«Y en Ella está el alma del pueblo español»

Eduardo Rauer Alcover, Voluntario de Familias

Con el verso final del Himno a la Santina de Covadonga y el último acorde resonando en la Basílica, terminaba también la peregrinación de Nuestra Señora de la Cristiandad 2024. Tres días intensos de marcha, sudor y dolor. Pero también de oración, meditación, Misa y penitencia ofrecida. Para los organizadores, acaban muchos meses de preparación con la satisfacción de haber logrado el objetivo. Y, para todos los peregrinos, comenzaba el tiempo de asimilar y aprovechar espiritualmente las gracias recibidas y de espera a la próxima edición, ojalá el año que viene. Pero ¿qué es lo que todos ellos buscan encontrar en estos tres días a finales de julio en Asturias? ¿Qué es lo que me atrae de esta peregrinación?
El rasgo más distintivo y el que marca el espíritu que se vive es, sin duda, la Misa según el Usus Antiquior. Esto, en primer lugar, supone una manera común de entender lo que es la Santa Misa. Más allá de lo meramente litúrgico, la forma de expresar la propia fe influye y es consecuencia de una sensibilidad respecto de muchos otros aspectos de la vida, tanto religiosos como profanos. O, dicho más clara-mente, con palabras que pido prestadas: lex orandi > lex credendi > lex vivendi.

Este común sentir yo lo experimenté hace cinco años en la peregrinación de París a Chartres y fue una de las cosas que más impresión me causó de esta peregrinación. Solo es lógico, por tanto, que desde que oyera hablar de la primera peregrinación a Covadonga y viera el vídeo oficial, tuviera interés por conocerla. Cuando el año pasado pude estar por primera vez, se respiraba el mismo espíritu que ya había vivido previamente, con el añadido decisivo de la unidad a nivel humano que aportan la lengua y la cultura compartidas y el marchar en el capítulo con gente conocida.

Sin embargo, el sábado por la mañana ante la Catedral de Oviedo estas reflexiones aún quedan lejos. Predomina el nerviosismo de comenzar estos tres días en los que ojalá el tiempo, los pies y las suelas de los zapatos aguanten, y la emoción de ver a gente nueva y a conocidos. La columna de peregrinos va serpenteando, primero, por las calles de Oviedo y, después, por colinas y valles, camino de la Basílica de Covadonga. Poco a poco, el andar con su monotonía meditativa va disipando las emociones iniciales y surgen conversaciones con los compañeros.

La imagen de los peregrinos sufriendo el calor, que este año ha sido considerable, los dolores, cansancios y achaques, supone una experiencia sensible de estar peregrinando juntos también en un sentido sobrenatural. Los cantos y rezos dirigidos a Cristo, a las distintas advocaciones de la Virgen que hay en nuestra tierra y a los santos, sintonizan con el corazón. Al oír las voces de los demás peregrinos cantando con fervor, me sé acompañado también por sus corazones. A lo largo de los días, va madurando la noción de que estas expresiones brotan de una fe compartida; y no una fe compartida a modo de unos mínimos en los cuales ponerse de acuerdo para «tener la fiesta en paz», sino la fe perenne de la Iglesia en toda su profundidad y lo que implica vivir en con-secuencia con ella individual y socialmente, aunque resulte en comportamientos tan opuesta a los modelos y cánones que en la actualidad se pretenden imponer en nuestra sociedad.

En la peregrinación, me encuentro con personas que tienen exigencias y aspiraciones similares a las mías. Hablando con ellas y escuchando su experiencia, me doy cuenta de que no es descabellado pensar una sociedad distinta a la actual, basada en el hombre como un ser orientado a la eternidad, a Dios.

un ser cuyo mayor bien no son las cosas perecederas de este mundo, ni siquiera la vida terrena, y que ha de luchar por ser virtuoso. Un ser, que busca lo bueno, bello y verdadero, y a quien esta lucha y búsqueda imponen graves obligaciones en la vida. Por si fuera poco, conversando y observando a otros peregrinos, me doy cuenta de que no solo desarrollan estas ideas, sino que hablan de ellas con naturalidad. Y la primera forma de practicar sin complejos esta actitud de testimonio de Cristo en la sociedad durante la peregrinación es el simple paso de la columna con sus banderas y estandartes por las poblaciones o por encima de puentes, rezando y cantando.

Este trato sencillo y profundo con los compa-ñeros de capítulo se amplía en el campamento por la tarde con todos los demás peregrinos. Prácticamente de la noche a la mañana, la organización monta una pequeña ciudad, con todo lo que la caracteriza: iglesia, hospital, ayuntamiento, «zona de restaurantes» y el ajetreado ir y venir de personas. En los encuentros que en esta pequeña «ciudad de Dios» se dan —con los vecinos de tienda, en la cola de la sopa de la cena, después del baño en el río o con compañeros de «banco» en Misa—, me doy cuenta de que a todos nos une un mismo espíritu fraterno que hace brotar interesantes conversaciones entre desconocidos.

Hasta ahora, he descrito el espíritu que se vive en la peregrinación sin incidir en el hecho de la Misa en sí. Pareciera que la forma de celebrar el Santo Sacrificio del Altar tuviera solo valor funcional como núcleo cristalizador de comunión. Pero simplemente ver el mimo y el cuidado con el que está preparado el altar para la Misa Solemne, y también todos los pequeños altares para las celebraciones privadas de los sacerdotes, es un primer indicio de que tiene un valor en sí. En un campamento en el que los peregrinos es-tamos sudorosos, dormimos en tiendas de campaña y comemos sentados en el suelo nuestra comida en-latada y la sopa caliente que nos han preparado las invisibles voluntarias de cocina, los pequeños altares con manteles impolutos, candelabros y vasos sagrados relucientes, las imágenes a modo de retablo y las casullas dobladas resaltan aún más. ¡Sin hablar del altar mayor! Y esta observación aún es puramente exterior.

Ya desde la llegada al campamento por la tarde, se puede ver a los sacerdotes celebrar en silencio asistidos por un monaguillo y con algún feligrés. Y, cuando llega la hora de la Misa Solemne, asombra ver el silencio y el orden con el que todos encuentran su sitio sobre la hierba ante la gran carpa blanca, intentando molestar lo menos posible a los que se están disponiendo, algunos incluso, con «ropa elegante». Una vez que empieza, el canto del coro y el orden de la ceremonia logran captar los sentidos de quien quiere abrirse a lo sobrenatural que allí sucede.

Por otro lado, las catequesis del libro del peregrino de este año, bajo el lema «Introibo ad altare Dei», iban dirigidas a explicar la Misa: su valor, la disposición necesaria para poder aprovechar sus frutos y a ayudar a adentrarse mejor en su misterio. Estas catequesis me han acompañado en los días siguientes a la peregrinación, y las he releído con calma. Pero ya durante la peregrinación estas meditaciones, junto con los sermones, me ayudaron a disponerme mejor antes de la Misa, tomar consciencia y vivirla con una profundidad nueva. Un momento de adoración, en el cual fue posible profundizar esta mayor intimidad con el Señor, se dio gracias al tabernáculo que había en el campamento del segundo día. Entre todas las carpas y tiendas de peregrinos, muy visible-mente también el Señor había plantado su tienda —literalmente, su tiendecita— en medio de nosotros. En el espacio habilitado, cualquiera podía detenerse un instante, o dos, para estar ante Él.

Algunos de los peregrinos son principiantes en la Misa Tradicional porque no la han vivido nunca o solo unas pocas veces antes de la peregrinación —yo mismo me vi en esta situación al principio. Además de las explicaciones que incorpora el libro del peregrino, amén del misal para los tres días, todos los distintos aspectos sensibles previamente descritos tienen la capacidad de despertar la curiosidad del intelecto y calmar la inquietud del alma que busca algo, aunque tal vez tampoco sabe muy bien qué es. Los distintos elementos de la peregrinación, su espiritualidad y su espíritu son una especie de envoltorio para la Misa. El principiante que los va descubriendo a lo largo de los días puede darse cuenta de cómo las distintas capas de «envoltorio» cobran sentido por el contenido que envuelven, porque apuntan a él y por él están cohesionados. Es más fácil entender la Misa Tradicional cuando está enmarcada en un ambiente acorde a ella. En la peregrinación de Nuestra Señora de la Cristiandad, la Misa Tradicional encaja más armónicamente que en nuestro día a día, y, por tanto, es una buena ocasión para descubrirla o redescubrirla y profundizar en ella, tanto para los que hacen sus pinitos como para experimentados.

A cualquiera que no esté acostumbrado le sor-prenderá la numerosa presencia de sacerdotes, todos reconocibles como tal, que no se aligeran el vestido a pesar del calor y que, al llegar al campamento, celebran Misa y cumplen con sus demás obligaciones, siempre dispuestos a escuchar confesiones. No es extraño ver por el campamento a un feligrés murmurando arrodillado ante un sacerdote en sotana con estola morada. Los numerosos ofrecimientos que se pueden hacer durante la peregrinación dirigidos a la conversión y que disponen el corazón al arrepentimiento no tendrían sentido sin la posibilidad de confesarse. Como seminarista, este testimonio de sacerdocio abnegado, humilde, discreto, solo perceptible en destellos, es un ejemplo silencioso y, justamente por ello, aún más potente, de cómo menguar para que Él crezca, de cómo ser otro Cristo.

Una empresa de la envergadura de esta peregrinación solo puede salir adelante si unos pocos se implican muchísimo y otros muchos se someten a sus directrices y colaboran. El año pasado, en mi primera peregrinación, pude beneficiarme del trabajo de muchos voluntarios. Este año quería devolver algo de lo recibido y agradecer las gracias recibidas durante el año. Así que decidí ofrecerme como voluntario, por-que es un proyecto digno de apoyo y hasta me entusiasmaba la idea de contribuir. Hacían falta manos en el grupo de voluntarios de familias y me pareció buena idea ofrecerme allí. 

La posibilidad de poder hacer una ruta acorta-da a la mitad de distancia permite participar a mucha gente que de otra manera no estaría: gente mayor y familias con niños pequeños. Son un elemento enriquecedor, ya que, al estar representadas todas las edades, le dan un carácter familiar a la peregrinación. La organización pone autobuses para transportar a las familias hasta el primer descanso, donde se unen a los demás peregrinos hasta el descanso de la tarde, acortando así el primer y el último trozo del itinerario del día (salvo el día de la llegada a Covadonga). Durante el tiempo de espera y los trayectos en autobús, el voluntario pasa tiempo con las familias y tiene la oportunidad de conocer a peregrinos de capítulos de otras regiones de España y, en mi caso, también de México, así como de adquirir una noción de lo que para otros significa esta peregrinación. Es una labor agradecida que me ha ayudado a vivir los tres días en una mayor actitud de servicio, también gracias al ejemplo de tantos otros voluntarios.

¿Qué he encontrado, pues, en la peregrinación de Nuestra Señora de la Cristiandad? Hay cosas que se entienden desde el final. En estos montes de Asturias, hace algo más de 1300 años, se apareció milagrosamente la Virgen a don Pelayo y a sus hombres, y los animó en una batalla contra los invasores musulmanes que fue la primera victoria en la Península Ibérica y que dio inicio a la Reconquista. Es decir, una empresa que duró casi 800 años y a más de uno pudo haber parecido utópica, imposible de llevar a cabo contra un poder militar tan superior. Después de llegar a la Basílica, de visitar la gruta (desafortunadamente este año no fue posible), que es cuna de España y trono de la Santina, uno se explica que la Reconquista que aquí se impulsa no es una reconquista militar, pero no por ello menos reconquista y no menos imposible a primera vista. Se trata de que los que salen de aquí cobren fuerzas para conquistar corazones para Cristo, reconquistar España para Cristo. Si no se llegara a Covadonga, este sentido de la peregrinación no se entendería igual de bien.

Cuando digo que algunas cosas se entienden desde el final, también quiero hacer alusión al título que encabeza estas líneas, el cual 1600 voces han vuelto a cantar este año a pleno pulmón. Este año salí de Covadonga preguntándome dónde se puede encontrar «el cuerpo» en el que vive el alma del pueblo español. Haciendo memoria de nuestra Historia, creo encontrarlo en las gestas de un pueblo que ha cambiado el mundo para bien cuando ha mirado a la cruz y ha puesto a Dios por encima de glorias mundanas. ¿Dónde están los que hoy llevan a cabo estas ges-tas? Creo que en la gente cuyos corazones vibran y se elevan con las Misas, oraciones y cantos, y que de Covadonga salen reconfortados en su fe, reafirmados en sus propósitos y purificados en sus intenciones de reconquistar España para Cristo.

PUBLICADO EN EL BOLETÍN «LAUDATE» Nº35 – AGOSTO 2024