Lunes 29 de julio. Santa Marta, virgen
Resumen de las catequesis del Libro del Peregrino 2024 – Nuestra Señora de la Cristiandad – España.
- De las disposiciones para sacar fruto de la Santa Misa[1]
Hemos de recordar un principio fundamental de nuestra vida cristiana: no hay otro medio de santificación mejor que la asistencia a la Santa Misa, cuando la vivimos con las debidas disposiciones. Y no hay, de entre todos los ejercicios y prácticas de piedad, ninguna cuya eficacia santificadora pueda compararse a la digna recepción del sacramento de la Eucaristía. El Catecismo Mayor de San Pío X, en los números 666 a 672, nos da unas indicaciones sobre la manera de asistir a Misa.
Se nos recuerda que “Para oír bien y con fruto la Santa Misa son necesarias dos cosas: 1ª modestia en el exterior de la persona; 2ª devoción del corazón” (número 666).
La modestia, tanto en el vestir como en el silencio y recogimiento, resulta un antídoto contra el falso espiritualismo. Manifestamos externamente la importancia de lo que allí se realiza. Por medio de signos sensibles, la devoción del corazón.
En cuanto a ésta, el Catecismo recuerda en el número 668 que la mejor manera de practicar esta devoción del corazón mientras se oye la Santa Misa es: “1º Unir desde el principio nuestra intención con la del sacerdote, ofreciendo a Dios el santo sacrificio por los fines para que fue instituido. 2º Acompañar al sacerdote en todas las oraciones y acciones del sacrificio. 3º Meditar la pasión y muerte de Jesucristo y aborrecer de corazón los pecados que fueron causa de ella. 4º Hacer la comunión sacramental o, a lo menos, la espiritual, al tiempo que comulga el sacerdote”.
Detrás de estas instrucciones catequéticas hay una verdad muy profunda. La excelencia del Sacrificio de la Misa, como hemos dicho, proviene de que es en sustancia el mismo sacrificio de la Cruz, ofrecido ahora sacramentalmente. Como enseña Garrigou-Lagrange, “esta sacramental inmolación es un signo de la oblación interna de Jesús, a la cual nos debemos unir; es asimismo el recuerdo de la inmolación cruenta del Calvario”.
Y, por eso, dicho autor afirma que “esta interior oblación siempre viviente en el corazón de Jesucristo es, pues en verdad, como el alma del sacrificio de la Misa”. Esta oblación es la que vivió Jesús desde su Encarnación en la tierra hasta su consumación en el Calvario. Ésta era meritoria. Ahora continúa en el cielo, pero sin esta modalidad del mérito sino como adoración reparadora y de súplica a fin de aplicarnos los méritos que nos ganó en la Cruz. Por eso afirma que “Aún después de que sea dicha la última Misa al fin del mundo, y cuando ya no haya sacrificio propiamente dicho, su consumación, la oblación interior de Cristo a su Padre, continuará, no en forma de reparación y súplica sino de adoración y acción de gracias. Eso será el Sanctus, Sanctus, Sanctus, que da alguna idea del culto de los bienaventurados en la eternidad”.
Por eso, sin minusvalorar otras disposiciones, como las que indica el Catecismo, la disposición principal para unirnos al Santo Sacrifico de la Misa es la de “sobre todo unirnos íntimamente a la oblación del Salvador, sacerdote principal del sacrificio; y ofrecer con Él, a Él mismo a su eterno Padre, acordándonos que esta oblación agrada más a Dios que lo que pudieran desagradarle todos los pecados del mundo. También hemos de ofrecernos a nosotros mismos, y cada día con mayor afecto, y presentar al Señor nuestras penas y contrariedades, pasadas, presentes y futuras. Así dice el sacerdote en el ofertorio: “In spiritu humilitatis et in animo contrito suscipiamur a te, Domine: con espíritu humillado y contrito corazón te suplicamos, Señor, que nos quieras recibir en ti”.
2. De las disposiciones para comulgar bien
Enseña el Catecismo de San Pío X que, de la misma manera que la Santa Misa, la Comunión “produce en nosotros sus maravillosos efectos cuando lo recibimos con las debidas disposiciones” (629). En el siguiente número, San Pío X nos enseña cuántas cosas son necesarias para hacer una buena Comunión:
“Para hacer una buena Comunión son necesarias tres cosas:
- estar en gracia de Dios;
- guardar el ayuno debido;
- saber lo que se va a recibir y acercarse a comulgar con devoción” (número 630).
San Pío X, que tanto hizo por fomentar la piedad eucarística, dirimió en 1905 para siempre la controversia histórica acerca de la Comunión frecuente, y aún cotidiana, indicando que las disposiciones requeridas para ello son:
- Estado de gracia.
- Recta intención (no por vanidad o rutina, sino por agradar a Dios).
- Es muy conveniente estar limpios de pecados veniales, pero no es absolutamente necesario, pues la Comunión ayudará a vencerlos. Sí es importante tener una disposición de desapego a todo pecado venial.
- Se recomienda una diligente preparación y acción de gracias.
- Debe procederse con el consejo del confesor.
Estar en gracia de Dios quiere decir tener la conciencia pura y limpia de todo pecado mortal. Si comulgamos en pecado mortal recibimos a Cristo, pero cometemos un sacrilegio. Y hay que ser muy conscientes de las palabras del Apóstol: “De modo que quien coma del pan y beba del cáliz del Señor indignamente, es reo del cuerpo y de la sangre del Señor. Así, pues, que cada cual se examine, y que entonces coma así del pan y beba del cáliz. Porque quien come y bebe sin discernir el cuerpo come y bebe su condenación. Por ello hay entre vosotros muchos enfermos y no pocos han muerto” (1 Corintios 11,27-30).
Sobre el ayuno eucarístico, la disciplina vigente del Código de 1983 establece que “Quien vaya a recibir la santísima Eucaristía, ha de abstenerse de tomar cualquier alimento y bebida al menos desde una hora antes de la sagrada comunión, a excepción sólo del agua y de las medicinas.”. La expresión “al menos” puede incar que, en la mente del legislador, hay una llamada a la generosidad de los fieles, no reduciendo necesariamente el ayuno a sólo una hora y siguiendo así la recomendación que hacía Pío XII en 1957: “Exhortamos, sin embargo, vivamente a los sacerdotes y fieles, que pudieren hacerlo, a que guarden -antes de la Misa o de la sagrada Comunión- la antigua y venerable ley del ayuno eucarístico”.
A estas disposiciones, que pueden considerarse como una preparación remota, habría que añadir aquellas que nos ayudan a una preparación próxima:
- Fe viva.
- Humildad profunda.
- Confianza ilimitada.
- Hambre y sed de comulgar.
Estas disposiciones son gracias que hay que pedir a Dios con humilde y perseverante insistencia.
3. La preparación y la acción de gracias
El Catecismo de San Pío X nos recuerda la importancia de la acción de gracias tras la Santa Misa: “Acabada la Misa debemos dar gracias a Dios por habernos concedido asistir a tan gran sacrificio y pedir perdón por las faltas que hubiésemos cometido al oírla” (número 672).
Si, como ya se ha indicado, las disposiciones son necesarias para recibir el fruto tanto de la Misa como de la Comunión, se ha de cuidar con esmero tanto la preparación a la Comunión como la acción de gracias tras la Misa.
La preparación es, en un cierto sentido, más necesaria que la acción de gracias, porque el grado de gracia que nos ha de aumentar el sacramento ex opere operato, está en relación con las disposiciones actuales del alma que se acerca a comulgar, disposiciones que tienen que existir antes de la comunión.
La acción de gracias es también importantísima. Cuántas de las gracias que el Señor quiere derramar en nosotros las perdemos por prisa, inadvertencia, rutina… En la acción de gracias estamos llamados a unirnos a los sentimientos de Cristo, a dialogar en diálogo de amistad con el Señor. Hemos de saber que la presencia sacramental, además, permanece en nosotros hasta que no se disuelven totalmente las especies.
Es esta cuestión algo en lo que todos los cristianos debemos examinar nuestro espíritu seriamente y determinar un tiempo para la acción de gracias. El Señor agradeció al leproso curado que se volviera a darle gracias tras su curación y la de sus compañeros, pero también exclamó admirado: “los otros nueve, ¿dónde están?” (Lucas 17,17).
Como recuerda Garrigou-Lagrange: “Mas en la comunión, el beneficio que recibimos es inmensamente superior a la milagrosa curación de una enfermedad corporal, puesto que recibimos al autor de la salud y del acrecentamiento de la vida de la gracia, que es germen de la vida eterna; en ella se nos da también aumento de caridad, es decir, la más excelsa de las virtudes, la cual vivifica y anima todas las otras y es el fundamento y principio del mérito”.
Si la perfección cristiana consiste principalmente en la caridad, a la Eucaristía se le denomina el sacramento de la caridad. En palabra de Santo Tomás: “El bautismo es el sacramento de la muerte y de la pasión de Cristo en el sentido de que el hombre es regenerado en Cristo por la virtud de su pasión. Pero la eucaristía es el sacramento de la pasión de Cristo en el sentido de que el hombre queda unido perfectamente a Cristo en su pasión. Por lo que, de la misma manera que al bautismo se le llama sacramento de la fe, que es el fundamento de la vida espiritual, así a la eucaristía se la llama sacramento de la caridad, que es vínculo de perfección, como se dice en Colosenses 3,14.”.
4. Santo Tomás de Aquino, Doctor Eucarístico
Nació hacia el año 1225, de la familia de los condes de Aquino. Estudió primero en el monasterio de Montecassino, luego en Nápoles. A los 18 años, contra la voluntad del padre y hasta perseguido por los hermanos que querían secuestrarlo, ingresó en la Orden de Predicadores. Vivió en plenitud el lema de la orden, “contemplata aliis tradere“, o sea, hacer partícipes a los demás de lo que él contemplaba y reflexionaba. Su obra se convirtió en una mole de libros verdaderamente prodigiosa, más si se tiene en cuenta que murió a los 48 años.
En efecto, murió en la madrugada del 7 de marzo de 1274, en el monasterio cisterciense de Fossanova, mientras se dirigía al concilio de Lyon, convocado por el B. Gregorio X.
Uno de los rasgos sobresalientes de la doctrina y de la vida de nuestro santo es su amor por la Santa Misa. En una de sus catequesis sobre Santo Tomás de Aquino, Benedicto XVI afirmó que “Hablando de los sacramentos, santo Tomás se detiene de modo particular en el misterio de la Eucaristía, por el cual tuvo una grandísima devoción, hasta tal punto que, según los antiguos biógrafos, solía acercar su cabeza al Sagrario, como para sentir palpitar el Corazón divino y humano de Jesús. En una obra suya de comentario de la Escritura, santo Tomás nos ayuda a comprender la excelencia del sacramento de la Eucaristía, cuando escribe: «Al ser la Eucaristía el sacramento de la Pasión de nuestro Señor, contiene en sí a Jesucristo, que sufrió por nosotros. Por tanto, todo lo que es efecto de la Pasión de nuestro Señor, es también efecto de este sacramento, puesto que no es otra cosa que la aplicación en nosotros de la Pasión del Señor» (In Ioannem, c. 6, lect. 6, n. 963). Comprendemos bien por qué santo Tomás y los demás santos celebraban la santa misa derramando lágrimas de compasión por el Señor, que se ofrece en sacrificio por nosotros, lágrimas de alegría y de gratitud.”.
Además, Tomás fue el poeta por excelencia de la Eucaristía. El oficio y la misa que compuso para la fiesta del Corpus Christi son una verdadera joya que “ya ha desafiado siete siglos, y que tal vez sigamos cantando en la eternidad bienaventurada”.
Por todas estas razones, de él escribió Pío XI: “Nuestro santo tuvo el don y el privilegio singular de poder traducir la enseñanza de su ciencia en oración e himnos de la liturgia y convertirse así en el poeta y máximo alabador de la divina Eucaristía. Puesto que la Iglesia Católica, en todas partes del mundo y entre todos los pueblos, en los ritos sagrados se sirve y se servirá siempre de los cánticos de Tomás, de los que respira el fervor supremo del alma suplicante, y que contienen al mismo tiempo la expresión más exacta de la doctrina tradicional sobre el augusto sacramento, que se llama principalmente Mysterium Fidei (“Misterio de la Fe”). Pensando en esto y recordando la alabanza ya mencionada dada a Tomás por el mismo Cristo, nadie se sorprenderá si también se le dio el título de Doctor Eucarístico”.
[1] Resumen de las catequesis elaboradas por D. Pablo Ormazabal para el Libro del Peregrino 2024 – Nuestra Señora de la Cristiandad – España.