Novena al Santo Ángel Custodio de España
Segundo día
Compuesta por Mons. Leopoldo Eijo Garay
Por la señal…
Acto de contrición: Señor mío Jesucristo…
Oración inicial para todos los días
Oh, bienaventurado espíritu celestial, a quien la Divina Misericordia se ha dignado confiar el glorioso Reino de España, para que lo defiendas y custodies; postrados ante ti y en amorosa unión contigo damos al Señor humildes y fervientes gracias por haber tenido para con nosotros la misericordiosa providencia de ponernos bajo tu protección; contigo le alabamos y bendecimos y a su divino servicio rendidamente nos ofrecemos.
Acepta, Ángel Santo, estos piadosos cultos que a tu honor dedicamos, ilumina nuestras inteligencias, conforta nuestras voluntades, presenta al Señor nuestras plegarias avaloradas con las tuyas; defiéndenos del enemigo de nuestras almas, que también lo es, y muy feroz, de nuestra Patria; alcánzanos del Señor que saquemos fruto y provecho espiritual de estos cultos, que crezcamos en la veneración a ti, en tu amor y en la docilidad a tus enseñanzas y dirección para que defendidos, custodiados y regidos por ti sirvamos fidelísimamente a Dios en nuestra vida privada y pública; para que se salven nuestras almas y las de nuestros compatriotas todos; para que España sea siempre el paladín de la Fe Católica y Dios Nuestro Señor la bendiga, prospere y glorifique. Amén.
Meditación: relaciones angélico-humanas
¿Has meditado alguna vez detenidamente sobre las estrechas relaciones que unen al mundo angélico con la naturaleza humana? Ambas han sido creadas con un mismo supremo destino: para ser consciente manifestación de la divina gloria, consciente reflejo de la divina bondad. Coros, celestial el uno, terrenal el otro, que con acordados concentos cantasen las alabanzas del poder, la grandeza y la hermosura de Dios derramadas por toda la creación, y que fijasen luego en éxtasis de felicísimo amor por toda la eternidad su vista en la divina esencia, fuente de todo bien y de toda hermosura.
Criaturas inteligentes la angélica y la humana, a ambas destinó al cielo por un mismo camino: por el de la voluntaria y libre aceptación, por el del amor. Para ello a ambas sujetó a prueba; y en ambas tuvo la prueba el mismo resultado. Muchos ángeles se apartaron de Dios y en loca rebeldía se precipitaron en la desgracia eterna, como muchos hombres despreciando las amorosas finezas del Señor se abrazan con el pecado y caen en la eterna condenación.
Pero todos estaban llamados a un mismo fin, para todos era la divina gracia, que nos hace hijos adoptivos de Dios y nos llama a la herencia de su gloria.
Pondera aquí cuán grande debe ser el amor que nos tiene el Santo Ángel, que nos mira como a hermanos suyos, hechuras del mismo omnipotente Dios y destinados a una misma eterna bienaventuranza; hermanos menores, por la inferioridad de nuestra naturaleza, y tal vez por eso más tiernamente amados con amor de compasión; pero verdaderos hermanos en la comunicación de la naturaleza divina por la gracia.
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Es más, los santos ángeles no ven sólo en la naturaleza humana una bellísima obra de Dios, inteligente y libre, destinada al cielo; ven más, mucho más. Dios la escogió para desposarse en ella con la creación toda; para elevar así todo lo creado. ¡El Verbo se hizo hombre! Un hombre, no un ángel, es Hijo de Dios natural, y ese Hombre-Dios es jefe y cabeza de los ángeles y de los hombres[1]. A ese Hombre adoran los ángeles, mientras que adorar a un ángel sería pecado. A la diestra del Padre está la naturaleza humana en la persona del Verbo exaltada, glorificada, revestida de divinos resplandores, y los ángeles le cantan himnos de adoración y de amor. ¡Oh, poderosa causa de rebelión y de envidia para los ángeles malos que no han querido adorar al Verbo hecho hombre, que en nosotros lo odian y lo persiguen afanándose en borrar de nuestras almas su divina imagen!
¡Oh, inefable privilegio concedido por Dios al humano linaje! Siendo inferior por naturaleza, lo ha hecho superior por gracia, pues los santos ángeles en Cristo adoran a su Dios, y en María reconocen, dan culto y obedecen a su Reina y Señora.
Contempla, pues, a los ángeles santos formando con nosotros una misma sociedad de adoradores, amando y reverenciando en nosotros la semejanza de Cristo; ayudándonos solícitos a imitarle y asemejarnos más a Él; afanándose porque ninguno de nosotros muera a esa sociedad, que es la vida verdadera del alma; regocijándose cada vez que un pecador resucita de nuevo a ella[2]; velando sobre nuestra flaqueza y corruptibilidad; cooperando con Cristo y con María en la obra de nuestra salvación para llevarnos a ser como ellos en el cielo cumpliéndose en cada uno de nosotros aquellas palabras del Redentor: «Serán como los ángeles de Dios»[3], más aún, para que seamos semejantes a Dios según las palabras de San Juan: «Seremos semejantes a Él»[4].
Prorrumpe en acciones de gracias a Dios Nuestro Señor, y en coloquios de ternísimos afectos con los santos ángeles, y en particular con el Custodio de nuestra Patria, con quienes tan estrechos y amorosos lazos te unen.
Oración
¡Oh, Santo Ángel Custodio de España, perfectísimo espíritu creado para alabar al Señor y disfrutar de la eterna beatitud! El primer acto de tu existencia fue adorarle con profunda humildad y bendecirle con ardentísimo amor; desde entonces, confirmado en su gracia, no cesas de contemplar sus infinitas perfecciones, abismado en el océano de interminable felicidad, ni dejas de servirle, velando por su gloria, obedeciendo sus mandatos y protegiéndonos para llevarnos a Él.
Alcánzanos de Dios, oh Santo Ángel, que todos nosotros te imitemos; que cada uno de nuestros actos sea una alabanza del Señor, que toda nuestra vida sea como una consciente y amorosa adoración.
También nuestra Patria, como todo cuanto existe, ha sido formada para dar gloria a Dios, y sólo procurándosela cumple sus destinos. ¡Cuánta gloria le ha dado en los tiempos pasados, y cómo Dios la bendecía y recompensaba! Hoy el ángel rebelde, que soberbio se apartó de Dios, arrastrando en pos de sí muchos espíritus, ya para siempre desgraciados, pretende seducirla con los falaces sofismas, y los halagadores desenfrenos de la impiedad, para que renuncie a su histórica religiosidad, se aparte de Dios, abomine de su antiguo carácter, apostate en su vida de nación de las creencias de nuestros mayores, y laica y atea busque sólo sus medros temporales, olvidando fines más altos. No permitas, Ángel bendito, que nuestra España caiga en tan funesta tentación; ilumina a todos tus protegidos, desbarata las intrigas y tenebrosos planes de los impíos, ruega al Altísimo que confirme a España en su servicio, que sea siempre la Nación Católica por excelencia, que en ella siempre viva, reine e impere Jesucristo, que de esa suerte Dios la colmará de prosperidades y de glorias; alcanza del Señor la conversión de todos los que por error o por depravación quieren acarrear a España tan graves males y obtennos a todos la eterna salvación para cantar contigo las divinas alabanzas por los siglos de los siglos. Amén.
Padre nuestro. Ave María. Gloria.
Ejemplo bíblico
Hermosísima confirmación de la doctrina que acabamos de meditar encierra el capítulo 22 y último del Apocalipsis: Dios Nuestro Señor había enviado un ángel a revelar a San Juan las misteriosas profecías en la isla de Patmos. Por medio de maravillosas visiones y de sentenciosas palabras había desempeñado el Santo Ángel su misión. Al final dice el ángel: Dios me ha enviado, y he aquí que velozmente he venido. ¡Bienaventurados los que observen las palabras de profecía de este libro! «Y yo mismo, Juan —añade el vidente— soy el que ha oído y visto todo esto. Y después que lo oí y lo vi, caí postrado en adoración ante los pies del ángel que me lo mostraba, y me dijo: ¡Guárdate de hacerlo!, porque consiervo tuyo soy y de tus hermanos los profetas y de todos los que guarden las palabras de profecía de este libro»[5].
Consiervo nuestro, se llama el Santo Ángel; criatura de Dios como nosotros, destinado también a su servicio y gloria; siervo como nosotros de Jesucristo, hijo de Dios, sobre quien versa la profecía apocalíptica, en la cual repetidas veces aparecen los ángeles adorándolo y obedeciéndole.
¡Qué honor para nosotros formar con los ángeles una sociedad de adoradores de Dios y de Jesús! ¡Cuán provechoso nos sería para adelantar en la virtud fomentar esas relaciones con los santos ángeles por medio de culto y devoción en que les expresáramos nuestros afectos e implorásemos sus ilustraciones y favores, sus consejos y defensa para servir al divino Dueño de los ángeles y de los hombres!
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Antífona. Bendito sea el Señor, que por medio del Ángel de salvación visitó a nuestro pueblo y nuestra Nación y la libró de las manos de cuantos la odiaban y dirigió nuestros pasos por el camino de la paz.
℣. Enviará el Señor su Ángel en rededor de los que le temen.
℟. Y los librará.
Oremos. Omnipotente sempiterno Dios, que con inefable Providencia has destinado un Ángel a cada Reino para su custodia: concédenos, te suplicamos, que por las preces y el patrocinio del Ángel Custodio de nuestro Reino nos libremos siempre de toda adversidad. Por Jesucristo Nuestro Señor. Amén.
[1] Col 2, 10; Ef 1, 10; 4, 15.
[2] Lc 15, 10.
[3] Mt 22, 30.
[4] 1 Jn 3, 2.
[5] Ap 22, 8-10.