La Misa Tradicional: el gran legado litúrgico de Benedicto XVI (parte II)

Mons. D. Alberto José González Chaves, Pbro.

En su autobiografía, escrita antes de ser elegido Papa, hay una confesión de Ratzinger desde la que se comprende su honda preocupación por la renovación litúrgica y su vivencia de la liturgia como don recibido por la Iglesia del Espíritu Santo:

«Se ha desarrollado la impresión de que la liturgia se “hace”, que no es algo que existe antes que nosotros, algo “dado”, sino que depende de nuestras decisiones (…) Cuando la liturgia es algo que cada uno hace a partir de sí mismo, entonces no nos da ya la que es su verdadera cualidad: el encuentro con el misterio, que no es un producto nuestro, sino nuestro origen y la fuente de nuestra vida. Para la vida de la Iglesia es dramáticamente urgente una renovación de la conciencia litúrgica, una reconciliación litúrgica que vuelva a reconocer la unidad de la historia de la liturgia y comprenda el Concilio Vaticano II no como ruptura, sino como momento evolutivo. Estoy convencido de que la crisis eclesial en la que nos encontramos hoy depende en gran parte del hundimiento de la liturgia, que a veces se concibe directamente etsi Deus non daretur: como si en ella ya no importase si hay Dios y si nos habla y nos escucha»[1].

En el Prefacio al primer volumen de sus escritos, 29 de junio de 2008, escribía Benedicto XVI que, al comenzar con el tema de la liturgia, el Concilio Vaticano II quiso inequívocamente resaltar el primado de Dios: Dios ante todo, como dice el inicio de la Constitución Sacrosanctum Concilium. Así pues, según el orden de las prioridades del Concilio, también el Santo Padre quiso que el primer volumen de su Opera omnia fuese el que contenía sus escritos sobre la liturgia. Porque, dice en el citado prólogo:

La liturgia de la Iglesia ha sido para mí, desde mi infancia, la actividad central de mi vida, y también se ha vuelto, en la escuela teológica de maestros como Schmaus, Söhngen, Pascher y Guardini, el centro de mi trabajo teológico. Quería ante todo ir hasta el fondo de la pregunta “¿por qué creemos?” … Desde este punto deben ser entendidos mis trabajos sobre la liturgia. No me interesaban los problemas específicos de la ciencia litúrgica, sino el anclarse de la liturgia en el acto fundamental de nuestra fe y por tanto también su lugar en nuestra entera existencia humana”[2].

En el prólogo a la edición rusa de sus Obras Completas, firmado el 11 de julio de 2015 y publicado en italiano en Il Corriere della sera el 16 de abril de 2017, Benedicto XVI presenta el culto divino como liberación de cuanto esclaviza al hombre y oprime su dignidad.

“Nihil Operi Dei praeponatur. Nada se anteponga al culto divino. Con estas palabras san Benito, en su Regla (43,3), estableció la prioridad absoluta del culto divino respecto a cualquier otra tarea… Benito, con la prioridad asignada a la liturgia, pone de relieve de manera inequívoca la prioridad de Dios mismo en nuestras vidas… En la conciencia de los hombres de hoy hay urgencia para cualquier cosa posible; las cosas de Dios nunca parece que sean urgentes… Si Dios no es más importante, se trasmutan los criterios para establecer qué es lo importante. El hombre, al dejar de lado a Dios, se somete a sí mismo a las constricciones que lo hacen esclavo de fuerzas materiales y que, por tanto, se oponen a su dignidad. En los años que siguieron al Concilio Vaticano II he vuelto a ser consciente de la prioridad de Dios y de la Liturgia Divina. La malinterpretación de la reforma litúrgica, que se ha extendido ampliamente en la Iglesia Católica, llevó a poner siempre cada vez más en primer plano… la propia actividad y creatividad. El hacer de los hombres hizo casi olvidar la presencia de Dios. En esta situación se hace cada vez más claro que la existencia de la Iglesia vive de la correcta celebración de la liturgia y que la Iglesia está en peligro cuando el primado de Dios ya no aparece en la liturgia y, por tanto, en la vida. La causa más profunda de la crisis que ha derruido a la Iglesia reside en el oscurecimiento de la prioridad de Dios en la liturgia. Todo esto me llevó a dedicarme al tema de la liturgia más ampliamente que en el pasado, porque sabía que la verdadera renovación de la liturgia es una condición fundamental para la renovación de la Iglesia”.

Subrayando una y otra vez el ineluctable teocentrismo en la liturgia, Benedicto XVI ha repetido que no se trata de mostrar nuestra creatividad porque “la liturgia no es ningún show, no es un teatro, un espectáculo, sino que vive desde el Otro. No se trata de la producción de uno mismo. Se trata de salir de sí mismo e ir más allá de sí mismo, entregarse a Él y dejarse tocar por Él[3].

Y avisaba con dolor, también reiteradamente a los Obispos en visita ad limina, de que la minusvaloración del culto del Santísimo Sacramento es indicio y causa del oscurecimiento del sentido cristiano del misterio. Si en la Santa Misa ya no aparece el protagonismo de Jesús, sólo se ve

“una comunidad atareada en muchas cosas en vez de estar recogida y de dejarse atraer a lo único necesario: su Señor… Si en la liturgia no destacase la figura de Cristo…, ya no tendríamos la liturgia cristiana… ¡Qué lejos están de todo esto quienes, en nombre de la inculturación, caen en el sincretismo introduciendo en la celebración de la santa misa ritos tomados de otras religiones o particularismos culturales! (cf. Redemptionis Sacramentum, 79). El misterio eucarístico… es un «don demasiado grande para soportar ambigüedades y reducciones», particularmente cuando, «privado de su valor sacrificial, se vive como si no tuviera otro significado y valor que el de un encuentro convival fraterno» (Ecclesia de Eucharistia, 10). Pero el culto no puede nacer de nuestra fantasía; sería un grito en la oscuridad o una simple autoafirmación[4].

Si la liturgia es producto de un bricolaje, es la comunidad quien se autocelebra: lo único importante es ella misma; no sale de sí misma para entrar al grandioso ámbito de la fe y la oración de la Iglesia[5]. Pero la liturgia nos adentra en algo más grande que todo lo nuestro[6]; no es algo elaborado por los liturgistas: a lo largo de dos milenios sigue siendo un desarrollo permanente de la adoración. Es la Iglesia quien transforma nuestro “yo” en su “nosotros”, ensanchando nuestro corazón[7].

 

El teólogo Ratzinger había repetido con frecuencia que la importancia de la liturgia «no proviene de lo que nosotros hacemos, sino de… Algo que todos juntos somos incapaces de hacer»[8]. Recién nombrado arzobispo de Münich y Frisinga, en una homilía dirigida a la conferencia episcopal alemana reunida en Fulda en 1982 y titulada «La vida litúrgica en las comunidades quince años después del Concilio», recordaba que éste había enfatizado la participatio actuosa de los fieles, mas ello no conlleva medir su éxito según su entretenimiento… Es demasiado poco designar la eucaristía como banquete de la comunidad…; es inseparablemente cena, sacrificio y fiesta de la resurrección[9]. Como Papa, volverá con frecuencia sobre el tema, recordando que lo esencial del fiel que participa en la celebración litúrgica “no es hacer, sino escuchar, abrirse, recibir… Recibir no significa estar pasivo o desinteresarse de lo que allí acontece, sino cooperar”[10] con la liturgia misma.

Me atrevería a afirmar que el desgraciadamente aún infravalorado pontificado de Benedicto XVI ha tenido como tema central la sagrada liturgia, según un principio reversible en sus términos: si la liturgia es fundamental para la vida de la Iglesia, su verdadera renovación es necesaria para renovar la Iglesia, pues «en el trato que demos a la liturgia se decide el destino de la fe y de la Iglesia»[11], ya que «detrás de las diversas maneras de concebir la liturgia hay… maneras diversas de entender la Iglesia y, por consiguiente, a Dios y las relaciones del hombre con Él. El tema de la liturgia no es en modo alguno marginal: ha sido el Concilio quien nos ha recordado que tocamos aquí el corazón de la fe cristiana»[12].

A pesar del rico y abundante magisterio litúrgico de San Juan Pablo II[13], al inicio del Pontificado de Benedicto XVI el panorama no es nada halagüeño. Como diagnostica certeramente Mons. Ferrer, a mi entender uno de los más fiables estudiosos de la liturgia actualmente en España, hay “una disminución clamorosa del número de fieles practicantes, un cierto ‘cansancio’ en el clero, que afecta también a la vida litúrgica, un fuerte contexto secularizador, dentro y fuera de la Iglesia, la pervivencia de rechazos viscerales de la reforma y… una idea de Liturgia donde… la creatividad se presenta como exigencia de verdad o autenticidad, llevando la Liturgia a una diversidad sin freno, hasta poner en peligro la comunión eclesial en la fe, la oración y los sacramentos. Toda norma parece innecesaria o puramente orientativa y todo grupo o sacerdote se cree capacitado para “hacerse su Liturgia”… Estas diversas problemáticas se viven con proporción e intensidad diversa según los lugares…, pero representan… las situaciones que la Iglesia vive cuando Benedicto XVI comienza el ejercicio de su ministerio”[14].

No son muchos los documentos magisteriales sobre Liturgia emanados durante su Pontificado. Principalmente, se trata de dos Exhortaciones apostólicas postsinodales, que se refieren a la Liturgia de modo más bien concomitante o indirecto.

Antes de Verbum Domini, sobre la Palabra de Dios, de 2010, el 22 de febrero de 2007 había aparecido Sacramentum caritatis, tras el Sínodo sobre la Eucaristía, celebrado en la estela del “Año de la Eucaristía” y de los documentos que lo acompañaron. En esta Exhortación, Benedicto XVI presenta como elementos de la “participación” en la Eucaristía la adoración y el silencio, nacidos de una actitud “apofática”. Y llama a la reflexión sobre ciertas prácticas litúrgicas posconciliares, como la “concelebración”, que puede perder su razón de ser en una masa de concelebrantes que supera las dimensiones físicas de relación con el altar, o la “capilla de la adoración”, que para favorecer la piedad eucarística se separa del altar mayor, privando a éste de la presencia del Santísimo Sacramento y cooperando a la “desacralización” del templo.

Esta producción, ciertamente no muy abundante, queda compensada con creces con el principal magisterio litúrgico de Benedicto XVI: su ejemplo. Durante su Pontificado, sus celebraciones eran una verdadera escuela en la que el Papa ofrecía, proponiendo sin imponer, un “modelo” litúrgico. Y aun cuando es verdad que el mero ejemplo, bien que sea del Papa, no es ley, no resultaba razonable sostener que el dechado de ceremonias papales tan dignas y hermosas nada debía influir en el modo de celebrar obispos y sacerdotes. Quien conoce la historia de la Liturgia, sabe cómo la Papal, salvo en lo privativo del Romano Pontífice, es fuente principal del Ceremonial de los Obispos y éste, salvo lo específicamente episcopal, es modelo de la liturgia presbiteral solemne. Por otra parte, el Oficio de las Celebraciones Litúrgicas del Sumo Pontífice, bajo el pontificado de Benedicto XVI, no hizo sino destacar algunos elementos de los libros litúrgicos vigentes del Rito Romano: por ejemplo, cuidar los tiempos de silencio en la Misa; usar en las grandes solemnidades ornamentos valiosos y bellos, aun de estilos y épocas anteriores a la nuestra; administrar la comunión de rodillas y en la boca; colocar la cruz en el centro del altar, y a ambos lados los seis candelabros; utilizar con preferencia el Canon Romano; proclamar en latín algunos elementos del Propio y del ordinario de la Misa; privilegiar el canto gregoriano y la polifonía sacra. “El arte… y la oración coral – dirá el Papa en Notre Dame de París – ayudaron a Paul Claudel, que asistía a las Vísperas del día de Navidad de 1886, a encontrar el camino hacia una experiencia personal de Dios. Es significativo que Dios haya iluminado su alma precisamente durante el canto del Magnificat”[15].

Con su ars celebrandi Benedicto XVI no ha pretendido “invitar a una especie de teatro…, sino a una interioridad, que se hace sentir… para la gente que asiste. Sólo si ven que no es… un espectáculo –no somos actores–, sino la expresión del camino de nuestro corazón, entonces la liturgia resulta hermosa, se hace comunión de todos los presentes con el Señor”[16]. Así, la belleza de una liturgia totalmente centrada en Dios hace presente en la tierra un pedazo de cielo, una imagen de la eternidad. Por eso hace siglos nuestros antepasados construyeron magníficas catedrales, cuya hermosura eleva los sentidos hacia “lo que ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni al corazón del hombre llegó, lo que Dios preparó para los que le aman” (1 Co 2, 9)[17]. “En toda forma de esmero por la liturgia, el criterio determinante debe ser siempre la mirada puesta en Dios… Cuando, en las reflexiones sobre la liturgia, nos preguntamos cómo hacerla atrayente, interesante y hermosa, ya vamos por mal camino. O la liturgia es opus Dei, con Dios como sujeto específico, o no lo es… Celebrad la sagrada liturgia dirigiendo la mirada a Dios”[18]. “La belleza de los ritos nunca será lo suficientemente esmerada, lo suficientemente cuidada, elaborada, porque nada es demasiado bello para Dios, que es la Hermosura infinita. Nuestras liturgias de la tierra no podrán ser más que un pálido reflejo de la liturgia, que se celebra en la Jerusalén de arriba, meta de nuestra peregrinación en la tierra. Que nuestras celebraciones, sin embargo, se le parezcan lo más posible y la hagan presentir”[19].

 

[1] J. Ratzinger, Mi vida. Recuerdos (1927-1977), Madrid 1997, 125

[2] J. Ratzinger, Opera omnia. Teologia della Liturgia, Città del Vaticano 2010, 5-9*

[3] Benedicto XVI, Luce del mondo, Editrice Vaticana, Città del Vaticano 2010, 215

[4] Benedicto XVI, Discurso a los obispos de la región norte 2 de la Conferencia Episcopal de Brasil en visita «ad limina», 15 de abril de 2010

[5] Cf. Benedicto XVI, Luce del mondo, 153

[6] Cf. Benedicto XVI, Discurso en el encuentro con obispos de Suiza, Sala Bolonia, 7 de noviembre de 2006

[7] Cf. Benedicto XVI, Encuentro con sacerdotes de la diócesis de Albano, Castelgandolfo, 31 de agosto de 2006

[8] J. Ratzinger, Informe sobre la fe, 139

[9] Cf. J. Ratzinger, «Das gottesdinsliche Leben in den Gemeinden fünfzenhn Jahre nach dem Konzil» en Gesammelte Schriften 11, 627-631.

[10] Benedicto XVI, a los obispos de la Región Norte 2 de la Conferencia Episcopal de Brasil en Visita ad limina, 15 de abril de 2010

[11] J. Ratzinger, Opera omnia IX, Teologia della Liturgia, contraportada; Un canto nuevo para el Señor, p. 9. De “palabras dramáticas” las calificó en su libro entrevista Luz del mundo, de 2010 el periodista alemán Peter Seewald, buen conocedor del pensamiento de Joseph Ratzinger, ya que en libros anteriores (La sal de la Tierra y Dios y el mundo) había puesto por escrito sendos diálogos con el entonces cardenal Ratzinger.

[12] J. Ratzinger, Informe sobre la fe, 132

[13] 14 de septiembre 1984: Caeremoniale Episcoporum; 2 de julio 1988, Motu Proprio Ecclesia Dei, autorizando, con diversas condiciones y cautelas el uso de los libros litúrgicos vigentes en 1962 (AAS 80 -1988- 1495-1498); 4 de diciembre 1988, Carta Apostólica, Vicesimus quintus annus, documento clave que señala luces y sombras de la “reforma” e insiste en la inculturación y la relación de la Liturgia con la piedad popular; 11 de octubre 1992, Constitución Apostólica, Fidei depositum, promulgando el Catecismo de la Iglesia Católica (8-04-1993), cuya segunda parte ofrece un magnífico compendio sobre la Liturgia; 25 de enero 1994, Instrucción Varietates Legitimae de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, carta magna sobre la “inculturación de la Liturgia” según las indicaciones de Vicesimus quintus annus; 28 de marzo 2001, Instrucción Liturgiam authenticam de la misma Congregación, sobre la traducción de los libros litúrgicos, en relación con la “inculturación”; 3 de mayo de 1998, Carta apostólica Dies Domini, sobre la santificación del domingo; 6 de enero 2001, Carta apostólica Novo millenio ineunte, trazando un plan pastoral para la Iglesia del tercer milenio, subrayando la conexión entre Liturgia, Palabra de Dios, vida y misión; 17 de diciembre 2001, Directorio sobre la Piedad Popular y la Liturgia, de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos; 17 de abril 2003, Encíclica Ecclesia de Eucharistia; 28 de junio 2003, Exhortación Ecclesia in Europa, con un capítulo sobre la verdadera “renovación litúrgica”: “Celebrar el Evangelio de la Esperanza”; 4 de diciembre 2003, Carta apostólica Spiritus et Sponsa a los 40 años de Sacrosanctum Concilium; 7 octubre 2004, Carta apostólica Mane nobiscum Domine que convoca el Año de la Eucaristía; 25 de marzo 2004, Instrucción Redemptionis Sacramentum de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, sobre la recta comprensión y práctica de la Liturgia. A tales documentos hay que añadir la segunda generación de libros litúrgicos, revisados a la luz del Sínodo de 1985 y de Vicesimus quintus annus. Mención especial merece la Colección de Misas de la Virgen María (15-08-1986), que recoge los principios de Marialis cultus del Beato Pablo VI (2-02-1974), respondiendo también al deseo de conciliar Liturgia y piedad popular, que recogerá Vicesimus quintus annus. (Cf. Juan-Miguel Ferrer, “El panorama litúrgico actual, el pontificado de Benedicto XVI”, conferencia pronunciada durante el 54º Cursillo diocesano de liturgia “Liturgia y Nueva Evangelización”, Astorga, 10 de octubre de 2011.

[14] Ibid.

[15] Benedicto XVI, Homilía en la celebración de las Vísperas en la Catedral de Notre-Dame, París, 12 de septiembre de 2008

[16] Benedicto XVI, Encuentro con sacerdotes de la diócesis de Albano, Castelgandolfo, 31 de agosto de 2006

[17] “Es difícil no dar gracias a Aquel que ha creado tanto la materia como el espíritu, por la belleza del edificio que nos acoge. La fe de la Edad Media edificó catedrales, y vuestros antepasados vinieron aquí para alabar a Dios… En este santuario… los arquitectos, pintores, escultores y músicos aportaron lo mejor de sí mismos… esta casa no es más que el símbolo concreto de la Jerusalén de arriba, la que desciende hacia nosotros (cf. Ap 21,2) para ofrecernos la más bella de las moradas” (Benedicto XVI, Homilía en la celebración de las Vísperas en la Catedral de Notre-Dame, París, 12 de septiembre de 2008). “La ausencia total de imágenes no es compatible con la fe en la encarnación de Dios. Dios, en su actuación histórica, ha entrado en nuestro mundo sensible para que el mundo se haga transparente hacia Él. Las imágenes de lo bello en las que se hace visible el misterio del Dios invisible forman parte del culto cristiano. La imagen de Cristo y las imágenes de los santos no son fotografías. Su cometido es llevar más allá de lo constatable desde el punto de vista material, consiste en despertar los sentidos internos y enseñar una nueva forma de mirar que perciba lo invisible en lo visible. La sacralidad de la imagen consiste precisamente en que procede de una contemplación interior y, por esto mismo, lleva a una contemplación interior” (J. Ratzinger, El espíritu de la liturgia, 137 ss.).

[18] Benedicto XVI, Discurso a los monjes cistercienses de la abadía de Heiligenkreuz, 9 de septiembre de 2007

[19] Benedicto XVI, Homilía en la celebración de las Vísperas en la Catedral de Notre Dame, París, 12 de septiembre de 2008

PUBLICADO EN EL BOLETÍN «COVADONGA» Nº14 – NOVIEMBRE 2022