes (Alejandría, c. 185 – Tiro, Líbano, c. 254), teólogo y Padre de la Iglesia griega.

[14] «Tratado sobre la Oración», Ed. RIALP. 1994.  Nº 32: «Hacia el oriente».

[15] San Agustín. «Sermón de la Montaña», Libro II, Cap. V, 18.

[16] Santo Tomás de Aquino. «Summa Th» II-II, q. 84 a.3 ad 3.

[17] Gamber, Klaus. «¡Vueltos hacia el Señor!». Ed. Renovación. Madrid, 1996.

[18] Gamber, Klaus. Op.Cit. Pág. 20.

[19] Gamber, Klaus. Op. Cit. Pág 20.

[20] Mt. 24, 27: «Porque así como el relámpago aparece en el oriente y se ve hasta en el occidente, así será la venida del Hijo del Hombre». Véase Germano de Constantinopla, Historia ecclesiastica et mystica contemplatio (PG 98, p. 334 B).

[21] Lang, Uwe Michael. «Volverse hacia el Señor». Ed. Cristiandad. Madrid, 2007. Pág. 97

[22] Schönborn, C. «Loving the Church: Spiritual exercises preached in the presence of Pope John Paul II» Ignatius Press. San Francisco, 1996. Pág. 205.

[23] Ratzinger, J. «El espíritu de la liturgia, una introducción». Ed. Cristiandad. Madrid, 2001.

[24] Josef Andreas Jungmann (16 de noviembre de 1889 – 26 de enero 1975), sacerdote jesuita, historiador de la liturgia y teórico del Movimiento Litúrgico. Es de especial interés su obra «El Sacrificio de la Misa. Tratado histórico-litúrgico». BAC. Madrid, 1951.

[25] Prólogo del Card. Ratzinger a la obra «¡Vueltos hacia el Señor!» de Klaus Gamber. Renovación. Madrid, 1996.

[26] Ratzinger, J. Ult. Op. Cit..

[27] Gamber, Klaus: ult. Op. Cit. Pág 40.

[28] Reinhard Meßner, es un erudito teólogo austriaco, profesor titular de estudios litúrgicos en Innsbruck y autor de numerosos estudios sobre liturgia. Es coeditor de los «Estudios austriacos de liturgia y teología sacramental» y del manual litúrgico «Gottesdienst der Kirche».

[29] Heinz. A: «Ars celebrandi». Questions Liturgiques- Studies in Liturgy. n. 83, 2002. Págs. 107–126.

[30] Lang. U. M.: «Volverse hacia el Señor». Ed. Cristiandad. Madrid, 2007

[31] En las comidas judías, los comensales no se colocaban unos enfrente de otros, como imaginaba Martín Lutero. Por otra parte, en las representaciones artísticas contemporáneas al heresiarca, como por ejemplo la Última Cena de Leonardo da Vinci, se presenta a Cristo en el centro, rodeado de los apóstoles y con la parte delantera de la mesa libre, pero en las comidas judías del tiempo de Jesús el puesto de honor no estaba en el centro, sino en un extremo, algo que sí puede verse representado en obras más antiguas, como la pintura sobre mosaico de San Apolinar Nuevo (hacia el año 520). Además, no se usaba una sola mesa, sino más bien unas mesillas de tres o cuatro patas que contenían alimentos y platos para una o dos personas.

[32] Gamber, Klaus: ult. Op. Cit. Pág 63.

[33] Erróneamente se ha llegado a la conclusión general de que el hecho de que el sacerdote se coloque «de espaldas al pueblo» es una característica del rito de la Misa Tradicional, mientras que la posición del sacerdote «cara al pueblo» pertenece al Novus Ordo de la Misa, de Pablo VI, y por extensión, al Concilio. Pero lo cierto es que la Constitución Conciliar sobre la liturgia «Sacrosanctum Concilium» nada dice de la celebración «cara al pueblo». Y más allá, las rúbricas del Misal Romano del Papa Pablo VI presuponen la misma orientación de pueblo y sacerdote en el núcleo de la liturgia eucarística, al indicar que en el orate fratres, en la Pax Domini y al Ecce Agnus Dei el sacerdote debe «volverse hacia el pueblo», y añadiendo que en el momento de la comunión del sacerdote indica «ad altare versus», lo cual sería redundante si el celebrante estuviera situado tras el altar y frente al pueblo. En el año 2000, en respuesta a una pregunta del Cardenal Schönborn, Arzobispo de Viena, la Congregación para el Culto Divino explicitó que la celebración cara al pueblo «en modo alguno excluye la otra posibilidad».

[34] «Altar und Kirche: Prinzipien christlicher Liturgie». Schnell Steiner. Ratisbona, 2019.

[35] Entrevista en italiano reproducida por Messa In Latino: http://blog.messainlatino.it/2022/01/mons-stefan-heid-ecco-come-celebravano.html

[36] Fournée, Jean. Op. cit.

[37] Entrevista previamente mencionada para Il Timone.

PUBLICADO EN EL BOLETÍN «COVADONGA» Nº8 – MAYO 2022