«Con los ojos del alma» El paso de la caída de Francisco Salzillo
Francisco José Alegría Ruiz

El arte de la Reforma Católica, en su extraordinaria diversidad, es una constante búsqueda de Dios. Muchos autores han señalado las innumerables obras de arte de los siglos barrocos, sobre todo, en la pintura italiana y española, que muestran la importancia de la visión. Émile Malê se sorprendía de cómo se encuentran sin cesar en las iglesias de Roma continuas imágenes de santos que vuelven sus ojos al cielo en éxtasis o absortos en una visión celeste. Por su parte, Victor Stoichita daba el título de El ojo místico a la traducción española de una magistral obra sobre la visión en la pintura del siglo de oro español.
Pintores como Guido Reni, Zurbarán o Ribera consiguieron con sus lienzos hacer que el espectador elevara, a la par que los santos pintados, su mirada al cielo en búsqueda de Dios, o que se asomase al mundo espiritual que animaba aquellas figuras y cuyos ojos puestos en lo alto, hablaban de un alma movida por el amor de Dios y el deseo de verle. La vida mística de los grandes santos y su trepidante deseo de visión se había prendido como el fuego en una mecha e incendiado el ambiente espiritual de una Europa que llenaba los conventos de hombres y mujeres deseosos no solo de asegurar la salvación de sus almas, sino de ver a Dios aunque a través del velo de la fe, adelantando, como si se pudiera, la visión beatífica reservada para la eternidad. No poca parte de las bibliotecas de monasterios y conventos estaba dedicada a la literatura mística. La oración, los pasos de la vida espiritual para el encuentro con Dios o la ascensión del alma a las realidades celestes, eran temas que alimentaban espiritualmente a frailes y monjas, y fuente de inspiración para predicadores que en sermones y pláticas mantenían la tensión espiritual de una sociedad profundamente religiosa. Los genios del barroco supieron hacer de la literatura mística pintura mística. El pincel, el óleo y el lienzo emularon a la pluma, la tinta y el papel, y las paredes de iglesias y monasterios se llenaron, como las barrocas bibliotecas, de preciosos tratados sobre vida mística, pero capaces de ser leídos por los indoctos y con la fuerza intuitiva, gratuidad y deleite que la belleza le presta al arte.
Quizá, por aquello de que el ojo es el espejo del alma, comprendieron los artistas que si querían hacer visible una realidad tan invisible como es el espíritu, que no podían pintar, tenían que echar el resto en los ojos de sus figuras. El ojo, y el afecto que envuelve al ojo, que es la mirada, se convierten en clave de la pintura mística barroca. Todos los sentimientos y vida interior afloraban por los ojos de las imágenes, y los artistas pintaron en su mirada la búsqueda de Dios y el deseo de verle.
El genial escultor Francisco Salzillo buscó a Dios con su arte, y numerosas obras salidas de su gubia nos hablan de la riqueza espiritual de los personajes que encarnan. La mañana del Viernes Santo de Murcia nos permite ser espectadores de varias de las miradas más logradas de la imaginería barroca española. Pero si una mirada concentra todo un torrente de espiritualidad, es la de la imagen de Cristo en el paso de la Caída. En 1752 el imaginario murciano recibía el encargo de este nuevo conjunto para la Cofradía de Jesús. A lo largo de las décadas siguientes, realizó un total de ocho pasos que acompañan la milagrosa y antigua imagen de Nuestro Padre Jesús Nazareno, sagrado protector de Murcia.
En el paso de la Caída, toda la composición de la escena es una tensión de fuerzas radiales que tienen en Cristo su centro. Uno de los sayones tira hacia la izquierda de las sogas que amarran el cuello del Salvador, el otro tira de su pelo hacia la derecha, el Cireneo tira de la cruz para mantenerla en peso, todo el cuerpo de Jesús tira de Él hacia el suelo donde clava su mano izquierda, y, sin embargo, su mirada se eleva como una saeta hacia el cielo, como contrapunto inmaterial del alma del Redentor en medio de una escena donde toda la materia se convierte en fuerza contra Él. Salzillo ha esculpido el alma de Cristo. La hondura espiritual de este rostro del Señor tiene pocas obras semejantes, y su mirada se alza en busca de Dios Padre como ojo místico, capaz de buscar en medio de aquel sinsentido de la historia la razón que da sentido a todo: el amor de un Dios que por nuestro amor no dudó en entregar a su Hijo. Ni siquiera la espina de la corona que atraviesa su ceja consigue desviar la mirada de Cristo; al contrario, aumenta el valor de esta, y confirma la intención inamovible de alzar sus ojos al cielo, para mirar a donde nadie miraba, para buscar la razón más escondida donde nadie la buscaba. Salzillo, con la mirada de Cristo, señala al cielo, da sentido teológico y espiritual a aquel sufrimiento, da sentido místico a su dolor. Busca más allá de las sogas, los sayones, la maza, la cruz, la corona de espinas y el suelo, y nos dirige a la verdadera razón de todo. Los ojos de Cristo son el espejo de su alma, de profundidad infinita, y son una invitación a mirar al cielo, realidad firme, en medio de una escena de inestabilidad, tropiezo y caída.
Con los ojos del alma, decía santa Teresa, veía a Dios. Con esos ojos quiso Salzillo enseñarnos a mirar al cielo.
PUBLICADO EN EL BOLETÍN «LAUDATE» Nº43 – ABRIL 2025