El Nacimiento del Belén de Salzillo

D. Francisco José Alegría Ruiz, Canónigo de la Catedral de Murcia

Foto del Museo Salzillo de Murcia

              Se cumplen 800 años de la Navidad en la que San Francisco de Asís, en la localidad italiana de Greccio, recreara la escena del Nacimiento de Cristo para celebrar el misterio de la Nochebuena. Como cuenta Tomás de Celano en su Vida Primera, en aquel año de 1223, el mismo santo dispuso con sus manos una ornamentación tal, que hacía nítidamente visible lo que los textos litúrgicos proclamaban. La inclusión en la liturgia durante la Edad Media de las representaciones del Officium Pastorum y el Ordo Stellae, en las que, durante el Oficio Divino se dramatizaba el descubrimiento que los pastores y los magos hacían del pesebre, sirvió de antecedente a la que después se convirtió en un práctica de profunda raigambre popular.

              La costumbre de colocar la escena del pesebre en las iglesias durante el tiempo de Navidad se extendió pronto a otros lugares. Han quedado desde entonces preciosos testimonios artísticos de nacimientos, como el de Arnolfo di Cambio, del siglo XIII, para la Basílica de Santa María la Mayor de Roma, templo especialmente vinculado con el misterio del Nacimiento del Salvador, por ser la iglesia donde el pontífice celebraba las misas estacionales de la Vigilia, de Media Noche y del Día de Navidad, siendo precisamente la misa de medianoche o del gallo la Statio ad Sancta Mariam Maiorem ad Praesepe, por tener lugar en la Capilla del Pesebre. Allí se venera la reliquia del pesebre de Cristo donada por San Sofronio, patriarca de Jerusalén y traída a Roma en tiempo del papa Teodoro I en el siglo VII.

              A la difusión del arte del Pesebre y del Belén contribuyeron notablemente las órdenes religiosas, y será durante los siglos de la Reforma Católica y del Barroco cuando se opere el salto del ámbito conventual y eclesiástico al doméstico, popularizándose las escenas del Nacimiento de Cristo en los hogares cristianos, ya fuera en refinadas representaciones palaciegas o en sencillos portales populares.

              Nápoles, famosa por su producción de pesebres, se distinguió por la calidad de los mismos, y Carlos VII de Borbón, junto con su esposa Maria Amalia de Sajonia, gustaban de colocar un gran Belén en los salones del Palazzo Reale. Aunque no era una tradición ajena a la monarquía hispánica la de colocar un Nacimiento, tras su proclamación como rey de España en 1759 con el nombre de Carlos III, mantuvo la costumbre del montaje del Belén Napolitano, dando origen al Belén del Príncipe, que se expone anualmente en el Palacio Real de Madrid. Se extendía de ese modo entre las familias aristocráticas españolas la colocación de estas fantásticas recreaciones llenas a su vez de anécdotas costumbristas.

              En Murcia, el noble don Jesualdo Riquelme y Fontes encargó a Francisco Salzillo, hijo de un escultor napolitano venido a España, la elaboración de un Belén, que se llevó a cabo desde 1766 hasta 1783, y que continuó hasta 1800 el taller de su discípulo Roque López. El conjunto artístico se compone de aproximadamente 500 piezas, y se caracteriza, a diferencia de los pesebres napolitanos, por su carácter narrativo. Está concebido a modo de secuencia de escenas donde se asiste a los principales misterios del ciclo de Navidad, como la Anunciación, el Sueño de San José, la Visitación, el viaje hasta Belén, el Anuncio a los Pastores, el Viaje de los Reyes, la Matanza de los Inocentes, la Presentación en el Templo o la Huida a Egipto, salpicado todo ello de personajes propios del campesinado español y de la huerta murciana. Se trata, por tanto, de uno de los ejemplos belenísticos más ricos en escenas evangélicas, y donde en medio de lo pintoresco de estas representaciones, la historia sagrada es la clara protagonista, no sólo en el misterio central del Nacimiento, sino de todo el relato del ciclo de Navidad.

              Elaborado, en barro, madera y telas encoladas, las figuras alcanzan una altura de 30 centímetros, y se complementan con abundantes animales e incluso con algunas piezas de arquitectura, como la Casa de la Virgen en Nazaret, el Palacio de Herodes o las mismas ruinas romanas del portal que sirven de escena al Nacimiento, inspirándose en muchos casos en la arquitectura barroca de la misma ciudad de Murcia.

              Entre la multitud de figuras Francisco Salzillo reserva un tratamiento especial para los personajes sagrados, distinguiendo sus bellas policromías con ricos estofados en oro, que les confieren una halo de sacralidad en el ambiente popular en el que transcurre todo el discurso narrativo.

              En medio del conjunto la escena del Nacimiento del Salvador se  presentada de manera sobresaliente (Aunque el Belén era montado en el palacio familiar sólo durante el tiempo de Navidad, don Jesualdo mantenía en su oratorio siempre expuesta la escena del Nacimiento). El alumbramiento virginal ha tenido lugar en medio de las ruinas de un templo romano, peculiaridad que se inserta en la tradición iconográfica cristiana, que quería mostrar cómo el Nacimiento de Jesucristo suponía la caída y ruina del paganismo, representado éste como templo romano, y a su vez servía de base humana y cultural, a modo de praeparatio evangelica, sobre la que nacía y se erigiría la Nueva Religión Cristiana.

              Resulta especialmente interesante contemplar en la escena la bella imagen del Niño Jesús sostenida por los arcángeles San Miguel y San Gabriel, mientras que la Santísima Virgen cae de rodillas ante Él y lo adora. La gran influencia que en la España del siglo XVIII tuvo la Mística Ciudad de Dios de la Venerable María Jesús de Ágreda, nos permite comprender esta peculiaridad. Cuenta la monja concepcionista:

“…fueron ministros de esta acción los dos príncipes soberanos San Miguel y San Gabriel, que como asistían en forma humana corpórea al misterio, al punto que el Verbo humanado, penetrándose con su virtud por el tálamo virginal, salió a la luz, en debida distancia le recibieron en sus manos con incomparable reverencia, y al modo que el sacerdote propone al pueblo la Sagrada Hostia para que la adore, así estos dos celestiales ministros presentaron a los ojos de la divina Madre a su Hijo glorioso y refulgente”.

              A la riqueza bíblica de todo el Belén de Salzillo se suma el interesante  conocimiento de textos de la literatura espiritual haciendo accesible a la contemplación de los fieles la profundidad de este misterio, que encontró en el arte del Belén uno de los mejores aliados para arraigarse entrañablemente en el corazón del pueblo cristiano.

              Transcurridos 800 años, la hermosa práctica introducida por el santo místico de Asís ha de seguir moviendo a los familias cristianas a poner en el centro de sus hogares las bellas representaciones del Nacimiento de Cristo, y así poder decir como los pastores: “vayamos, pues, hasta Belén, y veamos lo que se nos ha anunciado”.

PUBLICADO EN EL BOLETÍN «LAUDATE» Nº27 – DICIEMBRE 2023