Novena al Santo Ángel Custodio de España
Noveno día
Compuesta por Mons. Leopoldo Eijo Garay
Por la señal…
Acto de contrición: Señor mío Jesucristo…
Oración inicial para todos los días
Oh, bienaventurado espíritu celestial, a quien la Divina Misericordia se ha dignado confiar el glorioso Reino de España, para que lo defiendas y custodies; postrados ante ti y en amorosa unión contigo damos al Señor humildes y fervientes gracias por haber tenido para con nosotros la misericordiosa providencia de ponernos bajo tu protección; contigo le alabamos y bendecimos y a su divino servicio rendidamente nos ofrecemos.
Acepta, Ángel Santo, estos piadosos cultos que a tu honor dedicamos, ilumina nuestras inteligencias, conforta nuestras voluntades, presenta al Señor nuestras plegarias avaloradas con las tuyas; defiéndenos del enemigo de nuestras almas, que también lo es, y muy feroz, de nuestra Patria; alcánzanos del Señor que saquemos fruto y provecho espiritual de estos cultos, que crezcamos en la veneración a ti, en tu amor y en la docilidad a tus enseñanzas y dirección para que defendidos, custodiados y regidos por ti sirvamos fidelísimamente a Dios en nuestra vida privada y pública; para que se salven nuestras almas y las de nuestros compatriotas todos; para que España sea siempre el paladín de la Fe Católica y Dios Nuestro Señor la bendiga, prospere y glorifique. Amén.
Meditación: Jesús y María Santísima, reyes de la Angélica Milicia
Excelsa es la naturaleza de los santos ángeles. Han sido encumbrados por la divina bondad en las alturas de la eterna gloria y son bienhechores nuestros, merecedores de nuestra gratitud y dignos de culto religioso. Potentísimos para vencer y dominar a nuestros enemigos infernales, así como llenos de sabiduría celestial para iluminarnos y enseñarnos, inflamados en caridad para encendernos en santo amor de Dios y del prójimo y, por último, eficacísimos intercesores nuestros ante el Señor. Debemos, pues, siempre venerarlos e invocarlos, tributarles culto e imitar sus virtudes y pedirles que oren por nosotros y que presenten nuestras oraciones y buenas obras a Jesús y a María Santísima, para que así lleguen al trono del Omnipotente.
Porque con ser tan excelsos y santos los bienaventurados ángeles, no son más que súbditos fidelísimos de Jesús y de María, a quienes sirven y obedecen, procurando la salvación de nuestras almas.
El centro, la cabeza de toda la creación es nuestro Redentor adorable Jesucristo. El Verbo divino se hizo hombre, y por los insondables misterios de la sabiduría de Dios en la Encarnación —que nunca se sacian de contemplar los santos ángeles[1]— Jesucristo quedó constituido en rey y cabeza de los ángeles y de los hombres. Dice el apóstol San Pablo: «Por Él fueron creadas todas las cosas en los cielos y en la tierra, las visibles y las invisibles, ora sean tronos, ora dominaciones, ora principados, ora potestades: todas las cosas fueron creadas por Él mismo y en atención a Él mismo»[2]. Dios Padre, «colocándole a su diestra en los cielos, sobre todo principado y potestad y virtud y dominación, y sobre todo nombre y dignidad, por celebrado que sea, no sólo en esta vida sino también en la futura»[3], ha entronizado y proclamado Rey a Jesucristo, «el cual está a la diestra de Dios, habiendo subido al cielo y estándole sumisos los ángeles, las potestades y las virtudes»[4], es decir, todas las celestiales jerarquías angélicas.
Uno es nuestro Maestro: Cristo, el que es la luz del mundo, el camino, la verdad y la vida. Y para adoctrinarnos se vale de la jerarquía visible que ha instituido en la tierra y del invisible ministerio de los ángeles a quienes comunica divinas iluminaciones acerca de los misterios de la gracia. Cristo tiene sobre los ángeles preeminencia de dignidad por la unión hipostática, preeminencia de perfección por la plenitud de la gracia, y preeminencia de dominio, porque todo lo ha sujetado el Padre a su poder, y todos, aun los mismos ángeles, participan de Él dones y gracias de vida sobrenatural.
María Santísima, la Inmaculada Virgen Madre, por la dignidad que le da el serlo de Dios, por la plenitud de sus gracias y méritos, por las singularísimas relaciones que con cada una de las tres divinas personas la une, atesora en sí mayor dignidad y santidad que todos los santos y todos los ángeles juntos. La Iglesia la proclama reina de los ángeles. Ellos se extasían contemplando sus virtudes y admirando su grandeza; se postran reverentes ante ella venerándola y esperando sus mandatos.
Desde el principio del mundo los santos ángeles defendían y auxiliaban al linaje humano, llevaban a Dios las oraciones de los hombres y a éstos traían gracias y dones divinos. Al instituir Cristo su Iglesia la ha dotado de fuertes gracias y dones: los santos sacramentos. Cristo es nuestro intercesor y abogado, ora y se ofrece perennemente en sacrificio por nosotros. Mas no por eso ha cesado el angélico ministerio, sino que ha sido dotado de mejores medios de hacernos bien. Por eso dijo muy acertadamente Orígenes que después de encarnarse el Verbo «los Angeles nos defienden más eficazmente».
¡Oh, cuán grandes, cuán llenos de sabiduría y misericordia son los designios de Dios para santificarnos y darnos la vida eterna!
Exponiendo la doctrina que antecede, decía el apóstol San Pablo a los colosenses: «Que nadie, pues, os seduzca con culto supersticioso de los ángeles»[5]. Se refería a los herejes que, negándoselo a Cristo, atribuían a los espíritus celestiales el oficio de mediadores para con Dios. ¿Cómo recurrir a los miembros y súbditos con desprecio de su cabeza y jefe? «Todo lo tenéis en Cristo que es la cabeza de todo principado y potestad»[6].
Si en los tiempos de San Pablo había tales herejes, como los paganos que adoraban a los genios o espíritus —maléficos o bienhechores— y, por desconocer el verdadero oficio de tan excelsos seres espirituales, pecaban pretendiendo venerarlos, también en nuestros días se ha extendido y propagado a veces un espiritualismo erróneo y morboso, como reacción extraviada contra el crudo materialismo. Tanto en las supersticiones espiríticas como en los delirios teosóficos se presenta a los seres puramente espirituales con acción e influencia independiente de Nuestro Señor Jesucristo. Contra tales errores nos previene nuestra fe. Todo ser espiritual que no obedece a Cristo ni enseña conforme a sus doctrinas es perverso y enemigo del hombre. Un ángel bueno no puede obrar en nuestras almas sino para servir a Cristo, para aumentarnos su gracia y amor; ni enseña contra la fe, ni induce a obrar contra la ley de Cristo y de su Santa Iglesia.
El más puro culto, la más aceptable devoción, el más grato obsequio que podemos tributar a los santos ángeles es esmerarnos en creer y obrar de perfecto acuerdo con la Iglesia. Nada desea tan vivamente de nosotros el Santo Ángel como ver establecido el Reino de Dios en cada uno y en toda España. Ese Reino está dentro de nosotros mismos[7]: si estamos en gracia, Dios reina en nuestro corazón; si caemos en pecado, levantamos al demonio un trono de soberanía en nuestra alma.
Que sea este el fruto práctico que saquemos de esta novena. Ciertamente con ningún otro agradaremos tanto como con este al Santo Ángel Custodio de nuestro reino: pureza de fe, creyendo cuanto enseña la Santa Iglesia Católica Apostólica Romana; santidad de costumbres, esforzándonos en el cumplimiento y observancia de las leyes de Dios y de su Iglesia; y un amor ardiente a Jesucristo y a su Santísima Madre, dispensadora de todas las gracias, y amor, agradecimiento y devoción al Santo Ángel que sirve a Jesús y a María, defendiendo y protegiendo esta noble tierra, tan amada de Dios.
Oración
¡Oh Jesús, Hijo de Dios, Soberano Rey de cielo y tierra, cuyo reinado florece en los cielos sobre los ángeles y los santos, y en la tierra sobre los justos! Postrados ante Ti, te adoramos como a nuestro Dios y te proclamamos como nuestro Rey. ¡Venga a nosotros tu Reino, que «es la justicia, la paz y el gozo del Espíritu Santo»[8]!
Gracias fervientes te damos por haber destinado para nuestra custodia a un ángel de los que te adoran y sirven. ¡Oh, Señor, gobiérnanos y dirígenos por medio de él, porque tú eres nuestro Salvador!
¡Oh, Virgen Santísima, reina de los ángeles! Tú, que tanto amas a nuestra patria que te dignaste honrarla con tu presencia viviendo aún en carne mortal, haz que no desmerezca España tus constantes favores, que goce siempre de tu predilección y patrocinio.
Y tú, Ángel bendito, acoge benignamente estos cultos que te hemos dedicado. Tú ves nuestro amor, nuestra gratitud y nuestros vivísimos deseos de agradarte para merecer cada vez más tu protección y ayuda. Cúbrenos con tus alas, para que al calor de tu defensa crezcamos en virtud; no nos dejes caer en pecado y, si caemos, muévenos a penitencia y enmienda. Inspíranos el bien y danos muchas ocasiones de practicarlo; defiende en cada uno de nosotros y en todos los españoles el reinado de Jesús; para que todos tengamos una misma fe y un mismo corazón confortado con la gracia del Señor. Reinen en nosotros la justicia, la paz y el gozo de que el Espíritu Santo llena las almas de los justos; para que después de adorar y servir bajo tu protección a Dios en esta vida, gocemos en tu compañía de la eterna felicidad del cielo. Amén.
Padre nuestro. Ave María. Gloria.
Ejemplo bíblico
La misma doctrina de la supremacía de nuestro divino Redentor Jesucristo sobre los ángeles y sobre toda criatura que, revelada por el Espíritu Santo, nos enseñó en sus epístolas el apóstol San Pablo, fue inspirada al evangelista San Juan en una maravillosa visión que describe en su Apocalipsis[9].
Arrebatado en éxtasis vio el cielo abierto y a Dios sentado en su trono, y cuanto le rodeaba entonaba cánticos de alabanza y adoración. Y tenía el Señor en su diestra un libro, escrito por dentro y por fuera, sellado con siete sellos. Y al mismo tiempo vio a un ángel fuerte y poderoso pregonar a grandes voces: «¿Quién es el digno de abrir el libro y levantar sus siete sellos?» Y nadie podía ni en el cielo ni en la tierra, ni debajo de la tierra abrir el libro, ni aun mirarlo.
Apenado por esto, dice el vidente apocalíptico que se deshacía en lágrimas, cuando uno de los ancianos le dijo: «No llores: mira ya como el león de la tribu de Judá, estirpe de David, ha ganado la victoria para abrir el libro y levantar sus siete sellos». Y miró y vio que delante del trono estaba un Cordero como inmolado, el cual se acercó y recibió el libro de la diestra de Dios. El Cordero representa a Nuestro Señor Jesucristo, león por su poder y fuerza invencible y cordero mansísimo por su inocencia y candor, por su mansedumbre y paciencia; león que venció y encadenó las potestades infernales, y cordero que con su sacrificio y su sangre borró los pecados del mundo. Apenas el Cordero hubo abierto el libro, todos los que rodeaban a Dios en su trono cayeron postrados ante el Cordero y le tributaron la melodiosa música de sus cítaras y los perfumes de sus incensarios de oro —que son las oraciones de los santos— mientras cantaban: «Digno eres, Señor, de recibir, el libro y de abrir sus sellos, porque tú has sido entregado a la muerte y con tu sangre nos has rescatado para Dios de todas las tribus y lenguas y pueblos y naciones».
Y vio también y oyó la voz de muchos ángeles alrededor del trono y su número era de millares de millares, los cuales decían con poderosa voz: «Digno es el Cordero que ha sido sacrificado de recibir el poder y la divinidad y la sabiduría y la fortaleza y el honor y la gloria y la bendición».
Y a todas las criaturas que hay en el cielo y sobre la tierra y debajo de la tierra y las que hay en el mar; a cuantas hay, a todas oyó el evangelista: uniendo sus voces en armonioso cántico, adoraban a Jesucristo diciendo: «Al que está sentado en el trono y al Cordero, bendición y honra y gloria y potestad por los siglos de los siglos».
¡Oh, que nuestra voz no falte nunca en ese coro maravilloso! ¡Que en unión con la de su Santo Ángel la voz de España se levante siempre valerosa y esforzada para dar a Jesucristo el testimonio de su fe, de su adoración y de su amor!
†
Antífona. Bendito sea el Señor, que por medio del Ángel de salvación visitó a nuestro pueblo y nuestra Nación y la libró de las manos de cuantos la odiaban y dirigió nuestros pasos por el camino de la paz.
℣. Enviará el Señor su Ángel en rededor de los que le temen.
℟. Y los librará.
Oremos. Omnipotente sempiterno Dios, que con inefable Providencia has destinado un Ángel a cada Reino para su custodia: concédenos, te suplicamos, que por las preces y el patrocinio del Ángel Custodio de nuestro Reino nos libremos siempre de toda adversidad. Por Jesucristo Nuestro Señor. Amén.
[1] 1 Pe 1, 12.
[2] Col 1, 16.
[3] Ef 1, 20.
[4] 1 Pe 3, 22.
[5] Col 2, 18.
[6] Col 2, 10.
[7] Cf. Lc 17, 21.
[8] Rom 14, 17.
[9] Ap 5.