Peregrinar sin andar

María de los Reyes Valpuesta Romero, Diplomática.

En 2019 hice la peregrinación París-Chartres. Era entonces una opositora sin muchas posibilidades de hacer planes. Recuerdo que el año anterior me había quedado con las ganas de acudir; la convocatoria —decían— saldría en verano, y no podía “perder” ni un día de estudio. Ese 2019 nadie me lo iba a quitar. La experiencia fue maravillosa. Al año siguiente quise repetir, y mi padre era ya un fichaje seguro. Pero llegó la pandemia y eso fue imposible.

El virus, sin embargo, no frenó mi boda —también entre BOEs, temas, ensayos e idiomas—. Al mes de casarme me quedé embarazada. En 2021, con mi primer hijo acompañándome en mi vientre en cada examen, aprobé por fin. Después de casi cinco años de estudio, por fin se acababa el largo paréntesis de las oposiciones. Me convertí entonces en una opositora en rehabilitación, e inicié mis prácticas como funcionaria en verano, embarazada de siete meses.

Mientras tanto, nos había llegado la noticia de que un grupo de fieles de la Santa Misa tradicional, entre ellos nuestro querido José María, estaba organizando ese mismo año una peregrinación similar a la París-Chartres, pero en España, de Oviedo a Covadonga. Mi marido, viviendo fuera y con una mujer embarazada y aún opositora —el que tenga un familiar preparando un examen público sabe lo que esto significa, y podrá ponderar como se merece la valentía de mi esposo—, se había lanzado a ser el jefe de capítulo de Nuestra Señora de la Antigua, de Una Voce Sevilla.

Toda mi familia —padres y hermanos, y también algunos tíos y primos— iba a hacer la peregrinación. Pero entre el embarazo y el trabajo, al final mi madre —necesariamente con buen criterio, que para eso es una madre—, me convenció para que nos quedáramos en casa. A ver qué íbamos a hacer si me ponía de parto con los baches de los caminos. Todos volvieron entusiasmados, y a mí me quedó el regusto amargo de no haber podido estar.

Este último año, en 2022, tenía que participar como fuera. ¿El inconveniente ahora? Tenía un bebé de diez meses y volvía a estar embarazada. Era evidente que no podía hacer el camino con todos los demás, pero tampoco iba a volver a quedarme atrás. Mi marido y yo nos organizamos para poder participar en las Misas y unirnos a los peregrinos en las diferentes paradas. No nos pudimos alegrar más.

Me impresionó, con la experiencia de Chartres, la extraordinaria organización. Cuando has hecho la peregrinación francesa, que lleva celebrándose décadas, tus expectativas en cuanto a la preparación logística son muy altas. Yo creía que acercarse siquiera a ese nivel, teniendo en cuenta que la Oviedo-Covadonga cumplía dos años, iba a ser absolutamente imposible. No obstante, con la perspectiva que me daba estar “fuera”, quedé asombrada viendo cómo todo funcionaba como un reloj; eso ayuda a exprimir del todo la experiencia. Aprovecho la oportunidad que me brinda esta tribuna para agradecer a organizadores y voluntarios por su trabajo.

Tal vez más de uno se pregunte, en relación con esto, qué provecho se puede sacar de una peregrinación cuando no se peregrina propiamente. Es cierto que no tuvimos el cansancio físico de quienes fueron andando desde Oviedo a Covadonga y durmieron tres noches en tiendas de campaña. Es verdad que no pudimos ofrecer la fatiga y el dolor de nuestros cuerpos. Pero sí que vimos la alegría de todos los que lo hicieron, y pudimos compartir con ellos el gozo de sabernos llamados por el Señor para estar allí en esos momentos, para rezar por España, por la Iglesia y por el Papa, y también por todos nosotros.

Muchas veces me sorprendo a mí misma pensando que he nacido en la época equivocada. Ya hace tiempo que me siento a contracorriente en casi todo, pero ahora que tengo hijos lo noto con aún más intensidad. A menudo la deriva del mundo me abruma, y por todas partes percibo ataques y amenazas. Sin embargo, de vez en cuando Dios me da la gracia de entender que, desde el principio de los tiempos, y aun desde antes, Él ya me había pensado en este momento histórico, y que mis circunstancias personales son las que ha dispuesto para mi salvación. En el camino a Covadonga me pasó con frecuencia.

En ese ambiente de fervor, camaradería, alegría profunda y recogimiento, todo al mismo tiempo, no puedes sino dar gracias a Dios por lo que ha hecho con tu vida y las personas de las que te ha rodeado. Las tres jornadas de la peregrinación fueron una bocanada de aire fresco en medio de la asfixiante vorágine del día a día. Saber que estás con los tuyos, aunque solo conozcas a un puñado de personas; frenar el ritmo para pensar en lo que de verdad es importante; y hacerlo en aquel entorno incomparable permite volver a la rutina de otra manera, con fuerzas renovadas. Temo que estas frases suenen demasiado a manual de autoayuda, pero entiéndase todo desde una óptica sobrenatural. Fue como un retiro activo; así lo sentí yo.

Es un poco lo que me pasa con la propia Misa tradicional. Los silencios o la lengua sagrada favorecen el recogimiento y la oración, con lo cual mi “participación” —esa que tanto reclaman algunos— termina siendo particularmente activa, y mis energías para enfrentarme a lo que hay fuera también se incrementan. Nótese en este punto que no soy ninguna nostálgica: Aún no tengo treinta años, y nadie en mi casa asistía con asiduidad al vetus ordo. No puede decirse que tenga añoranza de la liturgia antigua, porque nunca antes la había conocido. Pese a todo, sí que percibo que es un tesoro que me tocaba en herencia y que algunos habían apartado de mí.

En este sentido, para algunos quizá podría llamar la atención la edad media de los peregrinos. La cantidad de jóvenes, muchos de ellos miembros de familias con niños, era enorme. Así puede verse en los vídeos y fotos de la peregrinación. No creo que me arriesgue mucho a equivocarme si digo que quienes pudieran haber vivido la época anterior al cambio de liturgia no llegaban al uno por ciento de todos los que fuimos a Covadonga. También esto reconforta: No somos un reducto condenado a la desaparición. Al contrario, la Tradición es joven, y ello es motivo de esperanza.

Por otra parte, esta era la primera vez que visitaba Asturias. Para mí, que soy andaluza, la tierra de Don Pelayo no queda demasiado cerca. Mucho menos cerca se puede decir que me queden sus tiempos. Paisajísticamente, mi Sevilla natal y sus campos llanos y dorados, con los que estoy mucho más familiarizada, no se parecen ni por asomo a las verdes y ondulantes praderas asturianas. La peregrinación coincidió con una ola de calor en el sur que no se notó en el norte. Y aun así, tenía la sensación de estar andando por la tierra de mis abuelos. Se respiran hispanidad y cristiandad en el ambiente, aunque todavía no tengo del todo claro si esto era más por el lugar o por el contexto.

Ahora, a principios de enero, estamos calibrando cómo vamos a organizarnos este año. Ya tenemos todos —padres, hermanos y cuñados— reservados los días para, cada uno como pueda, tomar parte en la peregrinación. Nosotros volveremos a ir con bebés, esta vez con dos. El mayor tendrá casi dos años, y la pequeña siete meses. Es más que probable que tampoco podamos hacer el camino andando, ni siquiera en el capítulo de familias, pero contamos los días para que llegue la fecha. Como siempre, Dios proveerá. Nosotros trataremos de dejarnos guiar por Él y de sacar el máximo provecho de la extraordinaria experiencia que es ir a Covadonga.

PUBLICADO EN EL BOLETÍN «LAUDATE» Nº16 – ENERO 2023